Pensar en el futuro puede agobiarnos, mientras que reflexionar demasiado en el pasado puede llenarnos de malos recuerdos o hacernos cargar con la culpa. El evangelio de hoy ilumina esta realidad: Jesús, al contemplar Jerusalén, llora por ella (Lc. 19, 41-44).
Esta escena nos invita a vivir el presente y aprovechar las nuevas oportunidades que Dios nos regala cada día. Con frecuencia, nos dejamos atrapar por lo que ya ocurrió o por las preocupaciones de lo que podría pasar, olvidando disfrutar y valorar el momento presente.
Hoy es el momento de construir nuestra vida de la mano de Dios, enfocándonos en lo que tenemos aquí y ahora para crecer. Es tiempo de confiar plenamente en Él, de aprender a descansar en su misericordia, y de pedirle que nos enseñe a vivir con paz.
No dejes pasar las oportunidades que Dios te brinda hoy. Ellas son la clave para construir un futuro lleno de esperanza y para sanar las heridas del pasado.
Señor, concédeme la gracia de reconocer las oportunidades de crecimiento que me ofreces cada día. Ayúdame a experimentar todo aquello que me conduce a la paz.