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Mtra. Rosa María Melgoza Aviña · Coordinación Académica de las Licenciaturas en Administración de Empresas y Contaduría Pública, UNIVA La Piedad

 

Me comprometí a generar un artículo cada determinado tiempo para publicarlo en el espacio de la universidad. Ahora que debo entregarlo, me invade el pánico. ¿Por qué dije que sí? ¿Por qué se me ocurrió comentar que me encantaría participar? Y bueno, ¿Cuál es el miedo? Por supuesto que, al ridículo, a no estar a la altura de quienes participan ya en estas ediciones; a demostrar que me falta cultura, a no aportar.

Y después pensé, ¿Todo lo que he leído y escuchado ha sido de mi agrado? ¿He estado de acuerdo con todos? Por eso y a pesar de mis dudas, aquí estoy para compartir puntos de vista, para generar comentarios, para platicar. Y quiero comenzar con lo que creo que es más fácil de compartir: experiencias.

Me gustaría, en esta primera oportunidad, mandar un mensaje y que este llegue hasta el cielo para que lo escuchen, lo vean y lo sientan (ojalá que sea posible) esas personas que nos dejaron su huella, que nos dejaron su cariño, que les aprendimos.

¿Qué? ¿Esta reflexión también tiene que ver con que vivimos el Día de Muertos? La respuesta es sí. Dice el diccionario que la muerte es el fin de la vida; pero cuando extrañas a la persona, cuando con frecuencia mencionas sus ocurrencias, cuando compartes el legado que dejaron, ahí es donde continúan sus vidas, cuando comprendes que no se han ido.

Han pasado muchos años desde mi inicio en UNIVA La Piedad, y en estas fechas no puedo dejar de pensar en la gran cantidad de personas que se nos han adelantado: alumnos, compañeros de trabajo, profesores, familia.

Es lo malo o lo bueno de estar en un mismo sitio tantos años, te acuerdas de muchas cosas: del alumno que se quedó dormido para siempre con las hojas en las que estaba estudiando, el que venía de camino y no alcanzó a llegar porque alguien más provocó un accidente, el que no pudo superar una pérdida y se abandonó en su pesar, en su soledad; el que contrajo una grave enfermedad y que perdió la pelea, aquel que por aficiones y adicciones se fue y tantos más que a causa del COVID-19 se nos adelantaron.

Especialmente me he acordado de varias personas que, en su paso por la universidad, nos compartieron su simpatía, su experiencia y hasta varios regaños. Me es muy grato recordar el estilo de trabajo y personalidad de nuestro amigo el contador Alberto, la sabiduría de nuestro maestro Ley Cota cuando evocamos su frase, hoy célebre entre los que lo conocimos: hay niveles; nuestro querido Vicente y su trabajo de programación en el SIARU; Don Chepe y sus recorridos por el plantel, cuidando que todo esté en orden y otros maestros que, muy a mi pesar han partido, pero que siguen viviendo en nuestros corazones; que siguen presentes y que si quieres verlos, solo basta pensar en ellos para que te los encuentres por los salones, por las oficinas, por los pasillos del plantel porque es seguro que ahí siguen, trabaje y trabaje.

Siempre escuchamos decir que lo único seguro de la vida es que todos vamos a morir y a algunos nos atemoriza; pero en este momento esa emoción no cabe; me gustaría mejor, aprovechar estas fechas para recordarlos a todos con cariño y agradecerles por las enseñanzas que compartieron. Asegurarle a quien nos lee que, en nuestro paso por la vida, si fuimos felices y contagiamos a otros, entonces trascendimos. Así de sencillo es.

Gracias a todos por formar parte de nuestras vidas y ahora de nuestros recuerdos. Siempre estarán aquí.

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