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Mtra. Elena Martínez Garza · Líder de Marketing Integral, Sistema UNIVA

Salimos temprano de casa como de costumbre, alcanzando apenas los 60 km por hora en la avenida. Había muchos colegas, algunos recién nacidos, impecables y ansiosos, otros con sus añitos a cuestas, con carrocería magullada y rodadas de carreta. Nos dirigíamos rumbo al habitual destino, pero en esta ocasión fue diferente. Ella quería un café con esa promoción que regalaban un «termo – basurita» del Seven Eleven de la Avenida Patria y Moctezuma, ¿lo ubicas? Sí, ese que tiene un estacionamiento amplio con una ligera pendiente. Me pidió que esperara ahí, vidrios arriba, se bajó, seguros en puertas.

Dentro del Seven, ella tomó su «ganga», pero al acercarse al mostrador para pagar había 5 personas en fila. Esperó y esperó su turno; cuando estaba por entregar las monedas, vio por la ventana detrás de la señorita que en el estacionamiento había dos motocicletas negras y al fondo dos policías que me estaban empujando por la rabadilla de regreso al cajón del estacionamiento. Mi color arena se volvió rojo Ferrari cuando los 20 mil de mi especie que pasaban por ese crucero me vieron en esa bochornosa situación.

Ella llegó con el Gendarme de la izquierda, y le dijo con un tono coqueto:

– Discúlpeme por favor, ¡este Chevy es mío!, muchas gracias.

¡Mira qué desvergonzada! Pensé, no mencionar su incompetencia, acaso no dimensionó la hecatombe que pudo haber provocado, ¡qué descaro!

– No olvide el freno de mano señorita – Le dijo amablemente el policía.

Por el espejo lateral vi a su compañero que estaba doblado a la mitad por las carcajadas un tanto reprimidas, seguro le perdonaron la distracción por la sonrisa que les regaló.

Ella abrió la puerta, entró, puso el freno de mano, seguro en puertas y regresó por su café como si nada hubiera pasado.

– Gracias, que tenga buen día – le dijo a la señorita.

Regresa conmigo, cierra la puerta y todavía me reclama:

– ¿Qué te pasa? Mucha prisa ¿¡o qué!?

Nos incorporamos de nuevo al camino de siempre, ella bebía su cafecito, yo me tragaba mi dignidad. Llegamos a nuestro destino, intenté dormir y ¡nada!, me sentía como si yo hubiera consumido toda la cafeína del Seven, como si estuviera subiendo una pendiente en cuarta; dieron las cuatro de la tarde y nos dirigimos al colegio de su hijo, y para mi sorpresa, ¡sucedió de nuevo…!

Al detenernos frente al ingreso del colegio, dejó mis llantas traseras sobre un gran tope, de esos enormes que no tienen madre de las zonas escolares.

Misma escena: vidrios arriba, se baja, seguro en puertas, y SIN FRENO DE MANO cierra la puerta; pero… – ¡qué pendiente! – rápidamente me voy de hocico, ella estaba pasando detrás de mí, y la muy «Sansón» intenta inútilmente detenerme por la retaguardia; qué oso me dio al besuquear el trasero de una CR-V modelo reciente que estaba frente a mí; afortunadamente esa chulada de troca no la hizo de smog, solo vio con ojos de desprecio mi ya habitual color Ferrari.

Mi conductora se acercó con la Doña de la camioneta, que para su fortuna estaba distraída en una llamada de comadres mientras esperaba que la Miss le llevara a su cría “a domicilio”.

– Ya vi su camioneta y no le pasó nada – le dijo

– ¿De qué? ¿Le diste un golpe? – preguntó la Doña

– Un besito apenas, si gusta ver – le respondió

– No te preocupes, así pasa a veces – Se despidió la Doña subiendo la ventana.

¡¿Así pasa a veces!? ¡Alguien deténgala por favor! ¡Quítenle las llaves, o denle clases de Freno de Mano para principiantes!

El mocoso subió como de costumbre: con las manos sucias, los zapatos sobre el asiento y sin colocarse el cinturón de seguridad nos dirigimos a casa.

– Hijo: ¿Qué crees que pasó hoy?, que este «carrito» estaba de inquieto, lo dejé afuera del Seven y que se le ocurre irse solito a la avenida, por fortuna unos policías lo regañaron y lo regresaron conmigo. Y también, hace unos minutos, frente a tu escuela andaba de coqueto con la camioneta de la mamá de Miguelito, ¡tú crees!, creo que necesita cambio de aceite o algo que lo calme.

No fue berrinche ni mucho menos, pero en ese momento derrapé, frené de golpe, el chamaco se fue de sentaderas al piso entre los asientos y misteriosamente se reventó una de las llantas traseras…

– ¡A ver! ¡Cámbiala! – le dije con mi feroz voz de motor.

Estábamos a un par de cuadras de llegar a casa… ella enciende el motor, se orilla lentamente en un terreno plano y baldío, apaga el motor, ventanas arriba, se bajan, seguros en puertas y ¡claro! Ahora sí pone el freno de mano.

¡No vaya yo a tener la loca idea de lanzarme al barranco!

– ¡¿O sí?!

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