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Ana Sofía Peña Barba ·  Estudiante del Bachillerato en Comunicación Bilingüe en UNIVA Guadalajara

 

 

Para: Un personaje.

Máscaras. Muchas máscaras. En la sociedad todos tenemos muchas máscaras, ¿cierto? Nos comportamos para agradar al otro, nos reprimimos para no disgustar. Nos obligamos a nosotros mismos a ser para poder pertenecer.

Es irónico cómo hablamos de expresión, de libertad y propia ambición, pero pareciera que todo es una ilusión, como si fuera la capa superficial de una cruda verdad que todos nos negamos a aceptar. 

Sé tú mismo”, dicen. Yo creo que es el consejo más cruel que le puedes brindar a alguien. No porque nuestra persona interior sea mala, no porque el “yo” sea poco valioso, sino porque al pedirle a una persona que sea sin restricción se le condena a muerte sin alternativa. Una muerte social, estereotipada, una muerte que llega después de una horrible enfermedad, de esas que alcanzan al alma porque empezaron en el corazón. Una muerte enferma que es falsa, pero la convertimos en verdad.

El mundo realmente no espera que seas tú, se desea más bien, que seas lo que se espera que seas, lo que nos decimos entre nosotros, a lo que le damos importancia sin tenerlo, a lo que le ponemos precio cuando claramente posee un valor incalculable. La corteza asesina al núcleo.

Asesinato, asesinar la verdad, la fe, el amor. En ciertos días me parece que vivimos en una obra, la obra de teatro de la vida, en donde todos usamos una máscara, en donde los actores se convierten en personajes.

Todos tenemos nuestros personajes, aquel que sale al escenario con la familia, otro que es estrella entre los amigos, quizá algunos afortunados tengan uno para sí mismos, ese que actúa cuando se está solo, cuando se mira dentro de la propia conciencia.

No es malo eso de los personajes, yo lo veo como una estrategia de supervivencia, sin embargo, existe una verdad acerca de esto que condena; solemos perdernos entre ellos, y aquel yo que variaba de acuerdo a la situación termina por ser remplazado. Triste y dolorosamente reemplazado por cascarones vacíos, dedicados a lucir bien, pero sin llevar corazón. Termina siendo una compilación de variaciones abstractas. Llegamos a convertir nuestro núcleo en personaje, o, ¿no?

Querido yo, esta carta es para ti, o quizá debería decir, querido personaje de yo. Disculpa que no haya tenido la decencia de saludarte antes, pero confieso que este párrafo, esta parte de la vida en donde me enfrento de cara a ti, desnuda ante la realidad de tu existencia. Me aterraba. Sinceramente, aún me aterra, pero llegué a la conclusión de que nunca se puede estar listo para enfrentarse a la cruda verdad de que se ha perdido el yo en uno mismo. Te deseo éxito, querido amigo, ojalá logremos encontrar un alma que llene tu hueco de cascarón. Y me despido, desgraciadamente, para mí, por el momento.

 

Un yo desconsolado.

 

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