Alexa Camacho Reyes · Estudiante de la Licenciatura en Psicología, UNIVA Guadalajara
El siglo XXI ha sido testigo de un avance notable en el ámbito de la tecnología, y en los últimos meses la Inteligencia Artificial (IA) ha sido tema de conversación constante. Con su llegada, las noticias se han visto envueltas en debates sobre su uso ético y no ético. La Inteligencia Artificial se ha demostrado capaz de encargarse de varias áreas profesionales, como: Finanzas, Marketing, Educación, Comercio, entre otras. Sin embargo, surge la incertidumbre acerca de cómo impacta en el ámbito psicosocial de los seres humanos.
En esencia, la IA funciona mediante el análisis del lenguaje natural y el estudio de patrones lingüísticos proporcionados por los seres humanos. A través de ello, puede reconocer palabras y frases asociadas a diferentes emociones o situaciones que pueden afectar anímicamente a las personas. Es importante tener en cuenta que no puede sentir, ya que carece de las características biológicas necesarias para comprender y experimentar las emociones por sí misma. Por lo tanto, se le programa con herramientas que facilitan la interacción entre personas, como el análisis del lenguaje y el tono para inferir las emociones subyacentes; esto implica identificar palabras clave, expresiones faciales, entonación y otros indicadores lingüísticos. Además, también reconoce expresiones faciales y corporales, lo que le permite detectar emociones como la felicidad, el enojo o la tristeza mediante técnicas de visión por computadora. Sumado a lo anterior, la Inteligencia Artificial, gracias al aprendizaje automático, puede analizar los datos contextuales de la interacción, modelar las emociones y adaptar sus respuestas a las necesidades del usuario.
Considero que, con el tiempo, las máquinas lograrán recolectar suficiente información para comunicarse de forma empática, aunque carezcan de una conciencia autónoma, va perfeccionando la inteligencia emocional en su interacción con los seres humanos. A pesar de que no poseen todas las características necesarias para ser catalogadas como seres sintientes, la interacción con ellas puede hacer que los individuos las perciban de esa manera. Y ante la realidad, me surgen interrogantes; si bien no se les considera seres sensibles desde el punto de vista biológico y filosófico, ¿podrían las máquinas llegar a dominar la inteligencia emocional mejor que los propios humanos? ¿Su capacidad para perfeccionar la inteligencia emocional podría llevarnos a que otorguemos dicho término u otro acorde al tipo de seres que son?
Es aquí donde radica el dilema y la reflexión acerca de los límites de la Inteligencia Artificial y su impacto en nuestras vidas. Sin duda, es una herramienta poderosa que seguirá evolucionando y transformando nuestra sociedad, aunque es necesario valorar las implicaciones éticas y los posibles problemas que puedan surgir a medida que avanza.
