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La recuperación del entorno

Carlos A. Lara González · Analista de la comunicación y la cultura. Alumni de la Licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación, UNIVA Guadalajara. Premio Santiago Méndez Bravo al Comunicador del Año 2022.

 

En una ocasión, hace más de 20 años, conversando con el célebre maestro e investigador de la comunicación y la cultura, Jesús Martín Barbero, quien me ayudó a dar las primeras pinceladas de una tesis que, con los años tomo forma de libro, me dijo: ya no nos quieren juntos, nos quieren conectados. Las ciudades, decía, están comenzando a adquirir un esquema informacional.

Luego de ver los videos y fotografías del Arco del Triunfo la última noche del 2023, pletórico de cibernautas captando el momento del cambio de año a través de la prótesis que portamos en las manos, recordé y entendí la manera en que ha progresado la observación del maestro Barbero, tanto en el campo de la cultural como en el de la comunicación. Tengo 51 años, soy de la generación que disfrutó —y mucho— escuchando música en torno a un tocadiscos entre amigos, en plan tribal. No existía aún aquel invento de Akio Morita (fundador de Sony), el revolucionario Walkman, que terminó con esa grata experiencia grupal de escuchar música. En casa, mi padre cambiaba el componente y las consolas musicales cada año y había vinilos por todas partes; ponerlos en el orden establecido mientras analizábamos las portadas, las fotografías y las letras de las canciones, era toda una experiencia en la que participaban tanto amigos, como parientes e involuntariamente los vecinos. Por eso es que veo con cierto asombro, desde el análisis de la comunicación y la cultura, la reapropiación digital del entorno alrededor del Arco del Triunfo, o esos videos frente a La Gioconda en el museo de Louvre, en los cuales solo basta encender la prótesis y colocarnos los auriculares para instagramear el momento y que el vecino se vuelva lejano, una especie de elemento decorativo ligeramente estorboso.

Estos nuevos entornos y paisajes digitales en los que trabajamos, caminamos, corremos y festejamos son en esencia espacios abiertos, que nos apropiamos en modo legión, diría Luigi Forza (La muerte del prójimo). Aislados y siendo parte de una triste audición en solitario.

Son hábitos de comportamiento adquirido de esta suerte de economía del acontecimiento y la distracción, eso que Franco Berardi denomina de manera más técnica la Aceleración Tecno Comunicativa, a partir de la cual, la velocidad ya no permite al cerebro seleccionar entre bueno y malo, entre nuevo y bueno, entre real y virtual.

En la economía del acontecimiento las legiones de turistas que abarrotan los sitios emblemáticos del mundo, valoran más la experiencia digital que la humana de conocer a nuevas personas desde que se aborda el avión, y tener así la posibilidad de vivir otras historias. Se hace casi de forma involuntaria. Sin darse cuenta se mata al prójimo. Y es que recursos técnicos y tecnológicos como el selfie, han llevado a las legiones a prescindir de este para inmorlalizarse en esos lugares y acontecimientos relevantes. Es decir, ya no se requiere de nadie para instagramearse o inmortalizarse.

El problema, dice Berardi, es atestiguar cómo la pantalla se apodera del cerebro y la tecnología digital va modificando la cultura y la actividad cognitiva a niveles más profundos. Al nivel de la estructura neurofísica del cerebro humano. Esto es lamentable si consideramos que la humanidad siempre se ha orientado a través de los sentidos. La vista, el olfato, el oído… y hoy lo hace a través de un mapa telemático proveniente de un satélite que se instala en aplicaciones digitales de la prótesis, lo cual no solo genera una decadencia en los códigos de convivencia, sino que anula cada vez más nuestra capacidad de mirar, de detectar señales olfativas y auditivas en el ambiente, en el entorno, en el contexto y en la comunidad. Debemos ser conscientes de que si se modifica la actividad cognitiva lo siguiente será la modificación de la capacidad física del cerebro. Tendremos entonces, como señala Berardi, un cerebro conectivo que funcionará a través de conexiones sintácticas que cancelarán la capacidad pragmática de redefinir el contexto. Esto llevado al terreno del consumo de bienes y servicios, o bien a la recreación de experiencias, cancela la posibilidad de ensanchar nuestros horizontes.

El filósofo José Antonio Marina, (Las culturas fracasadas, el talento y la estupidez de las sociedades), nos recuerda que vivimos en sociedad, que pensamos a partir de una cultura y en ese sentido, el desarrollo de nuestra inteligencia depende de la riqueza del entorno. Por consiguiente, si el entorno en que nos desarrollamos anula la actividad cognitiva, la pausa, la escucha, la capacidad de crítica ponderada y los códigos de convivencia, es un entorno que nos lleva al fracaso como sociedad. Qué razón tenía Jesús Martín Barbero. Las ciudades, el mundo entero, a partir de la globalización de la prótesis y de esta comunicación de masas personalizada cuyo contenido determina lo relevante en nuestro entorno, está anulando la comunicación conjuntiva y abriendo paso a una comunicación de nuevo cuño, a una comunicación conectiva. Una comunicación que socava la atención humana e impone una atención comercial. Es necesario recuperar el entorno, nuestro entorno; porque si perdemos el entorno perdemos el contexto, y si perdemos el contexto, perdemos la comunidad. Llegados a ese punto, habremos perdido todo.

 

Publicado en El Economista, el martes 23 de enero de 2024

Comunicación Sistema UNIVA

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