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La marginalidad de los clásicos

Por 18 febrero, 2022febrero 22nd, 2022Líderes de Opinión, Voces UNIVA

Jazmín Velasco Casas • Profesora de Filosofía y Literatura UNIVA

La literatura, desde su origen oral, ha tenido el propósito de contar historias, transmitirlas y formar generaciones conscientes de sus raíces, de su identidad y de la de su comunidad. Esta disciplina artística no sólo enalteció la palabra como un instrumento muy valioso por su dimensión estética al generar belleza a través de ella, sino que ha permitido conocer cómo es el ser humano y cómo ha sido a lo largo del tiempo en su relación con los otros y con el mundo.

La categoría literatura clásica se puede asociar a la de universalidad. En estos autores la promesa radica en encontrar historias o expresiones que nos aproximan a la naturaleza humana y con la que podemos sentir empatía, independientemente de la distancia temporal, espacial o cultural. En sus páginas se percibe una llamada a salir de nosotros mismos para entrar a realidades que tal vez nunca tendríamos oportunidad de conocer o sentir, desplegando así nuestra imaginación, sensibilidad y flexibilidad mental. Los que hemos leído este tipo de libros, encontramos en ellos no sólo acontecimientos entretenidos, -como suele ser el signo y la demanda de nuestros días- sino que transitamos por valores e ideologías que no son tan comunes en las letras posmodernas, como el apego a la patria, a la familia, la exploración de la espiritualidad o las complejidades de la razón.

Desafortunadamente, muchos críticos actuales coinciden en que nuestro siglo le ha dado la espalda a estos autores clásicos, y casi se podría considerar un milagro lograr incluirlos en los programas de estudio. Cervantes, Dante, Goethe, Pushkin, Flaubert, por mencionar sólo algunos, han pasado a la sección marginal de la literatura. No únicamente nos estamos perdiendo de las grandes aventuras o desventuras de sus protagonistas o de la reflexión que éstas nos pudieran generar, nos perdemos también del uso original de la palabra, de la propuesta estilística y de las técnicas creativas que, en definitiva, revelarían que algunos escritores modernos no son tan innovadores como se venden o admiran.

A todos nos encantan las historias y aunque es importante conocer a los creadores contemporáneos y locales, es recurrente el prejuicio que la lectura de los clásicos es una actividad aburrida, que requiere mucho tiempo y que poco se vincula con nuestro contexto. Si siguiéramos difundiendo que en el Quijote se utiliza con frecuencia el humor, la técnica metaficcional y la intertextualidad; o que Oneguin es una novela con una composición poética que aborda la técnica onírica; o que Fausto es una novela estructurada como obra de teatro en escenarios metafísicos, tal vez esta percepción cambiaría.

Hay muchas maneras de leer y, en épocas de aceleración e inmediatez, es muy válido recurrir a aplicaciones que difunden radionovelas, lecturas dramatizadas y podcasts que bien se pueden disfrutar mientras nos desplazamos o realizamos algún deber. O, a quienes les parezca que la lectura es una actividad solitaria, existen comunidades literarias virtuales y presenciales que fomentan el intercambio de la experiencia lectora, además que su dinámica posibilita que cada participante avance a su propio ritmo.

Lo esencial es tener apertura, curiosidad por realidades diferentes y disposición para ampliar la imaginación. Y, sin duda, los clásicos son unos excelentes maestros de lo humano y del manejo creativo de la palabra que nos siguen sorprendiendo, si se los permitimos.

 

 

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