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Ana Claudia Moy López · Encargada Académica CEA, UNIVA Colima

En una tarde calurosa, una madre ratona descansaba junto a su pequeño hijo en un gran pastizal. Mientras intentaba relajarse, su mente no dejaba de preocuparse por cómo alimentaría a sus ocho ratoncitos. El entorno no ofrecía muchas posibilidades, y la incertidumbre llenaba su corazón. De repente, el rugido del estómago del ratoncito rompió el silencio, intensificando su angustia.

El pequeño, al notar la tristeza de su madre, quiso consolarla y le dijo:
—Mamá, ¿ya te diste cuenta? La luna es un enorme queso.

La madre lo miró con ternura y, aunque sabía que aquello era solo una fantasía, le respondió:
—No te preocupes, mi niño. Tu madre encontrará queso para todos ustedes.

Mientras la madre ratona seguía buscando alimento, el ratoncito se puso a trabajar en silencio. Tomó trozos de pasto, los enrolló con cuidado y los colocó en un pequeño plato hasta formar una torre. Luego, con mucho esfuerzo, llevó algunos trastes al río cercano y los llenó de agua. Al terminar, vio a su madre regresar. Ella traía consigo una delgada rebanada de queso y un rostro marcado por la tristeza.

—Mami, la comida ya está lista. Voy a llamar a mis hermanos —anunció el ratoncito.

—No, pequeño, no lo hagas —intentó detenerlo, pero el ratoncito ya había desaparecido, gritando para reunir a sus hermanos.

En pocos minutos, los ocho ratoncitos rodeaban a su madre, ansiosos por cenar.

—Hoy comeremos con los ojos cerrados. Mamá nos contará una historia sobre la luna de queso mientras cenamos —dijo el pequeño ratón, colocando trozos de tela raída sobre los ojos de sus hermanos.

La madre, conmovida, comenzó a narrar una mágica historia sobre una luna hecha de diferentes tipos de queso, de colores y sabores únicos. Mientras hablaba, el ratoncito partió la pequeña rebanada que su madre había traído y colocó una diminuta porción en cada rollito de pasto.

—Estos son manjares que la luna nos envió, gracias a mamá —dijo a sus hermanos—. Deben saborearlos y adivinar qué tipo de queso es.

Uno a uno, los ratoncitos degustaron los rollitos con una sonrisa. Inventaban ingredientes y describían los quesos con entusiasmo. Al terminar, todos se fueron a dormir con el corazón lleno de alegría.

La madre se sentó junto al ratoncito y le preguntó:
—¿Por qué hiciste todo esto, pequeño?

—Porque sé que, aunque hoy no podamos comer grandes rebanadas de queso, algún día lo haremos. Hasta entonces, podemos soñar con ello. No te preocupes, mami. Mientras estemos juntos, siempre habrá esperanza.

La madre, emocionada, abrazó a su hijo y dijo:
—Tienes razón, pequeño. Siempre podemos soñar con que la luna es de queso.

Reflexión: La vida no siempre es fácil, pero apreciar lo que tenemos y dar gracias por ello nos ayuda a enfrentar cada día con esperanza. Valora cada esfuerzo de tus seres queridos y devuélvelo con amor y gratitud. Y nunca dejes de soñar, pues los sueños son los que mantienen viva la ilusión de un mañana mejor.

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