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La desobediencia

Por 19 octubre, 2021Líderes de Opinión

Mtro. Miguel Camarena Agudo • Docente UNIVA Plantel Guadalajara

 

Nos han enseñado desde los primeros años de la infancia a obedecer. Nos premiaban o castigaban según fuera nuestra avenencia en relación con las órdenes y la autoridad. Los cuentos para niños, las fábulas, las caricaturas, las películas de Disney, tienen a mares ejemplos del destino de aquellos que acatan los designios de la autoridad. La educación formal y familiar incentiva a niveles paroxísticos la obediencia. Mutilando casi desde la raíz el espíritu rebelde; pues moralmente obedecer está bien, en cambio, la desobediencia está mal. Pero ¿qué hay de los encargados o administradores de la autoridad, las leyes y el poder, de los denominados dirigentes? ¿Son realmente buenos y justos, en la extensión más amplia de cada uno de los significados? Esto lo pregunto a modo general, tomando en cuenta los últimos sucesos como cantaría el buen Silvio Rodríguez.

Para ilustrar de una manera literaria el asunto me gustaría echar mano del cuento “atajo arriba” de Francisco Rojas González, donde de manera sucinta y a modo de resumen, un cacique es asesinado por uno de sus peones. En dicho relato hay un diálogo justo antes de la confrontación fatal donde el cacique alude como sembrador del espíritu de desobediencia al maestro del pueblo:

-¿Con que probe, no? Pos traga zacate como los bueyes. ¡Así te llenarás y reventarás en buena hora! ¡Magnifica escuela está haciendo el maistro del pueblo, tratando de convencer a ustedes de que son víctimas, de que están mal pagados, de que son los explotados. Ya verás como el chivato no hace huesos viejos…! ¡Revoltoso maldito, yo me encargaré de que echen en olvido eso que llama ideas redentoras… para eso es el dinero, y cuando este falla, para eso son las balas! Y tú, desgraciao, arrodíllate. ¡Voy a enseñarte algo más efectivo que la doctrina de ese apóstol muerto de hambre…! Pero arrodíllate, grandísimo cabresto…!

Hoy no sé hasta dónde los maestros promueven una actitud de rebeldía o desobediencia como un medio para un bien, quizá mínimo, como lo es la dignidad. Para Thoreau la desobediencia es incluso un sinónimo de denuncia, es el reflejo de que algo está funcionando mal, el síntoma de un malestar. Ya sé, cuesta trabajo contradecir a Thoreau a pesar de los muchos años transcurridos. Lo cual muestra por otra parte, como dice Fadanelli, el lento avance de la sociedad en largos períodos de tiempo, pues son centímetros lo que nos movemos en realidad. Pero, volviendo a la “desobediencia”, ésta tiene sin lugar a dudas una importancia histórica para el desarrollo en cualquiera de las dimensiones humana.

¿La sociedad hubiera tenido algún progreso si exclusivamente se haya construido desde la obediencia? ¿Los pueblos latinoamericanos, la raza negra, las mujeres, la población LGBT, los indígenas, los obreros, los campesinos, los estudiantes, etc., habrían logrado un reconocimiento (todavía en deuda en varios sentidos) social, político y económico si hubieran mantenido una actitud sumisa? ¿La clase política o la económicamente poderosa habrían reconocido y garantizado de manera paulatina, los famosos derechos humanos a las llamadas minorías o clases sociales desfavorecidas? ¿Las expresiones artísticas tendrían la diversidad si se hayan mantenido apegadas a los cánones?

Se necesitó de un alto grado de inconformidad, desobediencia y valor (por su puesto) para transgredir las estructuras políticas, legales, morales, artísticas (públicas y privadas) y mejorarlas a la fuerza; para lograr la mayoría de los grandes progresos humanos, aún visibles en el paisaje urbano. La subversión es necesaria cuando la arbitrariedad, le prepotencia, la ineptitud, la injusticia, la cerrazón, se vuelven pautas de conducta de los dirigentes, autoridades, representantes, jefes, o cual sea el rol de poder que alguien ostente. Por raro que parezca hasta la Constitución contempla el derecho a la desobediencia.

Estoy de acuerdo con Sartre en aquello de que muchas veces no podemos elegir nuestra situación pero sí podemos elegirnos en situación. No sé por qué, hablando de autoridad, me he dado cuenta de que yo no puedo ser alguien bueno cuando alguien malo me dirige. Eso es un problema, una maldición; lo sé, pero cuando alguien no tiene la autoridad en el sentido de ser respetable, admirable, ejemplar, no puedo ser obediente. No sé si a ustedes les suceda lo mismo.

Y cuando los “pelones” preguntaban furiosos por el vil asesino, los rancheros encogiéndose de hombros contestaba:

¡Pos quén sabe, amo; se jue atajo arriba!

¡Y se perdió en el sol!- agregaba el maestro del pueblo.

 

 

 

 

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