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Nomenclaturas religiosas

Por 19 octubre, 2021Líderes de Opinión

Pbro. Lic. Armando González Escoto • Director de Publicaciones del Sistema UNIVA

 

De tiempo en tiempo resulta interesante revisar las nomenclaturas y lo que éstas significan en materia religiosa. En el ámbito de la civilización occidental la religión más extendida ha sido el cristianismo, dentro de éste, el catolicismo dio enorme prestigio a la palabra “iglesia”, que en la Sagrada Escritura aparece como “asamblea”. Fue tan común el uso de dicho término entre todos los teólogos de la antigüedad que finalmente “iglesia” acabó siendo lo que hoy se denominaría una marca tan afamada que todo nuevo grupo que surgía buscaba intensamente denominarse también “iglesia”.

Ciertamente una de las más graves debilidades del cristianismo ha sido su tendencia a dividirse en un sinnúmero de agrupaciones que de inmediato se han apropiado del término “iglesia” añadiéndole un nuevo apellido. Desde la antigüedad se hizo necesario aclarar los términos para evitar confusiones: Iglesia era la más antigua y original comunidad de creyentes en Cristo, todo grupo que se separara de ella sería denominado “secta”, justo porque “secta” significa “separado”.

El fenómeno del protestantismo en el siglo XVI dio origen a un nuevo término: “confesión”, aplicado a las grandes comunidades surgidas de la reforma luterana, sólo que esta reforma se atomizó a una increíble velocidad hasta constituir en el presente más de ocho mil asociaciones distintas y opuestas entre sí que buscaban llamarse “iglesias” y además, “cristianas”.

Ante este caos de nomenclaturas, las confesiones protestantes europeas, unidas a las iglesias orientales, constituyeron en 1948 el Consejo Mundial de las Iglesias, organización nacida en Ámsterdam y cuya sede actual se ubica en Ginebra, Suiza. Para formar parte de este consejo, las comunidades interesadas deben cumplir por lo menos con dos condiciones: aceptar la divinidad de Cristo y renunciar a hacer proselitismo entre cristianos. Por estas condiciones, ni los testigos de Jehová ni los luzmundanos pueden ser miembros, ya que niegan la divinidad de Jesús, y se dedican a captar adeptos entre personas que ya son cristianas. Desde luego muchas otras sectas estarían en la misma situación.

De hecho, en el pensamiento cristiano actual del Consejo Mundial, la gran diferencia entre Iglesia y secta radica justamente en el tema del proselitismo; sectario es el que aprovechando la debilidad formativa de otros cristianos trata de atraerlos hacia su grupo, como si se tratara de una faceta más del libre comercio y del libre mercado, donde lo importante es hacer crecer a la empresa independientemente de los medios de que se valgan.

Recientemente, investigadores del Colegio de México y del Instituto de Investigaciones Sociales han perfilado algunas de las características de las sectas: culto a la personalidad, secretismo, sometimiento de la conciencia, aislamiento, manipulación, censura, desprecio de las reglas, control grupal, maniqueísmo, deseo de exclusividad, búsqueda de respaldo en el poder político, etc.

Esta ansiedad por parecer y aparecer, síntoma del síndrome sectario, hace a muchos de estos grupos desarrollar acciones neuróticas que rayan en la esquizofrenia grupal, pero también los lleva a coludirse con el poder, al costo que sea, pues para ellos los principios y los valores son secundarios, y deben someterse a los intereses “superiores” de la secta.

 

Publicado en El Informador del domingo 17 de junio de 2019

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