Jesús, siendo Dios, tomó la forma de siervo, dándonos el ejemplo de cómo vivir plenamente en el servicio al prójimo, entregándonos cada día para hacer lo mejor por los demás.
Imagina un mundo donde todo estuviera basado en el servicio, pero no de manera interesada, sino genuinamente desde el corazón, buscando siempre el bien del otro. Sin duda, las cosas serían muy diferentes. Este evangelio nos invita a estar siempre dispuestos para el prójimo, entendiendo que nuestra verdadera plenitud radica en el bien del otro.
El servicio es un acto de amor que nos pone en relación y en acción al mismo tiempo. Nos ayuda a superar las barreras que convierten las buenas intenciones en meras ideas, llevándonos a la práctica. Al final de nuestra vida, cuando hayamos cumplido nuestra misión, podremos presentarnos ante Dios con las manos llenas, como siervos que hemos hecho lo que se nos encomendó.
El servicio también nos invita a ser conscientes de que no somos indispensables, que hay cosas que no dependen de nosotros. Nos llama a confiar en los demás, pero sin perder de vista nuestro encuentro diario con Dios, de quien aprendemos a entregarnos al prójimo, incluso hasta la muerte, como lo hizo Jesús.
Ayúdame, Señor, a ser servidor de los demás como tú lo eres.