¡Excelente inicio de semana, comunidad UNIVA! Hoy Jesús nos presenta la parábola del sembrador, un mensaje lleno de profundidad y riqueza espiritual. Dios quiere sembrar su Palabra en nuestros corazones, y aunque podamos estar familiarizados con esta parábola, reflexionemos sobre algunas de sus implicaciones.
En el campo, lo que sembramos son semillas: pequeños granos que contienen en sí mismos el potencial de la vida. A pesar de su fragilidad y pequeñez, encierran una fuerza que supera su apariencia. Así es la Palabra de Dios: detrás de lo que parecen “simples” palabras humanas, está el potencial de la vida eterna que crece en el corazón del hombre.
Sin embargo, para que una semilla crezca y dé fruto, necesita un terreno adecuado y cuidados específicos. De la misma forma, tras escuchar y acoger la Palabra de Dios, no basta con sacar conclusiones rápidas o superficiales. Es necesario alimentarla con la oración y la meditación, regarla con el agua de la gracia de Dios que recibimos en los sacramentos, y nutrir el terreno con formación, preparación y ejercicios espirituales.
El crecimiento de la semilla hacia una planta fuerte y fecunda requiere un proceso, y cada etapa tiene sus propias necesidades. Por eso, es importante ser conscientes del camino que la Palabra de Dios recorre en nuestro corazón y buscar el acompañamiento adecuado para discernir qué necesita en cada momento.
El proceso de maduración de la Palabra en el corazón humano es profundamente personal y artesanal. El primer agricultor es el Espíritu Santo, pero nosotros también debemos colaborar preparando la tierra de nuestro corazón. Preguntémonos: ¿Qué tan fértil es el terreno de mi corazón para recibir la semilla de la Palabra? ¿Estoy creando un ambiente adecuado para que crezca, se desarrolle y dé fruto abundante?