
Además de los esfuerzos políticos, económicos, tecnológicos y científicos para mitigar los impactos del cambio climático, hoy más que nunca es necesario buscar medidas resilientes para abordar esta crisis, proteger a las personas y, sobre todo, preservar los ecosistemas. Estos sistemas naturales poseen, por sí mismos, una riqueza de especies y una variedad de servicios ecosistémicos que benefician a los seres humanos mediante procesos como la purificación del aire, la regulación del clima y la provisión de recursos. Además, tienen la capacidad intrínseca de asimilar tensiones, presiones y perturbaciones, permitiéndoles resistir y adaptarse al cambio. Esto es lo que C. S. Holling describe en su artículo Resiliencia y estabilidad de los sistemas ecológicos, donde define a los ecosistemas como verdaderos ejemplos de resiliencia.
Es importante destacar que los ecosistemas incluyen tres componentes fundamentales para comprender sus procesos naturales:
1. Resistencia: Son sistemas que pueden tolerar impactos naturales o provocados.
2. Recuperación: Poseen la capacidad de recuperarse tras perturbaciones.
3. Transformación: Siguen una línea histórica de cambio que les permite adaptarse a nuevas condiciones futuras.
En este contexto, la reciente cumbre conjunta entre la Pontificia Academia de las Ciencias y la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, titulada De la crisis climática a la resiliencia climática, celebrada en el Vaticano, ha dado lugar a una propuesta innovadora. Durante este encuentro, líderes de diversas ciudades, pueblos y provincias firmaron el Protocolo Planetario para la Resiliencia al Cambio Climático (P2C2R, por sus siglas en inglés). Esta iniciativa, respaldada por académicos como Veerabhadran Ramanathan (University of California, San Diego), Joachim von Braun (University of Bonn) y Marcelo Suárez-Orozco (University of Massachusetts, Boston), hace un llamado a complementar la mitigación de emisiones con la adaptación y la transformación social para enfrentar de manera integral el calentamiento global.
“Necesitamos -afirman los autores- complementar la mitigación y la adaptación con la transformación social para sobrevivir, prosperar y evolucionar hacia una forma de vida sostenible. Esta evolución es esencial para construir y proteger un planeta habitable para nuestras futuras generaciones.”
Es importante recordar que la adaptación tiene tres objetivos fundamentales:
· Reducir la sensibilidad al cambio climático.
· Disminuir la exposición a las amenazas climáticas.
· Mejorar la capacidad de adaptación de las comunidades.
Es fundamental que se dé igual prioridad tanto a la mitigación como a la adaptación, especialmente cuando esta última no solo se centra en la salud pública física, sino que también incluye la salud mental y el bienestar integral. Según el Papa Francisco, la transformación social, como el tercer pilar del principio MAST, es comparable a una «conversión ecológica».
Por ello, el Papa Francisco ha advertido sobre la falta de acciones concretas para cuidar nuestra «casa común», señalando que, con el paso del tiempo, «no tenemos reacciones
suficientes mientras el mundo que nos acoge se va desmoronando, quizás acercándose a un punto de quiebre». Como recordaron los obispos africanos, el cambio climático es un «impactante ejemplo de pecado estructural».
En su reciente Exhortación Apostólica Laudate Deum, el Papa nos invita a, al igual que Jesús, estar atentos a la belleza del mundo, que refleja el amor divino en cada hoja, en cada camino, en cada rostro humano. Nos recuerda que «el universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo», y que, por lo tanto, «hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre. El mundo canta un Amor infinito, ¿cómo no cuidarlo?».