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Fidelidad: Fructificación de los dones

La parábola de las monedas se sitúa en un momento decisivo del Evangelio de Lucas: Jesús se aproxima a Jerusalén y la multitud piensa que el Reino de Dios aparecerá de manera inminente. Para corregir esa expectativa demasiado terrena, Jesús propone un relato que ilumina la verdadera dinámica del Reino: un tiempo de espera activa, responsabilidad y crecimiento interior. El personaje central es un hombre de noble linaje que parte a un país lejano para recibir la dignidad real. Esta figura representa claramente a Cristo, quien tras su muerte y resurrección volverá al Padre para ser constituido Rey, y después regresará en gloria. La parábola, por tanto, describe el tiempo intermedio entre la ascensión del Señor y su venida final: el tiempo de la Iglesia, nuestro tiempo.

Antes de partir, el noble entrega a sus siervos una moneda cada uno. Es significativo que todos reciban la misma cantidad. En Lucas, la moneda simboliza el don común confiado a todos los discípulos: la fe, el Evangelio, la gracia que se ha depositado en cada corazón. El mandato es claro: “Inviertan este dinero mientras regreso”. La fe no se conserva simplemente; debe producir fruto. La vida cristiana no es un ejercicio de defensa o conservación, sino de creatividad espiritual, caridad activa y misión.

Cuando el rey regresa, llama a sus siervos para rendir cuentas. Los dos primeros han hecho producir su moneda con generosidad. La recompensa que reciben —autoridad sobre diez y cinco ciudades— es desproporcionada respecto al capital inicial. Esto revela cómo actúa Dios: multiplica lo pequeño y premia la fidelidad humilde. Lo decisivo no es el volumen de resultados, sino la disposición interior del discípulo que hace lo que puede con amor. El tercer siervo, en cambio, no ha perdido la moneda, pero la ha esterilizado. Su causa no es la incapacidad, sino el miedo. Tiene una imagen distorsionada del señor, a quien considera duro y exigente. Esa visión lo paraliza y lo vuelve infecundo. Esta es una enseñanza profunda de la parábola: la esterilidad espiritual nace de una imagen equivocada de Dios. Quien lo percibe como amenaza termina escondiendo la vida; quien lo reconoce como Padre se atreve a dar frutos.

La frase final —“al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará”— expresa que la gracia crece cuando se vive activamente y se debilita cuando se encierra. La vida cristiana es dinámica: si no se ejercita, se atrofia.

Así, la parábola nos invita a preguntarnos qué hemos hecho con la moneda recibida. Dios no pide éxito, sino fidelidad; no perfección, sino entrega. Nuestra misión es simple y profunda: no guardar a Dios en un pañuelo, sino dejar que transforme nuestra vida en fruto para el Reino.