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A doce años del pontificado del Papa Francisco: Un Pacto Educativo Global

Con el Habemus Papam, el cardenal Jorge Bergoglio se convirtió en el 266° Papa bajo el nombre de Francisco, en honor a san Francisco de Asís, cumpliendo este jueves 13 de marzo 12 años de papado.

Inició un pontificado impulsando una reforma de la curia romana, al considerar que el Praedicate Evangelium es tarea y primer servicio que la Iglesia presta a cada hombre y a la humanidad, para lograr una Iglesia pobre para los pobres, que escucha, tal como lo expresa en la Constitución Apostólica Episcopalis Communio, sobre el Sínodo de los Obispos, y que tiene un rostro de sinodalidad.

La palabra sinodalidad deriva del concepto sínodo, que significa “caminar juntos” y que conjunta dos dimensiones fundamentales para la Iglesia: por una parte, la dimensión “comunitaria” (grupo, comunidad o sociedad); por la otra, la dimensión “dinámica” (camino, peregrinación o misión). Es decir, con ello se constituye el sentido ontoteleológico de que la sinodalidad “es un estilo o modo de ser Iglesia”. La sinodalidad expresa la esencia misma de la Iglesia; expresa su realidad constitutiva en el sentido de salida, es decir, que está orientada a la evangelización. De aquí, sus tres verbos teológicos y pastorales:

  1. Comunión (koinonía),

  2. Participación (parresía), y

  3. Misión (ad gentes).

Visibilizó la crisis de refugiados y desplazados, incluyó al diferente e invitó a volver a considerar la pobreza como centro del Evangelio y a mirar hacia las periferias existenciales.

Exhortó a seguir viviendo la alegría del amor en las familias, a acercarnos a la santidad en la vida cotidiana y a vivir la juventud con esperanza: “la familia es escuela de humanidad”.

Encontró en la figura del buen samaritano la inspiración para acoger al otro y para impulsar la fraternidad y la amistad social, más allá de las barreras socioculturales, políticas, económicas y religiosas, porque cuando no se aprecia lo específico del corazón, perdemos las respuestas que la sola inteligencia no puede dar, perdemos el encuentro con los demás, perdemos la poesía. Y nos perdemos la historia y nuestras historias, porque la verdadera aventura personal es la que se construye desde el corazón. Al final de la vida contará solo eso. En otro sentido: “el corazón tiene el valor de ser percibido no como un órgano separado, sino como centro íntimo unificador y, a su vez, como expresión de la totalidad de la persona”.

Invitó no solo a cuidar la casa común —“al pensar en la responsabilidad que tenemos con las generaciones futuras, y en el mundo que queremos dejar a nuestros niños y jóvenes”—, sino también a unirnos todos como familia en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, siempre y en todo momento, con una visión pedagógica. Porque: “la educación es siempre un acto de esperanza que, desde el presente, mira al futuro” y “la educación es una realidad dinámica, un movimiento que saca a la luz a las personas, a abrirse a la trascendencia y a apreciar las diferencias”.

El Papa Francisco nos convoca a unir esfuerzos para realizar una transformación cultural profunda, integral y de largo plazo a través de la reconstrucción del Pacto Educativo Global: “estoy convencido de que todo cambio necesita motivaciones y un camino educativo”.

Ante las circunstancias que vivimos, la educación es una de las formas más efectivas de humanizar el mundo y la historia. Además, se propone como el antídoto natural a la cultura individualista y del descarte.

Cada cambio necesita un camino educativo que involucre a todos, y para ello se requiere construir una aldea de la educación, donde se comparta en la diversidad el compromiso por generar una red de relaciones humanas; una alianza que suscite paz, justicia, fraternidad, solidaridad y la responsabilidad de poner en el centro de todo proceso educativo, formal e informal, a la persona.

Dice un proverbio africano: “para educar a un niño se necesita a una aldea entera”.

Contar con una comunidad de personas e instituciones que impidan la desintegración de la identidad de la persona, porque “educar no es una profesión, sino una actitud, un modo de ser, un salir de sí mismo y de acompañamiento del joven”.

En la Universidad, como comunidad, confluyen dos universos en diálogo y en crecimiento: el mundo del conocimiento y el mundo del hombre; característica de las universidades “en salida”, porque asumen la tarea de anuncio, de una cultura del encuentro y de opción por los descartados. Tal como se expresa en Spes non confundit (la esperanza no defrauda): “Mirar el futuro con esperanza también equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás, como universidad, una alianza social para la esperanza que es inclusiva e integral”.

“La Universidad es una frontera que nos espera, una periferia en la que hay que acoger y aliviar las pobrezas existenciales del hombre”, al recuperar el sentido de la dignidad infinita en sus cuatro acepciones:

  1. Dignidad ontológica, que corresponde a la persona como tal por el mero hecho de existir y haber sido querida, creada y amada por Dios. Esta dignidad no puede ser nunca eliminada y permanece válida más allá de toda circunstancia en la que puedan encontrarse los individuos. Es el valor inalienable de la persona humana.

  2. Dignidad moral, que se refiere al ejercicio de la libertad por parte de la criatura humana.

  3. Dignidad social, que alude a las condiciones en las que vive una persona.

  4. Dignidad existencial, referida a situaciones de tipo existencial. Es decir, no solo por las condiciones materiales, sino también por las razones que dificultan vivir con paz, con alegría o con esperanza. O bien, en otras situaciones como la presencia de enfermedades graves, de contextos familiares violentos, de ciertas adicciones patológicas y de otros malestares que llevan a alguien a experimentar su propia condición de vida como “indigna”, frente a la percepción de aquella dignidad ontológica que nunca puede ser oscurecida.