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También elegiría ser langosta, una auténtica langosta

Mtra. Alejandra Reyes Díaz ∙ Líder de Comunicación Estratégica del Sistema UNIVA

 

Hace poco, un buen amigo me recomendó ver “La Langosta”. Admito que pasaron un par de semanas antes de que pudiera recordar su sugerencia. Entre el ajetreo de la vida diaria, donde cada minuto libre parece ser un privilegio, mis horas se vieron consumidas por el trabajo extra en casa, comer un poco y dormir. Sin embargo, cuando decidí sumergirme en el sillón y adentrarme al extraño universo de esta película, no esperaba llegar a un paisaje distópico donde el amor fuese una moneda de cambio, la soledad una condena y la conformidad una necesidad. Yorgos Lanthimos, director de la película, no solo desafía las convenciones narrativas, sino que también plantea preguntas sobre la naturaleza humana y nuestras ansias de conexión en un mundo cada vez más deshumanizado.

En este universo surrealista, los solteros tienen un plazo límite para encontrar pareja (45 días, ¿lo pueden creer? Esta búsqueda puede llevarte toda una vida y, aun así, no incluye póliza de garantía); pero volvamos a la trama, de no encontrar compañera o compañero, estos solitarios son transformados en un animal de su elección. Sin duda, una premisa (algo extravagante) que sirve como punto de partida para explorar las presiones sociales que enfrentamos en la búsqueda del amor y la aceptación.

Cargada de absurdos y humor negro, esta película nos confronta con nuestras propias expectativas y ansiedades en las relaciones humanas. Nos invita a reflexionar sobre hasta qué punto estamos dispuestos a llegar para encajar en las normas impuestas por la sociedad, incluso sacrificando nuestra propia identidad y autonomía.

Con una crítica mordaz a la obsesión por encontrar pareja y a la superficialidad de las relaciones modernas, en este mundo, el amor se convierte en una mercancía, una transacción fría y calculada donde la compatibilidad se mide en términos de habilidades compartidas y características vanas.

Sin embargo, a pesar del cinismo y gelidez que prevalece también encontramos destellos de esperanza y humanidad. A medida que la historia avanza, presenciamos actos de rebeldía y resistencia contra las normas establecidas, así como momentos de verdadera conexión y empatía entre algunos de los personajes. Estas palabras, rebeldía, resistencia y empatía, resuenan en mí como notas de un mismo acorde, aunque me parece necesario agregar amor o justicia como elementos que las amalgamen y de cierto modo, las justifiquen.

En fin, «La Langosta» me hizo reevaluar el verdadero significado del amor y la individualidad, dejándome en claro que, para tiempos tan revueltos como los nuestros, resulta crucial aferrarnos a nuestra calidad humana y a luchar por la autenticidad, incluso si eso significa nadar contra la corriente.

«La Langosta» resultó ser una poderosa reflexión sobre la búsqueda incesante del amor y la identidad en un mundo absurdo y despiadado. Pero también, un recordatorio de que, incluso en medio del caos y la irracionalidad, siempre hay espacio para la esperanza y la resistencia.

Como dato adicional, consideré cómo sería mi presentación si tuviera que adaptarla al tema de la película. Imagino que sonaría algo así: Tengo miopía y astigmatismo, ambos en un grado que requeriría de intervención quirúrgica, pero he pospuesto el procedimiento por miedo. Mi mente suele pensar en muchas cosas al mismo tiempo, así que me creo incapaz de enfocar la mirada en un punto fijo por los minutos que dure la operación. Además, ¿qué sucedería si no lo logro?… No he investigado la respuesta a esa pregunta, pero he decidido conscientemente y sin consultar a ningún especialista, continuar con mi vida llevando algunas dioptrías defectuosas, como quien escribe un ensayo sobre la ceguera.

Y hablando de ceguera, quizás el amor si debiese ser ciego. De ser así, agudizaríamos nuestros demás sentidos, tal vez percibiríamos al mundo con mayor conciencia, nuestra piel sería más sensible al tacto, tendríamos un olfato más agudo para discernir la bondad en las personas y escucharíamos con mayor intensidad los latidos de nuestro corazón.

Trataré de guardar mis lentes de vez en cuando, pero ya sea humana o langosta, no renunciaré a la autenticidad.

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