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¿Qué significa negarse a uno mismo? (Cristo y la kénosis)

Mtro. Juan Manuel Madrigal Miranda • Docente, UNIVA Zamora

 

Miles de años antes de Jesús de Nazaret, los seres humanos ya hacían sacrificios para purificarse de sus pecados, para limpiar su conciencia y cuerpo. Hacían penitencia, actos reconciliadores con Dios, pues ya se entendía que Dios es amor y justicia social. Se sacrificaban animales y al propio cuerpo. Había la conciencia de que la vida vive de vida, y que la sangre contenía la esencia de lo vivo, pero ya desde los tiempos del Antiguo Testamento se dibujaba que Dios prefiere la misericordia a los sacrificios de sangre, y también el profeta Isaías bosqueja el gran poder de un “Don Nadie”, de quien “se da a sí mismo en expiación”, “sin abrir la boca” (Is. 53). “Expiar” es rescatar, salvar, religar la unidad.

Con Cristo todo queda claro, quien pierde su vida por Él, la gana, seguirlo requiere negarse a sí mismo y tomar la cruz cada día (Lc. 9, 23s). San Pablo ahonda en el punto: Cristo siendo rico (Hijo de Dios) se hizo pobre para enriquecernos con su “pobreza”, “se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo”, “se rebajó a sí mismo” (Flp. 2,3-8; 2 Co 8,9). En griego, vaciar, rebajar, condescender, es kénosis. Así, la esencia de la espiritualidad y sabiduría de Cristo es la kénosis. Esto no puede entenderse a profundidad si no se clarifica qué es el ego (yo inferior) y el yo superior (“mente de cristo” -decía san Pablo, 1 Co. 2).

De los teólogos católicos actuales, es el P. Ignacio Larrañaga uno de los que más han profundizado en la relación del ego con el amor crístico (ágape) (Del Sufrimiento a la Paz, Ed. San pablo, México, 2004, 20.ª ed., pp. 145-200). Esta relación es crucial pues la raíz del mal es confundirnos con nuestro ego, fuente del pecado y la violencia pues impide que hagamos la voluntad de Dios. ¿Qué es el ego?

El ego es el núcleo del egoísmo, el camino contrario al amor, El egoísmo es el conjunto de creencias que nos impiden amar y ser justos, es el sustento del ego. Posiblemente, la más hermosa definición del amor maduro es la de san Pablo (1 Co. 13): el amor es paciente, bondadoso, humilde, objetivo, no busca lo suyo, es confianza y esperanza absolutas. El amor es el espíritu eterno de fusión total y definitiva: Dios, la Trinidad. Decía el gran genio matemático, católico, Pascal, que “El ego es injusto en sí, porque se hace centro de todo, y es incómodo para los demás porque intenta someterlos, ya que cada ego es enemigo y quisiera ser el tirano de los otros”. El ego es narcisista, avaricioso, hedonista, neurótico, y la raíz de la violencia abierta y discreta.

El ego es la fuente de Los Siete Pecados Capitales (ira ciega, envidia, avaricia, gula pereza, lujuria y soberbia). ¿Cómo se forma el ego (falso yo)? El P. Ignacio Larrañaga con gran profundidad muestra que el ego es un olvido, una falta de atención a nuestra imagen y semejanza con Dios (nuestro yo verdadero), pues al olvidarnos de que estamos hechos para el bien, para el amor maduro, entonces nos confundimos con una falsa, ilusoria, autoimagen, es decir, giramos en torno a un centro falso en nuestra propia conciencia. Así, en vez de dar (amor) pedimos, en lugar de servir queremos que nos sirvan e idolatren.

De esta manera, en lugar de querer ser bondadosos, justos, pacientes, pacíficos y tiernos, deseamos que nos admiren, mantengan, atiendan y obedezcan irracionalmente. El ego busca el sentido de la vida en la fijación (adicción) a los placeres materiales, en la posesión, y en la ilusoria búsqueda de seguridad en lo transitorio (objetos y uso de personas).

Es cierto lo que nos dice Jesucristo: el que busca su vida en lo creado y en su imagen como ego, pierde su verdadera vida, es decir, su vida con Dios, la paz eterna que solamente mana cuando hacemos la voluntad de Dios: ser alegres sirviendo de alimento benigno y de “sal” en el acontecer diario de este milagro y misterio que llamamos “vida”.

Dios siempre se está negando a sí mismo, ¿cómo es esto? Dios no tiene necesidad de la Creación, ni de la naturaleza, ni de los seres humanos, pero como es infinitamente bondadoso, creativo, y nada puede contener su amor, entonces se derrama (Logos, Cristo) negando su propia completud, unidad… y sale el sol, despertamos cada mañana, abrimos los ojos acariciados por los tibios rayos, y los jilgueros y gallos cantan sintiendo el poder vital y alegría de la gracia divina. Esta es la kénosis trinitaria, cósmica.

Este manar, fluir, de la Trinidad, se reproduce a escala personal en la conciencia de cada uno de nosotros, en la forma de una elección, decisión: escucho a mi centro ilusorio (ego) o a mi núcleo verdadero (yo superior, Dios). Así, el corazón de la disciplina espiritual es una forma de atención y de concentración, a la esencia o a la apariencia. Negarse a uno mismo es negar la insaciabilidad del ego, quien se entrega ciegamente a los estímulos que nos bombardean incesantemente por los cinco sentidos y por la memoria. Cuando educamos la percepción y vemos a la Trinidad en cada persona y cosa, entonces estamos ante el esplendor del Dios vivo, los sentidos contemplan su gloria.

Negarse a sí mismo es vaciar al ego, es realizar lo que el P. Larrañaga llama el “vacío mental”, el cual es la oración de silencio que tanto apreciaba la madre Teresa de Calcuta. Vaciar al ego es hacer espacio para que el Espíritu Santo haga coincidir a nuestra voluntad con la de Dios. Este silenciamiento viene con la renuncia a la hiperactividad y a la mala voluntad, con la serenidad, la devoción a Cristo, el trabajo por la justicia social, y con el cultivo de la atención al aquí y ahora no conceptual, a estar presentes en lo que hacemos. De esta manera estamos en oración continua no verbal. No hay derrota posible para quien niega su ego, entregándose a la voluntad de Dios. Negarse a sí mismo es el sacrificio crístico por excelencia.

 

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