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La distracción, una enfermedad de transmisión social

Carlos A. Lara González · Analista de la comunicación y la cultura. Alumni de la Licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación, UNIVA Guadalajara. Premio Santiago Méndez Bravo al Comunicador del Año 2022.

 

Si los padecimientos y comportamientos digitales fueran una enfermedad, serían las primeras enfermedades de transmisión social del siglo XXI. Citaré solo la pulsión escópica, el insomnio digital y el coste de cambio, tres de los padecimientos más severos, particularmente en el sector infantojuvenil. En las aulas generan una alarmante reducción de la franja atencional, esa capacidad de concentración en la información relevante que se recibe sin caer en la distracción. La omnipresencia de las pantallas nos ha hackeado la atención, como bien dice Johann Hari en un reciente trabajo titulado El valor de la atención.

En países como Francia han vuelto a la lectura en voz alta y a la escritura a mano en su política educativa. España acaba de anunciar el primer acuerdo social para un Pacto de Estado (si el Congreso lo aprueba), orientado a proteger a los menores de las pantallas. Participan fiscales, expertos y organizaciones de la sociedad civil, quienes están de acuerdo en limitar el uso de los teléfonos en colegios, verificar la edad de los usuarios y responsabilizar a empresas tecnológicas sobre los daños causados al sector infantojuvenil. Tanto Francia como España han legislado ya el derecho a la desconexión digital en el ámbito laboral.

Japón, por su parte, tiene un alto desarrollo tecnológico, pero la tasa de tiempo en pantalla más baja del mundo entre sus ciudadanos (debido a una medida legislativa). En Estados Unidos, algunos estados han comenzado a limitar el acceso del sector infantojuvenil a las redes sociales. Utah fue el primer estado en restringir el acceso de los menores a redes sociales. El presidente Biden pidió, en su discurso sobre el Estado de la Unión, leyes orientadas a prohibir a las empresas tecnológicas recopilar datos de menores. Legisladores del estado de California han aprobado su propia ley sobre datos infantiles con medidas como las ya mencionadas.

Ahora bien, qué nos hace pensar que son las mejores medidas estatales. Es decir, por qué necesariamente tendría que intervenir el Estado. En lo personal, considero debe ser una medida tripartita. A partir de un modelo coeducativo en que el Estado participa mediante los ministerios de educación, los padres como cotutores y los alumnos como estudiantes.

Ha llegado el momento de implicarse en la educación de los menores. Sí, de enseñarles la utilidad educativa, social y recreativa de los dispositivos y las redes sociales, lo cual comporta una participación coeducativa tan presente como la omnipresencia de las pantallas a su alrededor. Si no acompañamos y mediamos en este proceso, veremos empobrecido su desempeño lingüístico y su comunicación verbal; terminarán normalizando errores y carencias en las etapas formativas posteriores.

Esto es importante porque de acuerdo con el criterio de la Prueba Pisa, los estudiantes que cumplen con los estándares óptimos son los que pueden comprender textos extensos, manejar conceptos abstractos o contrarios a la intuición y establecer distinciones entre hechos y opiniones, con base en ideas implícitas relacionadas con el contenido o la fuente de la información. Todo esto requiere paciencia y preparación por parte del profesorado, atención, concentración, dedicación y disciplina por parte de los menores, y tiempo por parte de los padres. En otras palabras, aminorar la distracción, esa patología de transmisión social que se contrae en el entorno.

En el ámbito laboral, padecimientos y comportamientos digitales como el coste de cambio, esto es, el tiempo perdido a causa de las distracciones generadas por dispositivos electrónicos y aplicaciones. Esto es, el tiempo que tardamos en recuperar el mismo nivel de atención y concentración en lo que estábamos trabajando antes de ser distraídos. Esa franja de tiempo rebasa ya los 25 minutos, según estudios de psicología laboral. Esto se debe a muchos factores, entre ellos la domiciliación del trabajo, la escuela, las relaciones sociales, el entretenimiento y hasta la comida. Esto de la mano de un desarrollo tecnológico generador de una atención comercial que carcome a la atención humana hasta perdernos en el mar de la distracción.

Diversos especialistas en la actualidad descalifican con una facilidad pasmosa a Aristóteles. Señalan que este se equivocó al decir que el hombre era un animal racional, puesto que se ha comprobado que es un ser emocional. Claro, solo habrá que recordarles que los griegos concebían dos tipos de tiempo, el tiempo kronos y el tiempo kairos. El primero era el tiempo humano, lineal; ese que se consume frente a nosotros de inicio a fin, conformando un determinado periodo. El segundo, el tiempo kairós, ese que determina el momento en el que algo importante ocurre. El acontecimiento, que termina modificando el tiempo kronos. Lo vemos en la actualidad, cuántas veces el tiempo kairós (un acontecimiento) modifica nuestra agenda del día.

Vivimos en una economía del acontecimiento que propaga padecimientos de transmisión social como la distracción. Por cierto, Platón distinguió entre el filósofo -como una persona que tenía tiempo-, de la gente del Ágora -gobernada por la prisa-. No se puede pensar desde la urgencia. Decía. Llegados a este punto, ¿podríamos preguntarnos si una persona sin tiempo es una persona que no piensa? Quizá por eso renegó Sócrates ante la inoportuna aparición del alfabeto. Cuando se tenía tiempo (kronos) razonábamos en términos aristotélicos. Hoy, gobernados por el tiempo kairós, somos notablemente emocionales.

El jurista Gerardo Felipe Laveaga Rendón, se pregunta cuál será el futuro del derecho ahora que las ciencias confirman que somos máquinas biológicas y nuestra conducta no obedece a las leyes, sino a nuestras neuronas y a nuestras hormonas. Estemos atentos porque esas conductas pueden llegar a ser verdaderas enfermedades de transmisión social.

 

Publicado en El Economista del miércoles, 10 de enero de 2024.

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