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El eterno retorno de la violencia

Por 19 octubre, 2021Líderes de Opinión

Mtro. Miguel Camarena Agudo, Proyectos Sociales y Religiosos • Plantel Guadalajara

 

La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que ha de repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial?

                                                                                                            Milan Kundera

 

En un artículo titulado México: la tormenta perfecta Enrique Krauze nos dice que tal parece que nuestro país cada cien años tiene una cita con la violencia generalizada. Para justificar tal dicho, como el excelente historiador que es, Krauze hace referencia a los movimientos de insurrección: la Independencia en 1810 y la Revolución Mexicana en 1910. También menciona dos datos característicos de éstos: su duración de aproximadamente 10 años y el enorme derramamiento de sangre, doscientas mil personas muertas en la primera conflagración y por lo menos un millón en la segunda. Ahora bien, estos hechos a la postre, ni fueron el final de la sangría ni fueron procesos donde se haya consolidado la paz social en nuestra patria, por un período prolongado. Por el contrario, tanto en el siglo XIX como en el siglo XX, los conflictos y los enfrentamientos violentos no cesaron.

A cien años de la Revolución y a doscientos del movimiento de Independencia se suscita un nuevo contexto de violencia en nuestro país, confirmándose la hipótesis de Krauze sobre lo cíclico de la historia. La catástrofe se ha vuelto a repetir, el eterno retorno de un cierto estado de las cosas nos vuelto ha sacudir. Pero a diferencia de los dos eventos ya mencionados, la naturaleza de éste no es política y su duración ya revasó la decada, sin indicios de llegar a su fin. Muestra de ello son las múltiples y continúas tragedias que superan nuestra capacidad de imaginación, así como, su grado de deshumanización.

Esta idea ciclica de la historia, tiene su máxima expresión en el pensamiento del filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Respecto al concepto del eterno retorno nietzscheano, Milan Kundera nos ofrece una interpretación confeccionada a la medida de nuestra violenta realidad:

El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida desaparece de una vez y para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo XIV que no cambió en nada la faz de la Tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros.

Hay dos características de esta interpretación que son dramáticas, por un lado la intrascendencia e infravaloración de la vida humana y por el otro la levedad del ser en un proceso turbulento como el actual. Porque esta encarnizada coyuntura, ni es producto de una lucha por la libertad ni de una confrontación ideológica. Es producto, más bien, del propio capitalismo que ha degenerado (gracias a su más alto ideal: el fin de lucro) en diversar expresiones, tales como; el narcotráfico, el contrabando de armas y la trata de personas; sin dejar de lado la imperante corrupción política. Todos estos negocios comerciales de alta actividad productiva y de rédito están presentes en lo largo y ancho de nuestro país.

El grave problema de estas actividades ílicitas, es la enorme cantidad de víctimas, así como, las formas y métodos que utilizan los grupos en disputa por el control de los mercados internos o las llamadas plazas. Pues estas actividades no se reducen a que alguien gane y otro pierda, como sucede en el mercado internacional, sino, a que alguien continuamente esté mueriendo. Las cifras de homicidios dolosos en nuestro país superan hoy en día incluso a conflictos bélicos como la Guerra de Vietman y del Golfo Pérsico. Y sí, miles de personas fallecidas en México pertenecen al crimen organizado, a la policía, al ejército, etc., muchas otras son personas inocentes. Pero que al final de cuentas, el sacrificio de todas ellas está marcado por el absurdo. Pues no hay comparación con los fines y los propósitos de las luchas del pasado como lo fueron la libertad, la igualdad, la dignidad y la justicia. Los fines y propósitos actuales si es que así se les puede denominar; son de un absurdo insoportable y una esterilidad insalvable. Pues nada debería estar por encima de la vida, cuyo valor inalienable fue establecido en los albores del Estado moderno ya hace más de doscientos años en Francia.

Porque si bien la vida, nuestra vida, ésta que tenemos, es única e irrepetible, y hoy no se le está dando su preciso valor. Pero tampoco la muerte tiene su justo valor. No sólo la vida, también la muerte se ha banalizado. Se les ha quitado todo profundo significado. Se han mercantilizado, se les ha puesto un precio. Primero por los dueños del capital, que le dan un ínfimo valor al tiempo de trabajo y vida que alguien invierte para subsistir, segundo por aquellos que poseen los medios de producción de la violencia. Los primeros contribuyen a crear las condiciones o el caldo de cultivo, para que los segundos se abastezan. En los dos contextos, el ser humano es un objeto susceptible de sustituirse, reemplazarse, intercambiarse, aniquilarse, cada cual con sus propias maneras.

Por esas y muchas razones más, nuestro país vive un contexto inaudito, que como ya se dijo, no tiene ningún parecido con los conflictos anteriores. Nikos Kazantzakis en una de sus novelas, señaló la terrible necesidad del ser humano de utilizar la violencia como un medio; incluso para fines libertarios.

-¡Ese es el misterio –murmuró-, un hondo misterio! Así pues, para que haya libertad en el mundo, ¿es necesario que haya también tantos asesinatos, tantas canalladas? Porque si me diera por ponerte a la vista todo cuanto hemos hecho en materia de atrocidades y crímenes, se te pondrían de punta los pelos. Y, sin embargo, el resultado de aquello, ¿Cuál fue? ¡Pues la libertad!

Pero aquí, no es la libertad, es la ambición y el poder. Aquí, las atrocidades y las canalladas se multiplican por miles, sin un elevado fin. Donde víctimas y verdugos son productos de un mismo origen, de un mismo modelo económico, político y social; causa y principio de este eterno retorno de violencia sin trascendencia.

Pero a pesar de todo, no debemos perder la esperanza cayendo en la indiferencia. No podemos aceptar el estado de las cosas como un destino irrevocable. Tenemos que resistir, aferrados de aquellos valores y principios que otros defendieron sin dar tregua. Siendo congruentes con nuestros ideales, por más difíciles que nos resulte sostenernos sujetarnos a ellos. Promoviendo el sentido de pertenencia a la especie, la cooperación por encima de la competencia; la vida compartida, sobre el tan publicitado éxito individual. El nosotros allende el yo.

Frente a esta doble afirmación de que nada de lo que ocurre hoy… es nuevo con relación a la historia en su conjunto, y que en vista de ese «eterno retorno» la única actitud razonable es la de esperar tiempos mejores, se alza la voluntad inflexible de aquellos… que no aceptan una visión pesimista de la historia universal y mucho menos de la nacional, y que por todos los medios a su alcance han luchado y seguirán luchando por mostrar que nuestro futuro debe nacer desde abajo, como el trigo o las flores, y no desde lo alto de la pirámide del despotismo… pero bien poco nos importan cuando lo único que cuenta para nosotros es este siglo, este día, esta hora en que respiramos y tenemos conciencia de la realidad, sabiendo a la vez que no quieren dejarnos respirar y que nos proponen una realidad de recambio.

                                                                                                                                                          Julio Cortázar

 

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