
Alejandro Bravo Guzmán - Jefe de Desarrollo Institucional y Sostenibilidad
Como colaborador en una universidad, constantemente me encuentro con conceptos que desafían mi comprensión del mundo. Anomia es uno de esos términos que, al escucharlo por primera vez, genera esa irresistible curiosidad que nos caracteriza como comunidad académica. ¿Qué significa realmente esta palabra que parece encapsular tantas de las tensiones sociales que observamos hoy?
Según la Real Academia Española, la anomia se define como «la pérdida o falta de normas, leyes o estructuras sociales», manifestándose como un síntoma social de crisis. Desde la perspectiva universitaria, podemos interpretar que la anomia de valores en las nuevas generaciones representa un cúmulo de cambios conductuales y adaptaciones sociales a los nuevos contextos que enfrenta la humanidad.
Un análisis profundo nos lleva a identificar un punto de quiebre fundamental: la transformación del rol de los padres. En el intento de ser “papás cool” y convertirse en amigos de sus hijos, inadvertidamente pasan a ser huérfanos normativos. Los padres son, precisamente, padres, no amigos. Este aparente acercamiento relacional ha resultado en la pérdida de la perspectiva sobre el crecimiento a largo plazo y, crucialmente, en la interrupción de la transmisión intergeneracional de los valores.
Como integrante de la comunidad académica, he sido testigo directo de los efectos de esta pérdida de valores. Vivimos en lo que Zygmunt Bauman denominó la modernidad líquida, donde nada permanece sólido por mucho tiempo, y los valores no son la excepción. En nuestros campus observamos cómo esta fluidez se manifiesta en las relaciones interpersonales y la construcción de proyectos de vida.
La anomia se manifiesta como la ausencia de valores sólidos que guíen el camino de las nuevas generaciones, creando condiciones propicias para la emergencia de pseudovalores apoyados por minorías que impiden una orientación adecuada hacia los jóvenes. Esta fractura del tejido social deteriora la cohesión, la solidaridad y la empatía, competencias esenciales que el ambiente universitario debe fortalecer.
El impacto más significativo a largo plazo es la erosión de la conciencia colectiva, esa capacidad que históricamente ha permitido la supervivencia y evolución de las sociedades. Como universitarios, tenemos la responsabilidad y el privilegio de ser agentes activos en la reconstrucción de estos pilares, integrando el rigor académico con la reflexión ética necesaria para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo.
La anomia, más que una etiqueta alarmista, es una invitación a estudiar cómo se construyen y mantienen las normas que sostienen la vida en común. Recuperar una conciencia colectiva no implica volver a modelos autoritarios, sino generar procesos deliberativos y educativos que formen individuos capaces de orientarse por valores que favorezcan la sana convivencia. Para las nuevas generaciones, la tarea es recuperar brújulas compartidas en vez de reemplazarlas por atajos efímeros.