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Ahora él goza de consuelo, mientras que sufres tormentos

Los papeles se invierten. Lázaro sufrió mucho en la tierra, pero ahora vive para siempre en la gloria de Dios, donde no hay llanto ni dolor. En cambio, el hombre que disfrutó de lujos sin Dios —como relata el evangelio de hoy (Lc. 16, 19-31)— ahora sufre eternamente.

Cuando enfrentemos el dolor y el sufrimiento, recordemos que esta no es nuestra patria definitiva, pues el cielo nos espera. Lo que sí depende de nosotros es la manera en que enfrentamos estas pruebas. Podemos elegir ser pesimistas y perdernos la oportunidad de reconocer nuestra historia de Salvación, o podemos mirar más allá y encontrar un propósito en medio de las dificultades.

Hoy quiero invitarte a poner tu mirada en Dios. El sufrimiento tiene un sentido, así como lo tuvo el de Cristo en la cruz. Él aceptó su dolor por amor, porque era el precio de nuestro rescate. Ahora bien, ¿qué sentido le damos a nuestra propia vida cuando la contemplamos desde la cruz de Cristo? ¿Cuál es la cruz que llevas en tu propia vida? ¿No crees que estas situaciones pueden acercarte más a Dios?

Seamos valientes, como María al pie de la cruz. Pidamos su ayuda para ver, en medio de las tinieblas, la luz admirable de Dios que viene a nuestro rescate. Tengamos paciencia: después de la tormenta, llega la calma. Y si, por el contrario, aumentan nuestras riquezas, no pongamos el corazón en ellas, como nos advierte el Salmo 62. En su lugar, aprendamos a compartir lo que Dios nos ha dado, acompañando a los demás en sus necesidades.