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“A la gente de este tiempo no se le dará otra señal que la del profeta Jonás” · Lc. 11, 29-32

Buen día, comunidad UNIVA. Pedir una señal a Dios es algo común, especialmente en momentos difíciles. Queremos sentir su presencia, estar seguros de su compañía y saber que vela por nosotros. Esta necesidad es válida en la experiencia de la fe; sin embargo, en el Evangelio de hoy, Jesús nos recuerda que las señales de Dios no son «pruebas» y que no estamos en posición de exigirle demostraciones a cambio de nuestra respuesta de fe.

La clave de nuestra relación con Dios debe ser el amor, no un contrato de beneficios mutuos. Por eso, Jesús denuncia a la generación de su tiempo, que le pedía señales para creer en Él. Lo preocupante no era la petición en sí, sino la incapacidad de reconocer la acción de Dios en sus vidas. Aun teniendo al Hijo de Dios entre ellos, no supieron reconocerlo, pues interpretaban la realidad desde claves erróneas: egoísmo, poder, dolor o deseo, en lugar de hacerlo desde el amor.

Hoy en día, podemos caer en la misma actitud. A veces esperamos que Dios se manifieste según nuestras expectativas, ajustándose a lo que creemos mejor para nuestra situación. Perdemos así la visión trascendente y, en consecuencia, no recibimos ninguna señal, no porque Dios no actúe, sino porque nuestros corazones endurecidos nos impiden verla. Sin una mirada de fe, cualquier otra señal solo nos alejaría más, volviéndonos menos sensibles a su amor.

En este miércoles de Cuaresma, la invitación es a abrir los ojos del corazón y reconocer las señales que Dios nos da día a día. Hagamos un verdadero examen de conciencia y, con humildad, admitamos que muchas veces quisiéramos tener a Dios a nuestro servicio. Es momento de corregir esta actitud y disponernos, en cambio, a servirle a Él.