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“El que pierda su vida por mí, ése la encontrará” (Lc. 9, 23-26)

¡Dios los bendiga, comunidad UNIVA! ¿Cuántas veces escuchamos en redes sociales, en los medios de comunicación o en nuestro entorno frases sobre la felicidad que giran en torno al amor propio, la autosuperación o el lema «primero estás tú y después los demás»? Sin duda, el amor a uno mismo es importante, e incluso la Sagrada Escritura lo menciona: “Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22, 37-39). Sin embargo, es fácil confundir el amor a uno mismo que propone el Evangelio con el amor propio que nos ofrece el mundo.

El amor propio del mundo muchas veces se centra en el imperio del yo, en la búsqueda individual de bienestar y éxito. En cambio, el amor a uno mismo que nos enseña Jesús sigue un orden distinto: Dios primero, el prójimo después y, como fruto de ese amor, encontramos nuestra verdadera identidad y plenitud.

Este amor cristiano pasa por la cruz, por el desprendimiento del egoísmo y la entrega generosa al otro. El ser humano está diseñado para la donación: es dando como realmente recibimos, es entregándonos como nos encontramos a nosotros mismos. Por ello, te invito a reflexionar: ¿Vivo mi día en “clave del tú” o en clave del yo?

Lo que parece una paradoja en realidad es la lógica divina: «El que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt. 16, 25). ¿Dónde más podríamos hallar la plenitud si no es en Aquel que nos ha creado? Anímate a entregarte a Dios y a los demás, y descubrirás el verdadero amor a ti mismo.