A menudo, nos limitamos a cumplir la ley de manera mecánica, como si fuéramos una computadora que solo ejecuta órdenes. Sin embargo, esta actitud carece de una verdadera comprensión de la persona y, aún más, del amor.
Las leyes existen para establecer orden, pero no pueden reemplazar la vida misma; están al servicio de la vida, no al revés. Así lo escuchamos hoy en el Evangelio según Marcos (2, 23-28): cuando David y sus compañeros padecían hambre, él comió de los panes consagrados, destinados exclusivamente a los sacerdotes. Este pasaje nos recuerda que la ley de Dios trasciende las prohibiciones. El Señor nos invita a interpretar la ley desde el amor, amando a Dios y al prójimo como a nosotros mismos.
La persona nunca debe ser tratada como un medio para alcanzar nuestros objetivos, sino siempre como un fin en sí misma. En este año jubilar de la esperanza, en el que se abren las puertas del perdón, pidamos a Dios la gracia de actuar por amor. Que nuestro arrepentimiento, al acercarnos a la reconciliación, no sea motivado solo por haber quebrantado una norma, sino por reconocer nuestra falta de amor hacia los demás.
Señor Jesús, ayúdame a actuar con amor, que es la mejor manera de conocer verdaderamente a las personas. Enséñame a descubrir tu amor en la ley, y por medio de ella, aprender a amar más profundamente a quienes me rodean.