Muchas veces exigimos señales prodigiosas ante situaciones adversas o imposibles. Esto le ocurrió a Zacarías (Lc. 1, 5-25). Siendo sacerdote, y ante la presencia de un ángel que anunciaba que en su vejez tendría un hijo con su esposa Isabel, dudó del poder de Dios. Fue una duda de fe que lo llevó a quedar mudo durante el embarazo, hasta el nacimiento de su hijo Juan: «el Bautista».
Sin embargo, el silencio de Zacarías no fue un vacío, sino una experiencia de contemplación y transformación. Al recuperar el habla, lo primero que hizo fue bendecir al Señor, al Dios que obra maravillas desde lo alto. Su silencio se convirtió en un estallido de júbilo y gratitud.
De manera similar, cuando enfrentamos dudas de fe, Dios puede permitir silencios en nuestras vidas como pruebas. No dejemos que esos momentos sean solo tragos amargos, pues en el silencio también Dios nos habla. Al superar la prueba, estallemos en júbilo por el Señor, como lo hizo Zacarías.
En esta Navidad que se aproxima, hagamos de nuestro corazón un mar de gratitud a Dios por todo lo vivido en el año. Recordemos que después de la tormenta llega la calma. Aprendamos a esperar con paciencia en el Señor.
Señor, ayúdame a reconocer tu presencia en medio de las pruebas de fe y a esperar en Ti con confianza. Amén.