Hablar del Reino de Dios podría evocarnos imágenes de las siete trompetas del Apocalipsis, de desastres sobrenaturales y guerras. Sin embargo, más allá de las dramatizaciones que el cine nos ofrece, Jesús nos muestra la verdadera esencia del Reino que predica.
No se trata de un lugar físico, sino de un convencimiento profundo de la llegada de Dios no solo a la tierra, sino, de manera aún más íntima, a tu vida. La presencia de Dios no se manifiesta de forma espectacular ni aparatosa (Lc. 17, 20-25); al contrario, se revela en detalles concretos y sencillos. No lo busques en las cartas, el tarot o en las promesas del esoterismo.
Aprendamos a descubrir el Reino de Dios en lo cotidiano: en el amanecer, en el simple hecho de estar vivos. La llegada más palpable del Reino se hace presente cuando hemos sido rescatados de las garras del pecado. Reconozcamos el Reino de Dios en nuestra vida, en esos momentos en que sentimos su salvación actuando en nosotros.
Señor, ayúdanos a descubrir tu presencia entre nosotros, a disfrutar la dulzura de estar junto a ti, esa presencia permanente que nos hace partícipes de tu amor en los acontecimientos sencillos.
