Imagina que eres un rey poderoso en tu reino, y de pronto comienzas a escuchar sobre un hombre llamado Jesús de Nazaret. Se dice que devuelve la vida a los muertos, da vista a los ciegos, hace que los sordos escuchen, y atrae a multitudes con sus palabras. Es natural que tales noticias despierten tu curiosidad: ¿quién es este hombre capaz de realizar semejantes obras?
La curiosidad, en este caso, puede llevarte por dos caminos: puede ser el inicio de un verdadero encuentro con Jesús que transforme tu vida para siempre, o puede sembrar la semilla de la sospecha. Quizá sus enseñanzas desafíen tus intereses, y entonces, como rey, busques proteger tu reino a cualquier precio.
Ahora, llevemos esta idea a nuestra vida cotidiana: tú eres el rey de tu propia vida, tienes el control sobre ella. Sin embargo, Jesús, con su palabra poderosa, comienza a mover algo en ti. Has oído cómo ha transformado las vidas de otros, y te encuentras ante dos opciones: rechazar su influencia, como lo hizo Herodes, por temor a perder el control, o bien, ceder el mando y permitir que Jesús transforme tu reino. No significa que perderás tu lugar, sino que Él desea renovarte y guiarte.
Hoy es un buen día para pedirle a Dios que transforme tu curiosidad en un deseo sincero de buscar su amor, que pueda poner en orden tu vida, tu reino, desfigurado por el pecado. Empieza por lo simple. Él quiere que le entregues tu corazón herido para sanarlo. No temas acercarte a Él y permitir que cure tus heridas.
Te invito hoy a aprovechar la oportunidad de encontrarte con Jesús, tal vez visitándolo en el Santísimo Sacramento. Él está ahí, esperándote.
En lugar de ofrecer una oración escrita, hoy te animo a que, en silencio y en oración, entregues a Jesús lo que tu corazón experimenta en este momento. Dialoga con Él.