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¿Votar, para qué?

Mtro. Luis Humberto Chacón Santiago • Docente UNIVA Uruapan

 

Una de las respuestas más frecuentes que se recibe cuando se dialoga sobre el voto es esa: para qué votar. Y no es para menos cuando la historia nos demuestra que poco valen los votos ciudadanos después de que algún candidato gana la elección pues olvida sus promesas de campaña, olvida las necesidades de a quienes representa, lo hayan elegido o no, y se dedica muy frecuentemente a servir a intereses, propios o ajenos, que nada tienen que ver con lo que la población le demanda. Estos y muchos argumentos más son completamente válidos a la hora de cuestionarnos si vale la pena salir a ejercer nuestro sufragio o no pero, ¿de verdad es viable pensar en salir a votar a pesar de estas realidades? ¿por qué deberíamos hacerlo?

Aristóteles, en el capítulo 2 del Segundo Tomo de su Política, describe al ser humano como un animal social, como un animal político (zoon politikón) y lo hace con relación a que el ser humano tiene la capacidad de expresar no sólo sentimientos, como otros animales, sino también conceptos y valores e igualmente importante, tiene la capacidad de tomar decisiones en el lugar donde vive. Como animales políticos somos capaces de distinguir nuestros derechos, comprender nuestros deberes y exigir aquello que necesitamos, sin embargo, es muy frecuente que cuando hablamos de política intentamos separarnos de ella aludiendo que nosotros no nos dedicamos a eso; creemos que ese trabajo es para quienes crean las leyes o ejercen algún cargo de elección popular y que lo único político que realizamos es salir a votar. Nada más falso que eso.

La política es, entre otras acepciones, el conjunto de medidas que se adoptan para dirigir los asuntos que afectan a la sociedad, dicho de otro modo, el conjunto de decisiones que se toman para que la sociedad pueda vivir en una sana convivencia. Entonces, al momento en que conocemos las necesidades de nuestro entorno, conocemos las reglas que debemos seguir como sociedad y somos capaces de respetarlas porque con eso ayudamos a mantener el orden de nuestra comunidad, ya estamos haciendo política. El simple hecho de esperar en la fila del supermercado para pagar, ya es una acción política porque respetamos una de esas normas que hemos construido para el orden de nuestra sociedad. Así de básica es la política e interesarnos en ella.

Pero para efectos electorales, ¿para qué sirve salir a votar? La respuesta fácil está en hablar de la responsabilidad ciudadana, decir que es nuestra obligación e incluso muchos hacen juicios de valor lanzando consignas tales como “si no votas, no te quejes” o “¿dónde estaban antes cuando gobernaba otra persona? ¿por qué a él no le reclamaron?”. Esa es la respuesta fácil pero vamos más allá a entender nuestro sistema electoral.

La Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales (LGIPE) indica, en sus artículos 12 y 14, que el principio por el cual se regirán las elecciones para el Poder Legislativo y Ejecutivo será el de mayoría relativa. Esto significa que para ganar las elecciones, el candidato debe obtener el mayor número de votos emitidos. A diferencia del principio de mayoría absoluta que se utiliza al interior de las cámaras legislativas donde se requiere un porcentaje del 50% más uno para la votaciones de leyes y demás propuestas legislativas y que si lo aplicamos al proceso electoral requeriría que más de la mitad de los electores sufraguen a favor de uno sólo de los candidatos.

Si analizamos los resultados de las elecciones para la Presidencia de la República del 2018, descubriremos que la lista nominal (total de personas mayores de 18 años, con credencial de elector vigente) fue de 89,250,881 personas. Sin embargo, la participación ciudadana (cantidad de personas que sí acudieron a votar) fue del 63.42%, que representa 56,611,027 votos. Eso nos deja con 32,639,854 personas que decidieron no salir a emitir el sufragio correspondiente.

En cuanto a las elecciones Presidenciales de 2012, la lista nominal estuvo conformada por 77,738,494 personas de los cuales sólo acudieron a las urnas 49,087,446 votantes, que representan el 63.14%, sólo un 0.28% menos que en las elecciones de 2018 y fueron 28,651048 personas las que no emitieron su voto en esta elección.

Los resultados para cada una de estas elecciones se muestran en las imágenes siguientes:

 

De ambos resultados podemos realizar estas observaciones:

  • A ninguno de los vencedores los eligió la mayoría de los mexicanos. Andres Manuel

López Obrador fue elegido por treinta millones de mexicanos, pero fueron cerca de 59 millones de personas las que no lo eligieron a él. En el caso de Enrique Peña Nieto, fue elegido por menos de 19 millones de personas, siendo más de 59 millones de personas las que no le dieron su voto en las elecciones de 2012.

  • En ambos casos, si las personas que se abstuvieron de votar lo hubieran hecho, el resultado podría ser diferente; al grado, incluso, de tener un ganador distinto al que se dio.
  • Si los votos nulos (más de un millón en ambos casos) hubieran sido correctamente sufragados, esos votos también habrían inclinado la balanza al unirse con las abstenciones.
  • Anular el voto no es una opción viable pues, como vimos anteriormente, esos votos podrían hacer la diferencia. Además, en el caso de las elecciones para el órgano legislativo, la LGIPE en su artículo 15 menciona que “(…) para la asignación de diputados de representación proporcional, se entenderá como votación nacional emitida la que resulte de deducir de la votación total emitida, los votos a favor de los partidos políticos que no hayan obtenido el tres por ciento de dicha votación, los votos emitidos para Candidatos Independientes y los votos nulos.”. En otras palabras, para obtener los porcentajes para la representación proporcional, los votos nulos no se toman en cuenta. De tal forma que si en una elección un partido o coalición obtuvo el 25% de los votos, otro partido o coalición el 38%, uno más el 31% y los votos nulos representan el 6% de la elección, al quitar los votos nulos, el partido con 25% pasaría a tener un 26.61%; el partido con 38% tendría ahora un 40.42% y el de 31% obtendría un 32.97% de la elección, lo cual aumenta la cantidad de escaños a los que cada partido puede acceder por representación proporcional.

La realidad tanto del abstencionismo como de la anulación de votos debería alarmar a todos los mexicanos. Como lo mencionamos anteriormente, el principio de mayoría relativa permite que el vencedor gane sólo por tener más votos que los demás pero, de forma objetiva, son pocos los mexicanos que lo eligen.

Este tema nos da para abrir un debate importantísimo sobre la posibilidad de las segundas vueltas, tal como se realiza en el modelo electoral francés donde, si ningún candidato alcanza el 50% más uno en la primera vuelta electoral, los dos candidatos con mayor cantidad de votos se enfrentan en una segunda vuelta donde gana quien alcanza más del 50% de los sufragios. Sin embargo, ese debate tendrá ocasión en un análisis posterior. Por lo pronto, aquí tenemos ya una de las razones con más peso para comprender por qué es trascendental que acudamos a emitir nuestro voto el día de las elecciones.

Otra circunstancia a analizar es el tema de los delitos electorales. Uno de los más frecuentes es el de las “urnas embarazadas” que consiste en llenar la urna con votos para el candidato favorecido con boletas robadas de otras casillas electorales o sustituir la urna completamente.

Esta estrategia tiene su razón de ser en el hecho de que las boletas electorales se imprimen en la cantidad exacta de votantes registrados en la lista nominal, por lo que no pueden haber más votos que los votantes registrados en esta lista. Entonces, ¿qué pasa si todos salimos a votar? Que las posibilidades de rellenar las urnas se reducen limitando así uno de estos delitos electorales. Los demás ejemplos, tales como el acarreo de votantes, la técnica de la catafixia donde el “mapache” entrega al elector una boleta marcada a favor de un candidato para que la deposite en la urna y le entregue de vuelta la bolet vacía que le fue entregada por los funcionarios de casilla, entre otros, son la vía por la que se ejerce el voto de aquellos que deciden venderlo. Desgraciadamente, las personas que venden su voto lo hacen comúnmente por necesidad, porque para muchos, ver reunidos mil, dos mil, hasta cinco mil pesos, representa una oportunidad importante para aliviar necesidades urgentes aunque después, las condiciones de vida se mantengan en la misma precariedad.

Finalmente, Robert Dahl, en su teoría de la poliarquía indica que la democracia plena sólo podrá alcanzarse si se cumplen a cabalidad ocho condiciones:

 

  1. Que cada miembro exprese su preferencia, o sea, que vote y como hemos visto, esta condición está muy lejos de cumplirse en nuestro país
  2. Que influya por igual cada preferencia, cada voto. Es una de las pocas que se cumple en totalidad pues cada voto vale lo mismo: un voto.
  3. Que triunfe la opción con mayor número de votos. Cumplida en el sentido del principio de mayoría relativa, no absoluta.
  4. Que los individuos puedan insertar y elegir la opción preferida. Podemos hacerlo pues podemos elegir al candidato que deseemos o escribir el nombre de la persona que consideremos debería gobernarnos aunque no sea un candidato registrado, sin embargo, no es una opción útil pues debería ser replicada por millones de personas hasta superar los votos de los candidatos registrados.
  5. Que todos los individuos posean la misma información sobre todas y cada una de las alternativas propuestas. En este punto nos encontramos con el principal problema de nosotros los ciudadanos: no nos interesamos lo suficiente para recibir esta información, para investigarla y conocerla. Para muchos de nosotros, la elección se realiza “a ciegas”, sin conocer por quién estamos votando.
  6. Que las alternativas con mayor votación desplacen a las otras. Esta opción podría realizarse mediante el mecanismo de la segunda vuelta que aún no es aplicable en nuestro país.
  7. Que se ejecuten las órdenes de los representantes designados o se lleven a cabo las acciones elegidas. Esas promesas de campaña que tanto endulzan los oídos de los electores y que al final, no llegan a realizarse.
  8. Que todas las elecciones que se realicen cumplan con estas siete condiciones o que se subordinen a ellas.

Con este panorama es viable concluir que la participación ciudadana es vital para el funcionamiento de la democracia. Si no participamos dejamos en manos de unos cuantos el destino de nuestra sociedad. Participar no implica sólo salir a votar, sino ser un participante activo de los acontecimientos y las decisiones que se toman en nuestro país. Nuevamente, participar no implica sólo salir a votar, pero sí es el primer paso para convertirnos en ese “animal político” capaz de expresar sentimientos, valores y exigir sus necesidades.

 

 

Referencias

  • Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión. (2020). Ley General de Instituciones y Procedimientos electorales.

http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/LGIPE_130420.pdf

  • Dahl, R. (s. f.). La poliarquía [Libro electrónico].

https://webs.ucm.es/info/cpuno/asoc/profesores/lecturas/dahl2.pdf

  • Huici Urmeneta, V. (2015). Del Zoon Politikón al Zoon Elektronikón.Una reflexión sobre las condiciones de la socialidad a partir de Aristóteles. Revistas Científicas Complutenses.
  • Instituto Federal Electoral. (2012). Programa de Resultados Preliminares. Elecciones 2012. https://prep2012.ife.org.mx/prep/NACIONAL/PresidenteNacionalVPC.html
  • Instituto Nacional Electoral. (2018). Cómputos Distritales 2018.

https://computos2018.ine.mx/#/presidencia/nacional/1/1/1/1

  • Secretaría de Gobernación. Mayoría relativa. En Sistema de Información Legislativa.

http://www.sil.gobernacion.gob.mx/Glosario/definicionpop.php?ID=153

  • Secretaría de Gobernación. Mayoría absoluta. En Sistema de Información Legislativa.

http://www.sil.gobernacion.gob.mx/Glosario/definicionpop.php?ID=151