Dr. Sergio Juvenal Picón González • Docente UNIVA León
El hombre es un ser extraordinario. El conquistador, inconquistable. El legendario soñador que corre a la montaña más alta, solo para tocar su cima. El eterno enamorado; quien encuentra su confort en medio de las risas, los abrazos y la aceptación de todos; quien salta de ventana en ventana, con una flor entre los dientes, sólo para entregársela a su amada. Un ser de capa y espada que ayudaría a todos, si le fuera posible.
Es un buscador con ansia infinita de encontrar algo, de encontrar a alguien. Y mientras no encuentre aquello que busca, no va a tener la paz. Entre tanto, lo vamos a ver correr de su cama al lavabo, de banqueta a banqueta, del trabajo a su casa, de la infancia al otoño, de las esperanzas al llanto.
El conjunto de características recibidas para encontrar lo que busca tiene nombre, se llama “Humanidad”.
Sin embargo, en su búsqueda frenética cayó en la trampa de su propio orgullo.
En un primer momento, llegaron las novedades: Copérnico liberó de la visión geocéntrica del universo; Galileo encontró el espacio de la experimentación; Bacón concibió el saber, como la nueva forma de poder; Maquiavelo presentó el conocimiento de la política, “liberada” de cadenas morales; y Lutero, sitió al hombre ante Dios, sin mediación eclesial.
También tocaron las sublevaciones. Descartes, Pascal y Kant impulsaron el cambio, en lo cultural. Newton hizo lo propio en la ciencia. Rousseau y Locke entregaron un nuevo pensamiento político. Las revoluciones sociales en Francia y América; seguidas por la revolución Industrial de Inglaterra.
Detrás de los grandes cambios, conquistaron los nuevos sistemas de pensamiento. Bajo la bandera de un “espíritu ilustrado” y la “absoluta autonomía de la razón”, se hicieron presentes: El historicismo de Hegel, el materialismo de Marx, el evolucionismo de Darwin, el cientificismo de Haeckel y el positivismo de Comte. Luego, la euforia por la futura felicidad, ya que la ciencia y la técnica iban a resolver todos los problemas humanos.
Pero lejos de alcanzar el paraíso en la tierra, se hicieron presentes las ideologías, socialismo, fascismo y nacismo; siempre con sus legítimas denuncias y siempre secuestradoras de la libertad. Los resultados, solo dolor y sufrimiento.
En este momento se enfrenta la nueva ideología y su legítima denuncia resuena en cada rincón de la tierra.
El hombre terminó por darle la espalda a la realidad, incurriendo en una evidente deshonestidad intelectual, al fingir que no conocía, lo que en realidad sí conocía, su naturaleza, su humanidad.
Ahora es presa de su propia búsqueda. Los principios que adoptó para liberarse ya lo paralizan. Su orgullo, la tecnología, no lo deja pensar. Su señor, es su propio ego. Y de compañero, seguro, un pendenciero.
El hombre se ha declarado a sí mismo la guerra al tratar de ignorar su humanidad. Y necesita entender, en medio de toda esta desolación, que la única manera de ganar su guerra es perdiéndola; es dándose por vencido; es entregándose, sin condiciones. Reconocer, sin el infinito de Dios, no hay finitos que le puedan brindar la paz.
Dedicado con mucho cariño,
a mi esposa Gabriela Cordero Durán,
mi Princesa de las mareas.
Y con un entrañable saludo a mi amigo,
Profesor Antonio Cortés Martínez.