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Tanatología y pandemia ¿Oportunidad o Tragedia?

María Cristina González Martínez • Alumni de la Licenciatura en Filosofía UNIVA Online

 

Este siglo XXI siempre será recordado por la pandemia del 2020 a causa del COVID-19, misma que si bien inició a finales del 2019, tuvo su punto más álgido al año siguiente, dando inicio el 2021 con el dolor de toda la humanidad, la globalización alcanzó la salud de la población mundial; las primeras medidas fueron atender los sistemas de salud nacionales, luego la urgencia de las vacunas, con tiempos intermitentes de cuarentena, de acuerdo con cada país, a cada ciudad, consecuentemente empezaron a presentarse los problemas a causa de las diversas pérdidas: vida, salud, trabajo, privacidad y muchas más. Es bien sabido que toda pérdida da lugar a un duelo, mismo que no siempre se conoce la forma de resolverlo con los mejores resultados, aquí es el punto de encuentro de la tanatología y la pandemia, qué se puede hacer frente a esta situación para superarla de la mejor forma posible.

Somos frágiles

Pocas veces la humanidad entera se ha enfrentado a su fragilidad, son justamente los fenómenos naturales o como en este caso las enfermedades, las circunstancias que ponen al hombre frente a la realidad, no han sido las grandes conquistas del espacio, ni los avances científicos sorprendentes, ni una excelente economía, suficientes para defenderlo de la agresión a su salud de la que ha sido objeto, esta fragilidad ha provocado un serio problema económico cuyas consecuencias se pronostican graves para todos; la sensación de seguridad que podían tener las empresas, las familias, los gobiernos se han perdido en un alto porcentaje; no es posible responsabilizar a nadie, habrá responsables del mejor o peor manejo de la situación, pero del virus en sí mismo ¿quién?; de repente todo se volvió relativo: las diversiones, el consumismo, los viajes, los grandes guardarropas…; todos en mayor o menor medida hemos sufrido pérdidas; es un hecho que nos tomó por sorpresa, se perdió el control que creíamos tener de la realidad que nos rodea y nos hemos quedado a expensas de los propios recursos para salir adelante de una situación que nos ha rebasado.

Las pérdidas y el duelo

Es de todos sabido que cada pérdida genera algún duelo, mismo que puede ser grave, sencillo o inclusive patológico, todo depende del tipo de pérdida, de nuestra vinculación con la persona u objeto perdido, del tipo, cantidad y calidad de nuestros recursos para la elaboración del mismo, en fin, que si bien es cierto que se cuenta con ciertos parámetros, no es posible dar fórmulas exactas para el manejo de los duelos.

El duelo es realmente un proceso de adaptación emocional, cognitiva y conductual que se experimenta como respuesta a una pérdida, misma que puede ser humana por el fallecimiento de un ser querido; física por la pérdida de la salud o de algún órgano o miembro de nuestro cuerpo; material desde una casa hasta la cartera o la pluma que me heredó el abuelo; moral, por ejemplo cuando perdemos la confianza en una persona o en una institución; inclusive pérdidas intelectuales a causa de la edad, de una enfermedad, etc.; la muerte de una mascota por ejemplo, llega a constituirse como duelo familiar en algunos casos.

El duelo nos genera dolor, un dolor psicológico, puesto que nos desequilibra emocionalmente; pasa por lo social, particularmente en los casos de pérdidas económicas, laborales, de prestigio; el dolor familiar se presenta sobre todo en los casos de pérdidas humanas, la muerte de los padres, de los hijos…; y tal vez, uno de los dolores más difíciles de resolver sea el dolor espiritual, especialmente cuando se carece de recursos en este campo.

Son muy diversas las emociones que se presentan frente al duelo, mismas que no en todos los casos el doliente sabe cómo enfrentarlas, en términos generales existe un alto índice de analfabetismo emocional, no todos saben cómo manejar la frustración, la tristeza, el miedo, la vergüenza, el coraje, por mencionar algunas.

Es por todo lo anterior que en los casos de algún tipo de duelo y cuando ese dolor es muy agudo, cuando necesitamos un deshago emocional que no sabemos cómo enfrentarlo, o peor aún, cuando pretendemos negar el hecho o su gravedad, es recomendable buscar ayuda, la que generalmente podemos encontrar en la tanatología, esa especialidad cuya tarea es justamente acompañar el duelo por una pérdida, cualquiera que esta sea.

Conociendo el duelo

Sin que comprendan un rigor matemático, es posible describir cinco etapas del duelo: negación, ira o enojo, negociación, tristeza y aceptación, se van presentando y entrelazando indistintamente, sin embargo, sí resulta grave el que la persona doliente se estanque en alguna de ellas, lo que puede dar lugar a un duelo patológico.

Por no ser la intención del presente ensayo un estudio exhaustivo del duelo, daremos sólo una breve explicación de cada una de las etapas que lo componen a propósito de la pandemia que aqueja hoy en día al mundo entero.

La negación pretende ocultar el dolor negando el hecho. Así hemos visto a lo largo de esta situación quienes han dicho que se ha inventado el virus o su agresividad, que no es necesario usar cubrebocas, que exageran quienes evitan las reuniones de amigos y en lugar de evitarlas las organizan, expresando así su huida de la realidad.

La ira o el enojo busca culpables en todo y si no los hay físicamente, el enojo se dirige a las instituciones o a Dios. En el caso de la pandemia, tristemente una de las mayores manifestaciones de esta etapa del duelo se ha encontrado en la violencia intrafamiliar que elevó sus índices en los primeros meses del problema, sobre todo durante los lapsos de cuarentena no resultó fácil para los padres de familia convertirse en maestros de sus hijos en casa, y para quienes no estaban habituados a trabajar en línea, el aprender a compartir espacios, tiempo, todo tipo de dispositivos electrónicos a fin de continuar con el trabajo en casa y las clases para quienes estaban acostumbrados a ir a un centro de labores, una oficina, una escuela, etc., fueron muy diversas las tonalidades de esta etapa del duelo, desde una simple impaciencia, hasta golpes en algunos casos.

La negociación tiene como objetivo encontrar la manera de solucionar el problema o revertirlo. Fueron apareciendo todo tipo de dietas alimenticias, remedios caseros, otros fueron químicos, hasta las “mandas” en súplica de un milagro; la gente comenzó a automedicarse, a acumular diversos medicamentos “en caso de necesitarlos y estar escasos”; sin negar el valor de una buena alimentación y la importancia de un buen sistema inmunológico, menos aún la importancia de la oración en todo proceso de duelo, por la forma en que hicieron su aparición las diversas manifestaciones de búsqueda de solución a la pandemia, también se pudo observar una auténtica etapa de negociación en el duelo que se ha vivido.

Por lo que se refiere a la tristeza es consecuencia natural ante una pérdida. La hemos presenciado objetiva por la cantidad de pérdidas humanas, familias en las que han muerto ambos padres en un lapso de meses; pérdida de parientes cercanos y lejanos, amigos queridos, compañeros de trabajo, vecinos, han sido realmente objeto de un profundo dolor, de una gran tristeza tantas muertes. Sin embargo, también la ha habido subjetiva en cuanto que hay personas que no habiendo sufrido ninguna de esas pérdidas, se duelen por la situación de la humanidad y esto habla de la sensibilidad del ser humano, de ese sabernos hermanos, del surgimiento de una fraternidad que se estaba perdiendo. Esta ha sido una tristeza que, si bien es cierto que manifiesta la presencia de un duelo, también es campo fértil para el cultivo de virtudes como la solidaridad, la generosidad, la longanimidad, esa capacidad de dar un poco más de lo que de nosotros se espera.

La última etapa del duelo es la aceptación, con ella queda resuelto el problema, se ordenan las emociones, la vida misma, se retoman los hilos de la vida y se continúa viviendo. En el caso de la pandemia no es posible decir que hemos llegado a esta etapa, debido a que la causa del duelo aún persiste, no se ha combatido el virus, se ha iniciado el proceso de vacunación de la población y con ello ya hay luz al final del camino, pero aún lo estamos andando; es posible tomar esta etapa como aquella en la cual la tarea a cumplir es la de construir el sentido de todo cuanto nos ha ocurrido.

El sentido del dolor y del sufrimiento

Dicen que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional, ambos son humanos en virtud de que pasan a través de la experiencia e interpretación del hecho y sus consecuencias. Sin embargo, dependiendo de los filtros de que dispongamos es posible hacer la diferencia y darles sentido, no se trata de una fórmula infalible, pero si es posible sugerir algunos puntos de vista de quienes antes anduvieron el camino y cuyo testimonio puede dar luz y ayudar a localizar aquellos recursos de los cuales se dispone para construir un sentido trascendente que desahogue tanto dolor, tanto sufrimiento.

Viktor E. Frankl, neurólogo, psiquiatra y filósofo austriaco fundador de la Logoterapia y el Análisis Existencial, estuvo preso en los campos de concentración nazis durante la segunda guerra mundial, ahí perdió a sus padres, a su esposa, fue sujeto de las vejaciones de esos sitios, estando en ellos fijó su atención en la forma en que podía ayudar a sus semejantes fueran estos prisioneros como él o sus carceleros, observó las diferentes conductas, sobrevivió y ya libre continuó con sus estudios dejando toda una enseñanza que se sintetiza en estas palabras:

“He encontrado el significado de mi vida al ayudar a los demás a encontrar, en sus vidas, un significado”

Elisabeth Kübler-Ross psiquiatra, suiza de nacimiento quien ya adulta se fue a vivir a los Estados Unidos en donde realizó la mayor parte de sus investigaciones, convirtiéndose en pionera sobre los estudios en moribundos, llegó a documentar más de 20 mil casos, ella dijo: Ser infeliz y sufrir es como forjar el hierro candente, es la ocasión que nos es dada para crecer.

San Juan Pablo II, polaco, huérfano de madre siendo niño pierde a su hermano y a su padre años después, trabaja en las minas de piedra mientras estudia en un seminario clandestino, finalmente, se ordena sacerdote, es nombrado primero obispo, luego cardenal y finalmente electo papa de la Iglesia Católica, en su Encíclica “El sentido cristiano del sufrimiento humano” escribió: El sufrimiento es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido “destinado” a superarse a sí mismo y de manera misteriosa es llamado a hacerlo.

La escala del sufrimiento

Pretender negar que alguno de los tres personajes citados conocieron el sufrimiento sería absurdo, sin embargo, cada uno de ellos lo convirtió en fuente de sabiduría, en elemento esencial para construir el sentido de la propia vida, ¿cuál fue el denominador común en ellos?: la voluntad de sentido, justamente aquello que nos distingue a los seres humanos, la capacidad de discernir en cuanto a lo que elegimos hacer con la realidad de nuestra vida.

El sufrimiento puede ser objetivo o subjetivo, bien sea porque murió un ser muy querido o porque temo que llegue a morir, si es que me contagio de alguna enfermedad incurable, en ambos casos hay un sufrimiento en la persona, la diferencia en el manejo del mismo dependerá en primer lugar de los filtros de que se disponga, para conocerlos se precisa de un diagnóstico espiritual, esto es analizar cuáles y cuántos son tanto los valores humanos como la madurez humana, emocional, la capacidad de reflexión, la resistencia a la frustración, como también las virtudes de prudencia, fortaleza y justicia que ha cultivado; entre otras muchas con las que puede contar, y así mismo, reconocer los valores religiosos que le permitan enfrentar las grandes interrogantes de la vida como la muerte, el dolor, el sufrimiento mismo; se precisa hacer un inventario de las fortalezas de que dispone, como lo es la familia, las redes sociales que la apoyan -que no son ni Facebook, ni similares-, amistades, clubes a que pertenece, grupos parroquiales, etc., todo aquello que le puede servir como elemento de entramado para la construcción del sentido del propio sufrimiento, hasta llegar a la construcción del sentido de la propia vida con todo y el sufrimiento y a pesar del mismo, llegando así a superarlo y hacerlo trascendente.

Construyendo el sentido

Existen tres valores en la vida de todo ser humano que no suelen ser tomados en cuenta y son fundamentales para construir el sentido tanto del sufrimiento como el de la propia vida, estos son:

  • De creación: ¿qué aporto al mundo?
  • De experiencia: ¿qué recibo del mundo?
  • De actitud: posibilidad de asumir una actitud digna, valiente y trascendente

Es importante que la persona se pregunte y reconozca cuál es su aportación al mundo que la rodea, familia, amistades, trabajo, naturaleza, etc., cuando la persona descubre que es capaz de aportar algo a los demás, sea esto de gran importancia o no, puede iniciar un proceso de crecimiento personal en la medida que trabaje porque aquello que aporta sea cada vez mejor, no tiene que ser algo de valor monetario, de hecho, preferentemente no ha de serlo, en virtud de que no llevaría el don de sí mismo, en cambio, si lo que aporta es alguna cualidad, un poco de tiempo, un trabajo específico y/o especializado, esto contribuye al incremento de la autoestima de la persona, al olvido de sí y a la construcción de un sentido de la propia vida en bien de los demás.

Por otro lado, cuando se hace un inventario de lo que se recibe, desde el sol que alumbra el día, hasta las cualidades personales, las personas que nos rodean y los bienes de fortuna, casi de manera automática surge un sentimiento de agradecimiento que hace disminuir el sufrimiento y no sólo eso, en la medida en que la gratitud a Dios, a los demás y a la vida va aumentando, el sufrimiento se desplaza, dando lugar a ese sentimiento de gratuidad que engrandece el alma.

En último lugar y también lo más difícil e importante, es la elección de la actitud ante el sufrimiento, como ya se dijo en otro momento, el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. No se trata de adoptar una frialdad estoica que sería más fruto del miedo a enfrentar la realidad, que una actitud digna y esta es la que se ha de procurar, esa dignidad que da el valor de enfrentar las situaciones en su justa medida para encontrar una solución, para darles un sentido trascendente que será aquella respuesta a la pregunta de ¿Para qué me sirve lo que estoy viviendo?, toda vez que con la experiencia del pasado, el ser humano es capaz de construir en el presente, un magnífico futuro, todo dependerá de la actitud que adopte.

Espiritualidad y religiosidad

La dimensión espiritual abarca el conjunto de valores éticos, morales, afectivos, de opciones y criterios que guían a la persona. De todo esto dependerá su sed de sentido, de valor y de trascendencia de la propia vida y todo cuando le acontece.

La dimensión religiosa es la relación de la persona con Dios, con el ser trascendente, todo dependerá de la tradición religiosa en que haya sido formada o bien haya elegido en algún momento de la vida.

Para el cristianismo el sufrimiento tiene sentido y valor desde la cruz de Jesucristo, que lejos de evitarlo lo asumió por la salvación de los hombres, de tal suerte que para un cristiano el solo hecho de unir su sufrimiento a la cruz ya lo alivia en buena medida, puesto que no sufre solo, más aún si su madurez espiritual y religiosa lo invitan a ofrecer junto a Cristo ese sufrimiento y le añade nobles intenciones sufrirá con paz, hecho plenamente testimoniado por los mártires de veintiún siglos de historia cristiana en todo el mundo, inclusive en países no cristianos como en algunas naciones de Asia, se encuentran tales testimonios.

Sin embargo, la dimensión religiosa puede no estar presente en las vivencias de una persona, lo que puede redundar en un sufrimiento por demás agudo y con mayor dificultad de resolverse y darle sentido.

¿Qué hacer?

Se sugiere iniciar tomando conciencia de los propios valores, hacer el propio inventario, puesto que una vez conocedores de los propios recursos será más sencillo encontrar el “para qué” de la situación, evitando caer en esa espiral depresiva del “¿por qué?”, misma que no conduce a nada positivo.

El dolor de cada quién es el dolor más grande, por lo tanto, se habrán de evitar comparaciones, haciéndose cada persona responsable de sus propias decisiones, sin buscar culpables, por el contrario, en la medida de lo posible aliviar las propias culpas y las de los demás, sobre todo en situaciones como las que genera una pandemia que en ciertos momentos rebasa todas las precauciones y medidas que se pudieran tomar.

Elaborar un listado de problemas a resolver y empezar a hacerlo con los recursos de que se disponga en ese momento, de ser posible compartir con los demás lo que tenemos: tiempo, capacidad de escucha, acompañamiento, bienes, amor.

El sufrimiento en general y una pandemia en particular, se pueden convertir en una gran oportunidad para construir la mejor versión de cada persona, de cada comunidad, de cada país, particularmente por la vía de la solidaridad y la subsidiariedad si fuera necesario.

En cuanto a los niños

Lo más importante es hablarles con la verdad, bien se trate de la muerte de los padres, de los abuelos o hasta de la mascota, hacerlo lo antes posible, preferentemente han de ser los padres quienes den la noticia o en su caso la persona más cercana, procurando que sea en un sitio adecuado y que proporcione seguridad al niño. Evitar mentiras como “se fue de viaje…”, “te llamará pronto…”, y otras similares.

Suelen hacer preguntas mismas que habrán de responderse sin fantasías y sin agregar ninguna, responder únicamente a lo que el niño pregunta. Es importante pedirle que relate lo que ha entendido, lo que se imagina.

Respecto de la muerte son cuatro los aspectos que le han de quedar claros:

  • La muerte es irreversible
  • Es definitiva y total
  • Es universal, todos nos vamos a morir algún día
  • Tienen fin todas las funciones vitales de la persona

Una vez comprendidos estos cuatro aspectos de la muerte, es conveniente hablarle acerca del sentido religioso y espiritual, conforme a la tradición religiosa en que se le ha formado. Se han de evitar expresiones como “Dios se lo llevó…”, “fue voluntad de Dios…”, en virtud de que las mismas pueden generar un deshago de enojo contra Dios, a quien puede considerar culpable de la pérdida, es preferible hablar de la enfermedad, del accidente, que fueron la causa de la muerte y decirle que Dios sufre con el pequeño por su pérdida, este será un recurso de consuelo insustituible para toda la vida.

En los niños como en los adultos, suelen tener sentimientos de culpa, sobre todo cuando pudieran haber tenido un mal comportamiento, dicho alguna mentira, etc., por lo cual es fundamental que le quede claro que no es en absoluto responsable de esa muerte, que sepa que nuestras emociones no provocan la muerte; procurarle seguridad y protección, continuidad en sus rutinas familiares y escolares, afirmarles en la seguridad de que ese ser querido siempre estará presente en la memoria y en el corazón. Animarlos y enseñarlos a expresar su dolor, sus sentimientos, sí se les puede llevar a participar de los ritos funerarios, de los 5 o 6 años en adelante es posible, si por alguna circunstancia no fuera conveniente, se les puede invitar a despedirse con una carta o un dibujo, dependiendo de la edad y preferencias del pequeño.

Tal pareciera que, así como cuando es demolido un viejo edificio suelen encontrarse entre las ruinas algunos objetos de valor y quizá hasta algún tesoro, en los últimos tiempos y a causa de la pandemia por el COVID-19, estuvieran quedando al descubierto la bondad originaria y muchas otras grandes cualidades propias del ser humano, creatura que refleja la bondad de su Creador.

Lo superfluo está pasando de moda, se atiende más a lo esencial, a lo que constituye la columna vertebral del hombre espíritu encarnado, que ha de ocuparse no sólo de lo material, sino que ha de atender también el hambre espiritual que se alimenta de la cercanía de los seres queridos, del abrazo cálido de los amigos, de los largos tiempos de oración en diálogo con Dios.

La Tanatología nos habla de la muerte, sin embargo, la virtud de la esperanza nos pone frente al sentido y la trascendencia que queremos darle, nos invita a trabajar en la edificación de una sociedad más justa, más fraterna, en la que se deje la huella de una civilización que supo apreciar la vida, defenderla y vivirla con tal sentido que llegue a ser reconocida y recordada como la civilización del amor.

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