Pbro. Lic. Armando González Escoto ∙ Dirección de Publicaciones, Sistema UNIVA
Acaba de concluir en la ciudad de Roma un encuentro mundial de laicos y de obispos que han estado trabajando intensamente con un propósito: que la Iglesia católica recupere su espíritu comunitario y deje atrás una larga historia de clericalismo que marginó a los laicos en la toma de decisiones y los redujo a meros fieles asistentes a rituales diversos sin voz ni voto.
Es un hecho que desde la Edad Media el fenómeno del clericalismo fue creciendo y consolidándose, hasta dar la apariencia de que la Iglesia eran obispos, curas y monjas, aunque éstas encerradas en sus monasterios. En este proceso la estructura jerárquica de la Iglesia se acercó demasiado al modelo de una monarquía absoluta, donde solamente los altos dirigentes sabían lo que se debía hacer, y disponían que así se hiciera, independientemente de lo que pensara la comunidad.
Inevitablemente los laicos se acostumbraron a que las cosas eran así, una costumbre que lleva siglos, pero también la jerarquía se acomodó muy bien a esta situación, tanto, que modificar esa manera de pensar y de actuar ha costado un inmerso esfuerzo enfrentado todo el tiempo con nonatos de cismas y divisiones durante el actual gobierno del Papa Francisco.
Estas reuniones mundiales y periódicas llamadas sínodos, comienzan a partir de 1965, pero en ellas solamente asistían los obispos y sus consultores, de hecho, se llamaban justamente “sínodo de los obispos”, pues solamente ellos participaban, se oían entre sí, consultaban asesores, y tomaban sus decisiones. Posteriormente se fueron incorporando laicos expertos en tales o cuales temas, que podían hablar, pero no votar, no estaban ahí representando a nadie, sólo eran peritos a los que podía convenir escuchar.
La gran novedad del sínodo que acaba de concluir es que, por primera vez en nuestra historia reciente, numerosos laicos, hombres y mujeres, fueron invitados a participar con voz y voto, de tal manera que dicho sínodo ya no fue solamente de los obispos, sino de la entera comunidad eclesial. Sin duda que para algunas mentalidades fuertemente clericales esta aparente novedad les ha sido muy difícil de digerir, si un mal ha hecho el clericalismo ha sido el de hacer pensar a dichas personas que ellas son las únicas dueñas de la Iglesia y por lo mismo las únicas que pueden hablar y decidir.
En el fondo de estos cambios subyace la idea de que todos los miembros de la Iglesia deben hacerse responsables de ella, tienen la capacidad para hacerlo, y el hecho de que los laicos vivan todo el tiempo inmersos en la vida cotidiana de la sociedad, les da una experiencia que no siempre poseen los clérigos, muy frecuentemente aislados en una burbuja de cristal que es su propio estilo de vida y la estructura que los blinda y a la vez lo aleja de la realidad de la gente. Este alejamiento del clero le impide comprender los problemas de todo género que enfrentan las personas en sus diversas edades, así como las causas profundas de sus conductas, mismas que no se pueden reducir al marco estrecho de lo bueno y de lo malo. Que en una asamblea que debe analizar los grandes retos que viven las personas seglares o consagradas, estén estas personas incluidas, no solamente es inteligente y sensato, sino congruente con lo que la comunidad cristiana ha querido ser desde sus orígenes.
Armando González Escoto
armando.gon@univa.mx
Publicado en El Informador del domingo 3 de noviembre de 2024.