Mtra. Leticia Montserrat Cisneros Morales · Coordinadora de Investigación, UNIVA La Piedad
Cuando me invitaron a escribir para Ágora mi intención principal era abrir “el diálogo” sobre los temas con perspectiva de género, y aunque no intento cambiar esa idea, en este artículo me gustaría abrir “el diálogo” en un área que a todos nos compete, y que seguramente, no ponemos mucho interés: la salud mental y su reflejo en nuestro cuerpo.
Cuando era niña, y, aun en mi adolescencia, nunca escuché hablar a los adultos sobre salud mental, sus emociones o como éstas podían ocasionarles algún malestar físico. Ahora que soy adulta me doy cuenta de que no lo hacían porque nadie les enseñó cómo.
No soy psicóloga, y aunque no me gusta etiquetar a las generaciones, soy parte de los centennials, una generación que tiende a preocuparse y a hablar más sobre temas de salud mental. Es verdad que distintos estudios muestran que en este segmento de la población hay un mayor índice de estrés y ansiedad, y claro que es verdad que personas mayores le han denominado la “generación de cristal”. Pero en este artículo tampoco es mi intención hablar sobre estadísticas, lo que se dice o lo que no se dice, sino compartir desde mi perspectiva.
Sé que cuando entramos al mundo laboral nuestro objetivo es desarrollarnos y hacer nuestro trabajo lo mejor posible, seguir capacitándonos, y probablemente, nos han enseñado a que a partir de ahí nuestra vida gira en torno a esto, o a generar bienes, o ser “exitosos”, según la definición de los demás. La realidad es que nuestro trabajo, la parte económica, la preparación profesional, etc., es solo un planeta que forma parte de nuestro gran universo, un universo que se conforma de muchos más planetas y que todos son importantes. Todos estos planetas a los que me refiero son nuestra familia, amigos, pareja, mascota, pero también nosotros mismo, nuestros pasatiempos, las cosas que nos gustan y que nos hacen sentir bien.
A veces nos cuesta trabajo entender esto, pero, no toda nuestra vida o universo, es nuestro trabajo, ni es nuestra familia, ni es todo lo externo o lo que los demás esperan de nosotros, sino es todo en su conjunto. El no cuidar este balance y respetar el espacio de cada planeta puede ayudar a generar un nivel muy alto de estrés, ansiedad, el tan conocido síndrome de Burnout, y otros padecimientos más, que los psicólogos sabrán explicar mejor. Pero, también hay momentos en los que nuestro cuerpo habla y a veces grita lo que nuestra mente calla. Lo que sentimos emocionalmente también se expresa mediante un malestar físico.
Si nuestro cuerpo habla, escuchémoslo, hagamos lo necesario para aliviar lo que siente, pero también tengamos el valor de revisar nuestra mente y hacer lo necesario por aliviar y curar lo que haga falta. Aprendamos a cuidarnos en todos los sentidos, a darle espacio a las cosas importantes, pero también poner límites a lo que nos afecta. Y algo más que podemos aprender es a saber acompañar a quienes necesitan curar su cuerpo y mente. Aprendamos a preguntar, “¿cómo estás?”, sin esperar un “bien”, sino una respuesta real; a pedir ayuda, pero también a ayudar y acompañar a quienes viven cualquier proceso.
Hablar de salud mental y su reflejo en nuestro cuerpo no es un tema de los millennials, centennials o la generación Z, es un tema del que todos podemos aprender a hablar y atender, pero también a respetar el proceso de cada persona.