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No es lo mismo leer y escribir que copiar y pegar

Por 9 diciembre, 2022Tendencias, Voces UNIVA

Carlos A. Lara González · Analista de la comunicación y la cultura. Alumni de la Licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación, UNIVA Guadalajara. Premio Santiago Méndez Bravo al Comunicador del Año 2022.

 

La transmodernidad, entendida como la constante aceleración del tiempo y reducción del espacio, nos ha llevado a hacer un uso excesivo de los dispositivos digitales. Ya por la promesa de hacernos la vida más fácil y llevadera, o bien, por tener más tiempo libre, lo cual es falso, dado que hoy el tiempo depende de la tecnología.

Esta dependencia ha impactado todos los ámbitos de la vida en lo personal, familiar y social, tal como lo predijo McLuhan hace más de cinco décadas. Las nuevas generaciones de Screenagers no conocieron el tiempo cuando tenía fijación. Es decir, cuando la escuela, la televisión, la lectura y el entretenimiento se llevaban por separado. A ellos el streaming les puso la escritura, las imágenes, la educación, el entretenimiento audiovisual, la información y la comunicación, en un mismo lugar y de golpe, en la prótesis que portan en las manos. Desde aplicaciones como WhatsApp, han domiciliado la velocidad, sumando al estrés de querer hacer muchas cosas, el estrés de no poder hacerlas. Esto explica la frustración a la que se enfrentan, y lo peor, sin saber afrontarla.

El sistema educativo es percibido por ellos, como un sistema que les exige más de lo que les ofrece. Viven fascinados por las aplicaciones y dispositivos electrónicos que les ofrecen “hacer más con menos”. Sí, esforzarse menos para disponer de más tiempo, pero ¿Para qué? Ni ellos mismos lo saben.

Por el neuroeducador Joan Ferrés sabemos que en la cultura de la palabra escrita las emociones, si es que llegan a desencadenarse, han de pagar un peaje: el paso previo por el intelecto, ya que en el lenguaje escrito las emociones provienen casi exclusivamente de los significados, no de los significantes. Es decir, es necesario comprender para poder emocionarse. En el lenguaje audiovisual en cambio, no se paga peaje. Este aprovecha la existencia de las emociones primarias, que son previas y no necesitan el paso por el intelecto, puesto que son emociones derivadas de los significantes: formas, contornos, colores, movimiento de todo tipo, música y efectos sonoros. Todos estos elementos son portadores de emociones sin esfuezo.

Evadir la lectura y la escritura, como se hace ahora, supliéndola por cualquier tipo de efecto o atajo, altera de forma negativa el proceso de aprendizaje que requiere tiempo y estructura mental. Aprender a leer y a escribir, es aprender las tablas de multiplicar del pensamiento. Suelo decir en las conferencias que imparto, que por la educación aprendemos a leer y a escribir, en tanto que por la cultura a pensar y a reflexionar. La educación y la cultura son el álgebra del pensamiento que nos ayudará a enfrentar la vida y nuestro entorno de mejor manera.

Inventos como el de Larry Tesler, ícono de los comienzos de la informática, creador de los comandos “cortar”, “copiar” y “pegar”, ha tenido graves consecuencias en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Representa un atajo en el proceso de lectura, reflexión y comprensión que ofrecía la lectura y transcripción de los textos. Como profesor universitario cada vez veo más textos carentes de sentido por esta razón. La forma en que el universo creativo de los adolescentes está siendo alterado por la inmediatez coyuntural de corte mercantilista de la economía de la atención, les llleva a cambiar intencionalmente algunas letras y palabras hasta desarrollar serios problemas de ortografía, gramática y coherencia. Enfrentamos un colapso narrativo que favorece expresiones como el microteatro, los cortoletrajes, la twitteratura, las microseries y el arte efímero.

No somos pocos los profesores universitarios que hemos notado la degradación en la forma de expresarse, debido a que adquieren una forma telegramática de escribir, incapaz de hilar ideas, construir argumentos, o bien, mantener un hilo conductor. Frases inconexas y ausencia de conectores son la constante en sus contextos narrativos (Internet, exámenes y amigos). Son incapaces de desarrollar un relato, narrar un hecho o describir un espacio. Les falta contexto, imaginación, experiencias, historias, universos, palabras y todo eso que ofrece la lectura. Pagar el peaje de la concentración que requiere el acto lector y el paso previo por el intelecto de lo que verdaderamente se lee.

La domiciliación de la escuela afectó los modelos basados en el uso excesivo de las computadoras y las tabletas, que comenzaron siendo un apoyo didáctico, una herramienta coyuntural antes y durante la pandemia. Hoy son los dispositivos a través de los cuales socializan, estudian, compran, se entretienen y se divierten. Viven en una constante narración transmedia orientada por el modo automático de todo, aunado a los distractores de la multipantalla y el consumo hipermediático de imágenes audiovisuales. Esto suele generar un desfase entre la velocidad con la que piensan y velocidad con la que ejecutan lo que piensan, con lamentables consecuencias en su desempeño lingüístico y su comunicación verbal, puesto que su entorno digital normaliza los errores y las carencias.

Es así que tenemos padecimientos tales como el skiming, la práctica de “hojear” libro. No son pocos los estudiantes que no hacen más que “hojear” los textos que “leen”, buscando los términos que consideran importantes para pasar pronto a otra cosa. Este padecimiento tiene un punto inicial, cuando se hace por cumplir con una tarea y un punto extremo, cuando se vuelve una práctica habitual que desemboca en el denominado Tsundoku, una suerte de bibliomanía, que consiste en comprar y acumular libros sin siquiera leerlos. Esto se debe en parte, a la escasa experiencia que han tenido con los géneros formales de lectura y escritura.

Los profesores tienen aquí la doble carga escolar que supone, además de impartir su materia, no rendirse frente este tipo de malas prácticas, que si bien hacen la vida más llevadera, empobrecen también la capacidad de reflexión.

 

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