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La lujuria busca atajos, pero el verdadero amor busca donación

Noé Esaú García Valencia ∙ Coordinador Académico de Ciencias Económico Administrativas, UNIVA Querétaro

 

En su ciclo de catequesis sobre los vicios y virtudes, el papa Francisco hizo referencia al vicio de la lujuria (Roma, 17 de enero del 2024). Hoy más que nunca se vuelve relevante reflexionar sobre ella debido al sentido banal de las relaciones amorosas y lo tóxico de algunas de ellas. Cuántas veces hemos escuchado expresiones tales como: “¡deja ya a esa tóxica, debe estar enferma de celos!” “¡Disfruta la vida con una persona que te haga feliz!” En estas expresiones tan comunes que en repetidas ocasiones las escuchamos en diferentes ámbitos sociales de nuestra vida podemos deducir que para algunas personas la búsqueda de la felicidad se centra en la atmósfera del egocentrismo, en donde se coloca la felicidad personal al principio y al final de todo proceso. Teniendo a la otra persona simplemente como medio para alcanzar sus propios intereses. Realidad totalmente distorsionada a la luz del Evangelio. El papa Francisco define al vicio de la lujuria como la “voracidad hacia otra persona, es decir, el vínculo envenenado que los seres humanos mantienen entre sí, especialmente en el ámbito de la sexualidad”.  Y tal voracidad va en aumento descontrolado sin que la persona haga un alto en su vida, debido a que para el hombre de hoy el único órgano interno de regulador de conducta es su propia consciencia.

La fragilidad de las relaciones interpersonales, que inicia por el escaso respeto que se tienen las personas de sí mismas, conducta que tiene su correspondiente desenlace de manera especial en la falta de respeto entre las parejas, es lamentablemente una realidad recurrente en la sociedad donde nos desarrollamos. Se ha exacerbado el instinto sexual más que el amor humano. Se han priorizado los intereses personales más que los intereses comunes entre las parejas. Un estudio realizado por la Dirección General de Análisis Legislativo del Instituto Belisario Domínguez (IBD) muestra que entre el 2015 y el 2022 fueron asesinadas 27,133 niñas y mujeres en nuestro país. Datos alarmantes que tocan la sensibilidad de todas las personas que nos decimos cristianos en cualquiera de sus denominaciones e incluso de cualquier “ciudadano de a pie” que se digne de ser llamado así, puesto que la dignidad de la persona humana debe ser respetada y defendida en cualquier esfera de nuestra vida.

Tal vez le hemos abierto demasiado las puertas a la voracidad de las personas, más que al enamoramiento de las mismas. Los medios de comunicación y empresas de publicidad favorecen la producción de estereotipos que frivolizan la imagen de la mujer, colocándola como un mero objeto de deseo en las gasolineras de nuestra querida ciudad de Querétaro, como medio fútil para conseguir beneficios económicos. De esta forma permitimos el acceso de diferentes estímulos visuales que nos abren rápidamente las puertas a los vicios, dando un lugar prioritario a la lujuria en nuestro corazón. Pero como nos autodefinimos como personas libres y responsables de nuestros actos, la realidad tristemente es que sólo nos autoengañamos y nos contentamos con satisfacer nuestros “apetitos voraces” justificados como necesidades personales.

El cristianismo a lo largo de la historia ha exaltado en diversas ocasiones la belleza que tiene en sí mismo el amor humano. Este, bien entendido y adherido a su principal finalidad que es la procreación, conduce al género humano a la realización plena. Sin embargo, el amor humano a lo largo del camino, tiene que combatir duras batallas con adversarios como lo es la lujuria. San Agustín en su Sermón 163 A, comentando la Carta a los Gálatas nos invita a “no dar satisfacción a los deseos de la carne, puesto que la carne tiene deseos contrarios al espíritu y el espíritu contrarios a los de la carne”. Esto implica una dura batalla, con todo lo que significa esa palabra: dolor, esfuerzo, sacrificio, pérdida, desesperación, derrota y triunfo. En otras palabras, nunca nadie dijo que una batalla iba a ser fácil. Ejemplo de esas duras batallas las encontramos en tantas parejas que luchan para dar un testimonio de vida cristiana coherente pese a los obstáculos que la sociedad les impone día con día, en una sociedad infravalorada de antivalores. En donde las relaciones interpersonales cada día se ven mermadas por la superficialidad y el sarcasmo de la expresión descontrolada e irresponsable de la sexualidad en nuestros días. Demos oportunidad para que se instale en nuestra vida el encanto del enamoramiento. La belleza de un amor que cautive. ¡El amor auténtico, aunque sea difícil de encontrar, sí existe! Hagamos realidad en nuestras vidas las palabras de su Santidad: la lujuria busca atajos, pero el verdadero amor busca donación.

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