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Pbro. Lic. Armando González Escoto ∙ Dirección de Publicaciones, Sistema UNIVA

 

Basada en la obra homónima del dramaturgo español Luis Fernández, Doña Diabla es una película del cine de oro mexicano que recibió seis nominaciones al premio “Ariel”, y participó en el Festival de Canes. La explotación económica que la protagonista hace de sus aduladores se justifica desde el principio por la difícil experiencia de haber sido ella misma tratada por su propio marido como un medio de explotación sexual. Una mujer noble, de singular belleza, de buenos sentimientos, ingenua, idealista, que cree en el matrimonio, por razones diversas cae en manos de un vividor que se casa con ella sólo para sacarle provecho. La trama es más o menos común a muchas otras películas de la época y nos hace pensar en lo mucho que revelan de nuestra realidad política.

Pensamos en la democracia, en ese sistema noble, práctico, igualitario, fruto del colosal esfuerzo de la mente humana por crear una estructura política que libere a la sociedad de los efectos pernicioso de las monarquías absolutas, de las dictaduras, o del simple caos. Un sistema que costó infinitas vidas y muchísimos años de análisis y reflexión por parte de grandes personajes, inteligentes y agudos a la hora de advertir los resultados nefastos de la unidad de poderes en un solo mando, de la sumisión social de la gente considerada solamente un súbdito contribuyente, pero nunca un actor social, del peso destructivo del privilegio y del monopolio en la gestión de la economía, de la ausencia de derechos y de libertades en el estado monárquico paternalista, y después de tanto trabajo, por fin, una obra maestra, la nueva democracia que emerge no sin dificultades, a lo largo del siglo XIX bajo el impulso de dos naciones, Inglaterra y Francia, pero que había tenido un antecedente precoz en Estados Unidos.

A los políticos del México independiente les sedujo la belleza del sistema y les sigue seduciendo hasta el día de hoy, pero no para crear una nación fuerte y progresista, sino sólo para explotar las bondades de la democracia en beneficio propio.

En la película Doña Diabla, el antagonista del principio, protagonizado por Víctor Junco, es un ser despreciable, pragmático, calculador, y dispuesto a todo por obtener poder y riqueza, eso incluye fingir amor, enamoramiento, generosidad, entrega romántica; en la jerga popular a este tipo de sujetos se les llamaba “padrotes”, término despectivo que describe a un explotador de mujeres, al tipo que las controla y las “vende” recibiendo su parte.

Usar la democracia como una forma de seducción para la explotación es algo que la mayor parte de nuestros políticos viene haciendo desde el siglo XIX. Ajenos por completo a los grandes valores de la nación y de sus gentes, a su belleza cultural, a su idiosincrasia, a todas sus posibilidades, a los ideales y las expectativas de las personas, lo único que ven es la manera en que pueden sacar provecho a estas bondades. Más que el honor de gobernar un país o un estado, lo que ven es el interés de explotarlo en beneficio propio, son los “padrotes” de la política mexicana y nadie parece advertirlo.

En la película mencionada, Ángela, luego motejada como doña Diabla, sabe invertir las reglas del juego, se libera de su explotador sólo para caer, al final, en manos de otro peor, como ha ocurrido en México en ese ir y venir de un partido a otro, con una buena dosis de olvido y una dosis mayor de esperanza absurda y de parálisis democrática.

 

Publicado en El Informador del domingo 22 de octubre de 2023.

Comunicación Sistema UNIVA

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