Mtra. Jazmín Velasco Casas • Docente UNIVA Plantel Guadalajara
«El principio de la verdadera vida no debe buscarse ni en el cuerpo,
ni en el ejercicio del poder, ni en la posesión de la fortuna, sino en uno mismo»
Michel Foucault
Anteriormente hemos dicho que Foucault estudió el cinismo antiguo exaltando los siguientes puntos que caracterizan su práctica:
La filosofía es una preparación para la vida;
Esta preparación implica ocuparse ante todo de uno mismo;
Ocuparse de uno es estudiar lo que es realmente útil en y para la existencia;
De esta forma uno conforma la vida de acuerdo a aquellos preceptos que pregona.
El cínico debía tener un conocimiento exacto de sí, evidenciar en su cuerpo y acciones que ha trabajado ese discurso veraz; sin perder la vigilancia sobre su pensamiento, anhelos, pasiones y conducta.
Asimismo los cínicos fueron conocidos en la polis griega como “los perros”, epíteto que obtuvieron debido a que su vida era como la de los perros callejeros que no están atados a nada, se conforman con lo que tienen y no buscan otras necesidades de las que puedan satisfacer de inmediato. La suya era una vida que ladraba y estaba en guardia, dispuestos a combatir enemigos, discerniendo entre personas buenas y malas, verdaderas y falsas, entregándose para proteger a los otros. El cínico se convirtió así en un funcionario de la humanidad en general, un funcionario de la universalidad ética, en palabras de Foucault, una especie de vigilante que vela por el sueño de la humanidad.
El compromiso cínico era exhortar en espacios públicos a todos los hombres a que llevasen una vida de veridicción, mostrando que la vida auténtica era una vida otra, solidaria, que radicara en interrogar cuáles son sus objetos de cuidado y preocupación y cuáles son los que descuidaban. Incitándolos a ocuparse, no de su fortuna, reputación, honores o cargos, sino de sí mismos, es decir: de su razón, de la verdad y de su alma. No como una actitud de señalamiento, de intrusión o indiscreción en los asuntos privados; sino que esa preocupación por los otros y conocer cuáles son sus motivos de cuidados, le permitía conocer los asuntos humanos, y por tanto, los suyos también.
El tema de la parrhesía y el cinismo nos muestran que la filosofía antigua tiene vigencia en nuestro tiempo y puede ser aplicada. Si bien he transitado en las manifestaciones de este decir veraz en la dimensión ética y política, este tema no se agota, pues ha sido retomado por otras filosofías como el estoicismo, el cristianismo y por disciplinas como la psicología.
Para finalizar y seguir reflexionando vuelvo a Foucault, quien señala que tal vez el esplendor de las culturas griegas y romanas antiguas se debió a que su moral se sostenía bajo el principio «hay que decir la verdad sobre uno mismo», aspecto que nos invita a revisar nuestra construcción moral, a interpretar el vínculo práctico que mantiene con el devenir de la sociedad contemporánea y sus retos de índole ético, y a adoptar un estilo de vida interior y público que ejercite el decir las cosas verdaderas sin dejarse paralizar jamás por el miedo.