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Armando González Escoto · Director de Publicaciones del Sistema UNIVA

 

En las sociedades religiosas imperaban procesiones y peregrinaciones, en la sociedad liberal se quiso sustituir aquellas por desfiles cívico militares, en nuestro mundo secular lo que se impone todo el tiempo son las marchas y las manifestaciones. En el fondo lo que se advierte es la necesidad social de manifestarse de manera masiva y por ese medio expresar lo que se cree, se piensa o se busca, o aquello que no se quiere o se quiere denunciar.

En noviembre del año pasado se tuvo en la Ciudad de México la madre de todas las marchas en apoyo al presidente López Obrador, más que a su propuesta de reformar al INE; fue una marcha multitudinaria, popular y festiva en la que el propio mandatario participó en un baño de masas que duró más de seis horas, y que exigió de sus oponentes, organizar una manifestación todavía más multitudinaria si esto era posible, pues a lo que se ve, vivimos una competencia nacional de marchas entre grupos y sectores.

Para una buena cantidad de personas que marcharon en el presente año para defender al INE la preocupación inmediata, aparte de averiguar dónde quedaba el Centro Histórico de su ciudad, era saber elegir el tipo de ropa y marca para participar en este tipo inusual de eventos, si convenía un sombrero de ala ancha o bastaba con una gorra térmica, o qué estilo de tenis serían los apropiados, igual, identificar qué estacionamiento sería seguro para dejar ahí autos que rara vez transitan por los centros de nuestras ciudades.

Para las madres buscadoras de hijos desaparecidos basta con unos buenos zapatos, picos y palas, pues cuando andan en búsqueda o se manifiestan, lo que quieren expresar es su profundo malestar y dolor por la tragedia que viven, no andan defendiendo privilegios o estatus, ni una democracia teórica cuya eficacia jamás han visto, exigen derechos y justicia, precisamente en un país donde la gente pobre no tiene posibilidades de ser respetada, porque carece de influencias, de palancas, de un gobierno que los defienda y haga aparecer a sus desaparecidos, vivos o muertos, con la misma rapidez con que fueron localizados los norteamericanos secuestrados en Tamaulipas.

Para las mujeres que salieron a las calles el pasado 8 de marzo, la tónica era distinta, pero no por eso menos agobiante. Defender la igualdad entre hombres y mujeres es una lucha que lleva ya por lo menos 200 años, y que tuvo entre sus grandes heroínas a Madame de Staël. Una lucha que ha logrado muchos de sus fines, pero no todos ni en todas partes, menos en países con cultura acendradamente machista como el nuestro.

El riesgo para las autoridades ha sido perder la calma y dar paso a la represión. El riesgo para los manifestantes es perder la lógica de sus ideales y caer en una radicalización destructiva y estéril, como si agrediendo personas y bienes públicos sus problemas se resolvieran con mayor prontitud. No creo que al gobierno le importe más defender piedras que personas, pero tampoco creo que causa alguna justifique destruir lo que es patrimonio de todos.

De cualquier modo, el radicalismo nace siempre de la frustración repetida, de los nulos resultados a legítimas demandas, de la perpetuación de conductas y actitudes equivocadas y aún, legitimadas, y cuando todas las frustraciones de todos los sectores de una sociedad se juntan y combinan, la estabilidad del país puede venirse abajo.

 

 

Publicado en El Informador del domingo 19 de marzo de 2023.

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