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Aída González Martínez, diplomática mexicana

Cristina González Martínez · Alumni de la Licenciatura en Filosofía UNIVA Online

 

El pasado 29 de enero del año en curso, falleció la Embajadora Eminente Aída González Martínez. Mucho se ha escrito en torno a su trayectoria dentro del Servicio Exterior Mexicano, por tal motivo, a ello solo agregaré con las presentes líneas los aspectos que, como hermana, mayor reconocimiento me merecen.

Debido a las circunstancias familiares a consecuencia de la muerte de mi papá, ella empezó a trabajar en la Secretaría de Relaciones Exteriores a los 16 años. Fue una joven sumamente trabajadora y con gran espíritu de superación, mismo que la llevó a prepararse e ir presentando los exámenes del Servicio Exterior hasta alcanzar el grado de Ministro. Este es el mayor grado al que es posible acceder dentro de la carrera diplomática, toda vez que el nombramiento de Embajador es por designación presidencial, tal es la causa por la cual a veces los embajadores no son expertos en diplomacia. Aída definitivamente lo fue, la acompañaron en su formación grandes personalidades como el Premio Nobel de la Paz, don Alfonso García Robles, quien le prestaba y regalaba libros “para que tuviera éxito en sus exámenes”; el 1º de julio de 1979, el Presidente José López Portillo la nombró Embajadora de México.

Era tan responsable y esforzada que, según cuentan otros embajadores, surgió el “síndrome Aída González”, sinónimo de no parar de trabajar sino hasta que todo estuviera concluido y bien hecho, sin importar la hora de la noche o hasta de la madrugada si fuera preciso. He conocido mujeres de diversas edades y puestos que me han comentado que ella las enseñó a trabajar.

Un embajador compañero suyo, ha señalado que para él, como hombre, fue muy grato al llegar al Servicio Exterior, trabajar con una mujer que no competía con los hombres, sino que se esforzaba junto con ellos para ser grandes profesionales de la diplomacia.

Representó a México en diversos foros internacionales, fue la primera mujer miembro de CEDAW (Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer); en la OIT (Organización Internacional del Trabajo), en la cual, además de ser la representante de nuestro País en el grupo gubernamental, fue la primera mujer en ocupar la Presidencia de su Consejo de Administración; en la ONU (Organización de las Naciones Unidas) fue miembro del grupo gubernamental en el tema de la mujer por más de veinticinco años. Aún ya jubilada se le siguió consultando como experta.

Sin embargo, su labor no se limitó al trabajo dentro de los organismos internacionales o la propia SRE, su preocupación por los derechos humanos y muy particularmente los de la mujer, iban más allá de los convenios y convenciones. Cuentan que durante las Conferencias Internacionales estaba al pendiente de la buena salud y bienestar general de las participantes, llegando a ocuparse personalmente de que contaran con atención médica, si fuera preciso, no se diga de otras necesidades básicas. Dentro de la propia SRE, impulsó que en el Reglamento del Servicio Exterior se tuvieran en cuenta las guarderías y el pago de los boletos de avión para los cónyuges de las embajadoras, pues antes de esto solo se cubrían los de las esposas de los embajadores. Procuró también la creación de un fondo de educación para los hijos de los embajadores, quienes en algunas ocasiones estaban en países cuyo sistema de educación pública no garantizaba la buena formación de sus hijos, de modo que mediante dicho fondo podían contar con recursos para llevarlos a escuelas particulares.

Su ser femenino siempre estuvo atento a las necesidades del otro, se caracterizó por una generosidad extrema, nunca lo pensó dos veces para ayudar a quien lo necesitara, sobre todo en términos de ayudar a tener un trabajo, más que en dádivas materiales, en lo que también fue desprendida.

Fue una excelente hija, gran hermana, tía muy dadivosa, inclusive con familiares y amigos, amén del personal que a lo largo de la vida colaboró con ella. En sus últimos días una de sus grandes preocupaciones era que sus enfermeras quedaran protegidas con una generosa indemnización.

Como en toda historia hubo claroscuros en su vida, sin embargo, la luz de su generosidad y trabajo profesional perduran en la memoria de todos.

Como mexicana me siento muy orgullosa y afortunada por haber conocido a una mujer diplomática que siempre dejó en alto el papel de México, dondequiera que lo representó, la conocí desde siempre, desde niña, ella era mi hermana mayor.

 

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