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Un sueño distópico

Por 19 octubre, 2021Líderes de Opinión

Mtro. Miguel Camarena Agudo, Proyectos Sociales y Religiosos • Plantel Guadalajara

 

No hace mucho, tuve un sueño y con esto no me refiero a aquellos que pertenecen al orden de lo utópico, me refiero precisa y llanamente a un sueño; de esos que tenemos cuando dormimos, cuando abandonamos la vigilia para irnos a los territorios gobernados por Morfeo.

Recuerdo que al inicio el sueño no manifestaba nada sorprendente, fantástico o alucinante. Era una situación simple, trivial; una amiga y yo conversábamos en un café situado justo debajo de un edificio, en una avenida concurrida de esta ciudad. No recuerdo de qué hablábamos, todo parecía tan normal y real cual reproducción de un día cualquiera. Hasta que de manera repentina una gota de agua me cayó en una mano. Inmediatamente volteé hacia arriba como quien mira hacia el cielo para confirmar que llueve. En uno de los pisos intermedios del edificio, había una mujer volteando hacia abajo desde su balcón, el rojo de su rostro resaltaba por la blancura de su atuendo, lloraba amargamente. Mi compañera prestó atención a aquella escena. De pronto sin más, la mujer se lanzó al vacío. Su cuerpo golpeó contra el asfalto haciendo un ruido seco, bofo. Los dos nos quedamos en shock, ante lo espeluznante de la escena. A los pocos segundos quise levantarme y salir a su auxilio para tratar de hacer algo, como lo exige una situación así, pero un mesero inmediatamente me tomó del hombro impidiéndome levantarme y me dijo muy tranquilo que no había necesidad, que todo iba a estar bien. Yo miré a mi amiga ofuscado, mientras trataba de comprender aquello. Comencé a ver a las demás personas que se encontraban a nuestro alrededor y todos parecían tranquilos, sin ningún aspaviento ante el suceso. A los pocos segundos llegó una camioneta blanca, muy parecida a las ambulancias. Dos hombres se bajaron del vehículo con la actitud de quien trabaja en el servicio de recolección de basura. Masticaban chicles y sus uniformes estaban manchados de sangre, como si fueran mandiles de carnicero. Abrieron las puertas traseras del vehículo y entre los dos lanzaron sin ningún cuidado a la mujer. Uno de ellos sacó una especie de equipo portátil de aspersión y lanzó una especie de agua mezclado con detergente sobre la mancha de sangre en el asfalto. Terminada la limpieza subieron al vehículo y partieron a toda velocidad.

Mi compañera y yo todavía muy aturdidos, quisimos continuar nuestra charla, pero pocos minutos después el ruido de un golpe nos arrebató el hilo de nuestra conversación. Ahora era un hombre quien había caído al asfalto desde lo alto del edificio. Me levanté asustado, mire el entorno, nadie excepto nosotros prestó atención a la nueva tragedia. Volví a mirar hacia el cielo y me di cuenta de que en cada uno de los balcones había gente con la cabeza inclinada hacia abajo, todos lloraban. Agarré a mi amiga del brazo y salimos corriendo del lugar. Cuando estábamos en la calle llegaba de nueva cuenta la camioneta que había recogido a la primera mujer. Mientras nos alejábamos, mi compañera miraba hacia el edificio cual Edith huyendo de Sodoma, y me decía taciturnamente -lluvia de cuerpos, lluvia de cuerpos, lluvia de cuerpos-.

No sé cuál es el significado real del sueño. Lo que sí puedo decir es que hay dos aspectos de él que me llamaron la atención. El primero, es el suicidio colectivo y en segundo, la indiferencia de los comensales y el personal ante dicha contingencia. Ambas situaciones que pudieran parecer normales a la naturaleza onírica del relato tienen sin embargo, una actualidad y un realismo desconcertante. Hace muchos años Ray Bradbury describió una situación similar en su libro de Farenheit 451. Mildred uno de los personajes principales de la novela, es encontrada por su esposo Montag (protagonista de la historia) bajo los efectos de una sobredosis de somníferos. Montag marca a un número de urgencias y al poco rato llegan a su domicilio dos hombres; no se trataba de médicos como se pensaría normalmente, éstos eran un par de técnicos. Los tipos conectan a un aparato a Mildred que le hace una limpieza de sangre (quizá Bradbury profetizó entre otras cosas lo que hoy conocemos como la hemodiálisis) el tratamiento dura unos veinte minutos. Antes de que ellos partieran Montag les pregunta si estos casos eran comunes y uno de ellos le responden que sucedían con una cotidianidad y una regularidad al grado de producirles un hastío laboral. Al siguiente día Montag cuestiona a Mildred por lo ocurrido la noche anterior y ella simplemente le dice que no recuerda nada, sólo sabe que durmió plácidamente.

Tanto en mi sueño como en el fragmento de la novela de Bradbury, podemos constatar un cierto ambiente de normalidad en situaciones que deberían escandalizarnos. En ambas referencias, si bien está presente el suicidio, su significado va más allá de eso. Se trata de la poca importancia dada a las tragedias ajenas y a la muerte no natural de un ser humano, por causas violentas. Porque la violencia humana no sólo se manifiesta en contra del “otro”, también se infringe hacia uno mismo. Aunado a lo anterior también podemos identificar otro aspecto contenido en los dos relatos, me refiero al de la pandemia de indiferencia social ante la brutalidad de aquello que ocurre en nuestra sociedad como “cotidiano”. Producida en parte, por la sobresaturación de información derivada de los llamados medios masivos de comunicación y a las nuevas tecnologías que poseemos por medio de las cuales nos bombardean. O quizá se deba a la diversidad y multiplicidad de contenidos, que nos hacen perder la dimensión y la importancia de las cosas: noticias, anuncios, vídeos, imágenes, memes, podcast, series, etc. Tanto las redes sociales como los medios de comunicación tradicionales (televisión y radio) producen con una velocidad sorprendente una gran variedad de contenidos, el problema de ello es yuxtaposición sin jerarquía o priorización con que nos la presentan. Ejemplo de ello es la noticia de un terremoto en Turquía (casi en tiempo real), seguida del vídeo de un gato que abre una ventana o baja la palanca de un retrete. Todos los días vemos desde la foto del desayuno que alguien comerá, el vídeo de un accidente aéreo, el meme sobre algún político, futbolista o personaje público, hasta las sorprendentes imágenes espaciales captadas por el Hubble. Desde luego existen más factores relacionados al tema de la insensibilidad y la indiferencia humana, pero los enunciados aquí me parecen, contribuyen de alguna u otra manera a este escenario. Lo cierto es que estamos expuestos al vaivén de lo sublime y lo ridículo. A la vorágine obnubilante de estímulos, por todas partes y a cada instante. Nuestra obligación moral es darle a cada cosa que vemos, su justa dimensión y valor. Nuestra obligación intelectual es esforzarnos por encontrar la verdad de los hechos ante el cúmulo de falsedades, es llevar siempre consigo una criba, para cernir la arena del mar que es la realidad.

 

 

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