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Promisión del capitán al sotavento.

Tejuino Nájera

Dejarse llevar suena demasiado bien, Jugar al azar, Nunca saber dónde puedes terminar…O empezar.

-Vetusta Morla, Copenhague

Luego de la sequía de la inanición poética, el recuento de daños intrapersonales dejados por un huracán que lleva por nombre el mismo que mi -hasta la semana pasada- inútil credencial electoral, ha llegado el tiempo de inundación diegética, en la cual el barómetro de mi interior indica que ha llegado la hora de vomitar.

En el último mes, tuve la oportunidad de mojar mi cabello en el otro lado del océano pacífico, sentir la diferencia de la temperatura del agua en el lado contrario del litoral y pensar en lo absurdo que es, encontrar una playa vacía de bañistas, cuando el mar se encontraba tranquilo.

De mi regreso, aparte de una maleta llena de melancolía, traje un morral lleno de dudas con respecto al tema más aburrido y complicado que conozco, yo mismo.

El Tejuino, explotando y demandando a gritos su escucha, siendo sofocado todos los días por una apatía, que lejos de calmarlo, pareciera subir los decibeles de sus exigencias. Finalmente, ríe, al saber que hoy, está aquí.

Dejando un poco de lo que queda de él, pero mucho de lo que hay en mí, cobijado por la ironía de Bukowski, el desagrado personal de Hemingway, la exigencia polarizada de Mishima y los malditos fantasmas que Cioran y Camarena una vez plantaron en mí.

El regreso más bien se sintió como una ida, no llegaba nunca de vuelta a casa, sino, cada vez me alejaba más y más de ella, la razón, más simplista que mi título, pero más difícil de aceptar que para muchas personas este resultado electoral, me siento triste con mi realidad.

Es difícil aceptar, que hay veces en la que nada nos llena, no porque nada sea suficiente, sino, porque por estar buscando fuera, a veces olvidamos revisar nuestras goteras, por donde usualmente se fugan los momentos de miel amarilla que recabamos todos los días.

Se me acabó la mirada constante, la palabra precisa y la sonrisa perfecta, absurda la premonición, al final del día, yo nunca le hice nada a Silvio Rodríguez, pero alguien, tenía que adjudicarse aquellos deseos algún día, si tuviera un poquito menos de ego, creo que mi vida sería más llevadera.

Aquí, nada está mal, nada marcha de manera extraña, desfavorable, ni mucho menos fatídica, aquí el sol sale, la fruta madura, el limón de la nieve y el fermento de maíz se siguen llevando bien, el único punto inconexo de la ecuación, soy yo mismo.

Es por eso, por lo que, a manera de autoconvencimiento, compromiso con mi tripulación imaginaria y de alguna u otra forma mi miedo a la exposición social decido escribirles esto.

Hay días en los que yo, sobre todos los demás, necesito recordarme que está bien ser “humano”. Que mi desconexión anímica de piloto automático no puede ser una anestesia perpetua, que las cosas no mejoran solo por intentarlas y que, si el ancla cae, pero la cuerda no amarra, en lugar de estabilidad, es solo una manera de perder pertenencia muchas veces necesarias.

No me resigno a aceptar ni mi trabajo, ni mi distracción light, ni mi régimen alimenticio, ni mi salario, ni las mamparas que me mantienen cautivo, ni mi pobre relación familiar, ni a mi casa, ni a las jacarandas, ni a mi ciudad. Me niego a quedarme mareado y confuso mientras me veo cómodo y enamorado de mis mascotas, de mis amigos, de mis compañeros dentro de este monstruo violeta, no quiero ni al viejo tirano ni al policía amable, rechazo el escrutinio y su impugnación, rechazo las tablas, ya sea con ruedas o de agua, la apatía y el corazón, la poesía y las faltas de ortografía. Mis lentes, el viento y las cadenas de las caídas.

Es por eso, por lo que me decanto por el cambio de rumbo, a tirarme al vacío, entregarme en contra de mi ansiedad diagnosticada, a una carretera carente de línea recta.

Sin saber ni a donde quiero ir, ni si voy a llegar, si me va a gustar o si querré regresar.

Promisión de partida, de muerte, de una violenta alegría, aquí termino con mi vida, dando gracias al Tejuino, al espacio, a las caídas, al silencio, a las palabras y a la fábula que nunca obtuvo luz verde para que ustedes la pudieran leer.

Finalmente, en palabras llenas de paráfrasis de una canción de Love of Lesbian: Se despide digno y roto, el capitán.

Deseando que nunca nos volvamos a encontrar, que no me vuelvas a leer en esta, ni en ninguna plataforma, ya que en dado caso que así sea, no habrá necesidad de anunciar mi fracaso, pues cada oración dará más claridad de mi naufragio de aventura y mi transmutación a un gris escritorio más.

 

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