Pbro. Lic. Armando González Escoto ∙ Dirección de Publicaciones, Sistema UNIVA
El proyecto “Patrimonio mundial de la Humanidad”, fue fundado por la Convención para la cooperación internacional en la protección de la herencia cultural y natural de la humanidad, adoptado por la conferencia general de la Unesco en 1972. Desde entonces 193 Estados miembros han ratificado la Convención, de los cuales 21 forman su comité general, abocados a la salvaguarda de espacios naturales, obras materiales e inmateriales con el propósito de conservarlas y darlas a conocer, protegiéndolas igualmente de cualquier situación que las amenace.
Pero ¿Cómo se construye un patrimonio mundial, material o inmaterial? Si es material pudiera parecer más fácil de hacer: un proyecto genial, un conjunto de artesanos muy capaces, una sociedad decidida a costearlo, y ahí está, por ejemplo, el Hospicio Cabañas, el edificio de asistencia social más grande de la América virreinal, majestuoso, inabarcable, una sinfonía de cantera levantada en favor de los más pobres.
¿Y si es un patrimonio inmaterial? Entonces las cosas cambian de manera sustancial, el genio sigue siendo indispensable, pero ya no es el de un solo individuo, sino el de un pueblo en el cual los líderes son prodigiosos y anónimos, creativos y desconocidos, porque es toda la gente guiada por un patrimonio previo que todos poseen en común, se trate de una idea, de un símbolo, de un emblema, de una memoria, de ese espíritu que se contagia sin publicidad, que surge sin el imperio de los decretos. El patrimonio inmaterial es por eso mismo la sinfonía del espíritu social que otros llaman cultura.
El 29 de noviembre de 2018, la romería de Zapopan fue declarada por la UNESCO Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Guadalajara había creado un patrimonio mundial inmaterial, una construcción que comenzó en 1734 y en la cual toda la ciudad se empeñó siglo tras siglo, para que cada año, una mañana de octubre, en el transcurso de pocas horas, se desplegara a la vista de todos, una manifestación de las expresiones más variadas, participada por todas sus clases sociales, en una sorprendente armonía de contrastes, movimientos, sonidos y colores.
Sinfonía de los tiempos, de antiguas y nuevas voces, de creencias ancestrales y contemporáneas, de vivos y difuntos que no dejan de evocarse en un diálogo de generaciones y complejidades de la vida. Una multitud con un sentido único y un mismo sentimiento, que convoca a la ciudad y a sus antiguos pueblos en el camino que conduce a Zapopan, nuestro reservorio espiritual, donde se conserva la memoria de nuestros orígenes y de nuestro trayecto, la clave de nuestra identidad.
Doscientos noventa años de perseverancia en torno a un símbolo de cinco centurias cuyo afecto no se enseña, se contagia, no se explica, se experimenta, un conjunto de razones íntimamente aliadas con un sinfín de emociones que hacen a la razón trastabillar, es como si todas las sensaciones vividas por un pueblo siglo tras siglo, encontraran en esta fecha el espacio justo para manifestarse, para conectar las tantas edades y sus muchas vivencias.
Desde luego que un patrimonio inmaterial no se inventa, se descubre, se detecta, se advierte con todos los sentidos y se calibra con la inteligencia que discierne y compara, que valora y luego se sorprende cuando logra finalmente tocar lo invisible, lo inmaterial, el genio de la gente que lo crea y lo recrea una y otra vez al contacto sutil e imperceptible del símbolo, de esa pequeña imagen de treinta y cuatro centímetros que ha atravesado toda nuestra historia.
Armando González Escoto
armando.gon@univa.mx
Publicado en El Informador del domingo 6 de octubre de 2024