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Mística, pasión y poesía en Juan de la Cruz

Antonio Cortés · Licenciado en Filosofía, egresado del curso Poesía Mística Modalidad Online en UNIVA

 

“Un no sé qué que quedan balbuciendo”

San Juan de la Cruz

Mucho se ha escrito sobre la obra de Juan de la Cruz, lo cual ha brindado un margen de análisis de la experiencia mística del santo de Fontiveros. Dicha experiencia es personalísima en cada místico, de tal modo, que, me atrevo a decir, no hay dos experiencias místicas iguales; sin embargo, el acercamiento a los textos nos permite realizar contrastes de fondo y forma, llegando, así, a proponer una fenomenología de la experiencia mística por la relación que guardan entre sí tales vivencias.

Al centrarme en Juan de la Cruz es preciso que primero establezca lo que, a mi juicio, estimo es una cuestión fundamental. Para el autor de la Noche oscura, ¿el acontecer poético antecede a la experiencia mística, o más bien, es esta la causa de aquel? Antes de responder, me propongo describir las fases por las que transita la experiencia mística.

Primeramente, conviene acordar lo que se entiende por Mística. Digo “acordar” y no “definir”, ya que al definir ponemos límites y considero que dicho término no es unívoco. Pero, tampoco podemos dejarlo abierto, de modo que se caiga en un equívoco, es decir, que se hable de todo y no se llegue a nada, de ahí que este término se debe acordar al menos operativamente. La palabra Mística toma su raíz griega del verbo Muo, que significa cerrar los ojos, cerrar los labios, de suerte que se ha equiparado con el vocablo misterio o misterioso derivando a un sinfín de equívocos de la palabra Mística. Entonces, para salvaguardar un punto medio entre lo demasiado abierto y lo demasiado cerrado del concepto, por experiencia mística entenderé aquel sentimiento de unión con la totalidad de lo real.

Ahora bien, se han distinguido tres fases o etapas (previas) a partir de la comparación de las diferentes fenomenologías místicas, de modo que cada fase es precedente (y necesaria) para el sentir místico. La primera fase es la llamada “purgativa”, como su nombre lo indica consiste en purgar al Alma para que pueda recibir al Otro. Una vez pasada esta primera fase, la segunda es la denominada “iluminativa”, aquí el Alma descubre la hermosura de aquella Realidad fundante o fontanal quedando embelesada y como fuera de sí. Finalmente, en una tercera etapa, la llamada fase “unitiva”, el Alma es prendida por lo radicalmente Otro y se da, de este modo, una unión mística –comparada con la unión matrimonial– en la que se llega a ese sentimiento gozoso de profundo éxtasis.

En Juan de la Cruz se logran apreciar las tres fases, sobre todo, en su Cántico Espiritual, en el que va relatando, desde su propia experiencia en la cárcel de Toledo, las ansias de encontrar a su Amado, pasando por el arrobamiento, hasta la unión íntima con Él.

En este sentido, para el escritor del Carmelo, la experiencia de unión mística se vislumbra a partir de la estrofa XXXVI de su Cántico, que a la letra refiere: Gocémonos, Amado / Y vámonos a ver en tu hermosura / Al monte y al collado, / Do mana el agua pura; / Entremos más adentro en la espesura. También su prosa manifiesta dicha unión al explicar el orden de las canciones hasta llegar al “matrimonio espiritual”. De modo, pues, que no cabe duda que Juan de Yepes vive la experiencia mística y la experimenta a guisa de un amor apasionado.

No me gustaría dejar pasar aquella relación que Ortega encuentra entre el enamorado y el místico. El filósofo español apunta que el enamorado vive embobado o ensimismado, contemplando a su amado, igual que el místico; o, que el místico, a su vez, adopta vocablos e imágenes propias del enamorado, llegando a una especie de erotismo religioso. Con este vuelco de léxicos se sospecha una fuerte relación entre el enamoramiento y el misticismo. A mi decir, esta relación tiene su origen en la pasión. La palabra pasión proviene del griego pathos (sufrir, enfermar) y del latín passio (padecer, sufrir, tolerar), ambas acepciones indican pasividad, pues no se ejerce acción alguna para sufrirla o padecerla. El enamoramiento no se busca; la experiencia mística no se consigue por mérito propio.

Quiero hacer una última consideración que versa sobre la pregunta inicial. Juan de la Cruz es el místico poeta. Sus textos son de los más grandes poemas amorosos. Sin embargo, en mi opinión, para nuestro autor, no hay un interés primordial por escribir poesía. La poesía es el resultado de su experiencia mística, pues, al querer expresarla, el lenguaje se le antoja insuficiente (como lo clasificará el poeta Jorge Guillén), de modo que, al no poder expresar tales vivencias místicas, opta por la metáfora y el lenguaje poético, para que, aunque sea de una manera minúscula, pueda decir algo. La poesía será para san Juan el vehículo para expresar lo inexpresable, no a cabalidad, sino de manera simbólica.

Finalmente, es preciso culminar haciendo referencia a la dificultad de comunicar la experiencia mística con un lenguaje insuficiente. En su prosa, Juan de la Cruz llega a decir que esto no lo entenderá nadie que no lo haya experimentado, y aquella alma que lo haya experimentado, al darse cuenta de no poder entenderlo, lo llamará “un no sé qué”. Así lo canta en la estrofa VII del Cántico: “un no sé qué que quedan balbuciendo”. Nótese la aliteración del “que”, la cual quiere indicar la dificultad de expresar con las palabras lo que solo se puede experimentar en el alma.

Llegados a este punto, baste continuar por nosotros mismos con la lectura de la poesía sanjuanista, a fin de poder saborear de una manera más viva aquella ciencia muy sabrosa de la que Juan de la Cruz gustó y dejó escrita.

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