
Lucia Almaraz Cazares – Docente
El amor romántico, entendido como un ideal cultural que exalta la unión de dos personas bajo la promesa de plenitud y eternidad, ha sido uno de los mitos más persistentes en la sociedad occidental. Desde una perspectiva feminista, este constructo no es inocente ni universal: constituye un dispositivo de control simbólico que ha contribuido históricamente a la subordinación de las mujeres. A través de la literatura, el cine y la educación sentimental, se ha transmitido la idea de que el amor es el eje central de la vida femenina y la vía principal hacia la realización personal.
Los mitos del amor romántico —como el de la “media naranja”, la “entrega total”, el “amor que todo lo puede” o la “fusión de las almas”— promueven la dependencia emocional y refuerzan la desigualdad de género. Bajo la apariencia de afecto, estos relatos legitiman dinámicas de poder desiguales, donde la mujer asume el rol de cuidadora, comprensiva y sacrificada, mientras el hombre aparece como sujeto activo y deseable. De este modo, el amor se convierte en un espacio de desigualdad simbólica que normaliza la renuncia femenina al propio deseo y a la autonomía.
El feminismo contemporáneo ha problematizado estos mitos al evidenciar cómo el ideal romántico contribuye a sostener relaciones violentas. La creencia de que “el amor todo lo perdona” o que “los celos son una muestra de cariño” invisibiliza el control, la manipulación y el abuso, disfrazándolos de pasión. Asimismo, el mito de la exclusividad afectiva refuerza la idea de posesión sobre el cuerpo y la libertad del otro, un componente central de las violencias de género.
Por tanto, desmontar los mitos del amor romántico es un acto político y emancipador. Implica reeducar el deseo, promover vínculos basados en la reciprocidad, el respeto y la libertad, y cuestionar los mandatos culturales que asocian el amor con el sacrificio. Desde una ética feminista, amar no debería significar perderse en el otro, sino encontrarse en la igualdad. Solo así, el amor puede dejar de ser una herramienta de opresión para convertirse en una forma de resistencia y libertad compartida.