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¿LIBERTAD?: UNA RESPONSABILIDAD QUE NOS HUMANIZA

Luis Tercero Gutiérrez Bribiesca · Egresado en Derecho de UNIVA La Piedad  

¿Qué es la libertad?

Todos pensamos o creemos en la libertad y, con justa razón, afirmamos que somos libres. Todo parece claro, hasta que nos preguntamos: ¿qué es la libertad?. Entonces nos enfrentamos a una de las interrogantes más antiguas y, al mismo tiempo, más difíciles de responder, desde los inicios del ser humano racional hasta la filosofía actual.

Desde los griegos hasta nuestros días, la libertad ha sido un grito, un anhelo y un derecho, pero también, en gran medida, una trampa. ¿Qué es exactamente? La palabra proviene del griego ἐλευθερία (eleuthería) y del latín libertas-libertatis, es decir, libertad. Pero, ¿significa hacer lo que uno quiere, cuando y como quiere? ¿Es la ausencia de obstáculos? ¿O más bien es una forma de estar en el mundo, una actitud ética, una responsabilidad profundamente social y moral?

Los griegos concebían la libertad como una condición del ser humano. Pero, ¿acaso no es contradictorio hablar de “condición” y “libertad”? Un poco sí. La palabra “condición” proviene del latín conditio, a su vez de dicere (“decir”), que alude a lo pactado o establecido. De ahí que, aunque podamos definir la libertad como la capacidad de ir adonde queramos sin cadenas que nos detengan, lo realmente importante es preguntarnos por qué y para qué caminamos hacia donde vamos.

En un sentido más claro, la libertad significa no ser esclavos: somos libres en lo político, en lo jurídico, en la acción, en la palabra, en el tránsito. Dicho en pocas palabras, ser libres es tener la facultad de obrar o no hacerlo, de no depender de nadie ni estar sometidos, de actuar en el tiempo y modo que decidamos.

Sin embargo, hoy la palabra libertad se pronuncia con ligereza, casi confundida con el libertinaje. Se hacen marchas en su nombre —por la libre expresión, por el libre tránsito—, se proclama en discursos políticos, se vende en campañas publicitarias y se defiende con vehemencia. Pero pocas veces se reflexiona sobre ella. Lo que muchas veces se presenta como libertad es, en realidad, una falsa libertad: una versión superficial que confunde la satisfacción inmediata de deseos con la verdadera autodeterminación.

Como lo entendieron generaciones pasadas, la libertad se ejerce dentro de una sociedad compuesta por personas diversas, con actitudes y oficios distintos. Hacer lo que se quiere sin considerar al otro no es libertad: es impulso. En ese caso nos convertimos en esclavos de nuestras pasiones. Pasión viene del latín passio, “padecer”: aquello que nos domina. Así podemos ser esclavos de la ira, del odio o del enojo, pero también de la alegría y la felicidad. Aristóteles nos recordaba que todos los extremos son vicios, incluso los aparentemente “buenos”. La virtud se encuentra en el punto medio, en el equilibrio entre exceso y carencia.

Hablar de libertad nos lleva inevitablemente a la voluntad. A diferencia de los animales, el ser humano no solo reacciona: elige, y lo hace conducido por la razón. Esa elección está determinada por factores biológicos, sociales, culturales e incluso inconscientes. Surge entonces la pregunta: ¿somos verdaderamente libres?

El libre albedrío es la capacidad de decidir entre distintas opciones. Sin embargo, esta facultad no es absoluta: requiere conciencia, y la conciencia exige formación, pensamiento y autoconocimiento. De poco sirve poder elegir si no comprendemos lo que estamos eligiendo. Aquí es donde la filosofía cobra valor: como un ejercicio de libertad reflexiva.

El ser humano verdaderamente libre no es quien puede hacer cualquier cosa en el momento y forma que lo desee, sino quien comprende el sentido de sus actos y asume sus consecuencias. La libertad implica responsabilidad. Como decía Sartre: “Estamos condenados a ser libres”, pero esa condena no es desgracia, sino posibilidad radical de autenticidad.

Desde una perspectiva ética y social, la libertad no puede desligarse del respeto a los demás. Ser libre no es oprimir ni imponer; no es actuar como si los otros no existieran. La libertad de cada persona se encuentra con la de los demás y ahí nace la convivencia, la sociedad y los derechos humanos. En este sentido, los límites no son una negación de la libertad, sino condiciones para que exista. Si una persona ejerce su voluntad a expensas de otra, ambos dejan de ser libres: uno se hace esclavo de sus pasiones y el otro se convierte en esclavo de su opresor.

En conclusión, la libertad es la capacidad de elegir con responsabilidad hacia uno mismo y hacia los demás. Implica conciencia de los límites, no para someternos, sino para convivir en una sociedad de libertades compartidas. La libertad no es aislamiento, es apertura; no es capricho, es sentido. La libertad es una responsabilidad que nos humaniza.

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