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La indiferencia religiosa

Lic. Cristina González Martínez · Alumni de la Licenciatura en Filosofía, UNIVA Online

La indiferencia religiosa aparece en la sociedad a raíz de la modernidad, época del pensamiento filosófico en el que se abandona o minimiza en el mejor de los casos, el pensamiento metafísico, dando como consecuencia quitar del centro de la vida a Dios y todo cuanto pudiera llevar a las personas a una reflexión acerca de la trascendencia del espíritu, en el siglo XX inicia, de esta manera, dicha actitud, la cual ha permanecido y evolucionado hasta llegar a nuestros días.

Ya avanzado el pasado siglo, aproximadamente después de la Segunda Guerra Mundial, aparece la llamada posmodernidad, que se caracteriza, entre otras cosas, por cuestionar primero y después eliminar, el valor de los dos pilares que han sostenido al hombre a lo largo de los siglos: los metarrelatos históricos y los metarrelatos religiosos, el hombre olvidó su ser espiritual, que aunado al hecho social de la globalización, se convirtió en una actitud gnóstica mundial, totalmente indiferente, en ocasiones hasta agresiva, en contra de todo cuanto representara un valor religioso dentro de una iglesia histórica, siendo la Iglesia Católica la que agrupa el mayor número de fieles en su seno, ha sido también la más atacada en sus principios morales y doctrinales, afectándola en la participación y conducta de sus hijos.

La sociedad occidental, tradicionalmente conocida como cristiana, ha ido cayendo en indiferencia, los católicos han abandonado las prácticas sacramentales, los sacramentos se han convertido más en un marco social, que en un encuentro con Dios y la recepción de su gracia. Los niños se siguen bautizando más por cumplir con la costumbre de un rito, que con la intención de formar en ellos una recta conciencia y el cultivo de una vida de encuentro con Jesucristo, observando también que, en algunos lugares tanto en México como en otros países, las misas dominicales ya no cuentan con la asidua asistencia de los feligreses, han disminuido las vocaciones sacerdotales, los jóvenes ya no tienen interés en recibir el sacramento del matrimonio. Actualmente, un sector de la Iglesia católica alemana, está pugnando por un cambio en la doctrina moral, lo cual, en algunos casos, ha rebasado la indiferencia y se ha tornado en franca agresión contra el magisterio de la Iglesia, empezando por el Papa.

El problema antes expuesto, llama de manera particular mi interés, en virtud de varias razones:

1) Soy católica comprometida con Jesucristo como parte de su cuerpo místico, que es la Iglesia.

2) Por lo anterior me preocupa la salvación de las almas.

3) Amo a la Iglesia.

4) Soy abuela y me preocupa la sociedad en la que están creciendo mis nietos.

5) Por tanto, me siento con la obligación moral de hacer algo, de poner al servicio de la Iglesia los talentos que Dios me ha dado.

Algunas posibles soluciones que visualizo desde mi trinchera, son en primer lugar, esforzarme por la propia formación y la de nuevos apóstoles, a fin de estar en condiciones de, como decía san Juan Pablo II, ser apologetas del siglo XXI, es decir “saber dar razón de lo que creo, de mi esperanza” (1P. 3, 15).

Otra sería la participación activa en los apostolados a que sea posible tener acceso y facultades dentro de la parroquia, en algún movimiento católico, en la diócesis, etc., promoviéndolos de tal suerte que se pudiera ser fermento de conocimientos, convicción y esperanza para todos aquellos con quienes se entre en contacto.

Y, como dice la carta de San Juan Pablo II “La vocación del laico en la Iglesia”, buscar la participación en todos los ámbitos de la sociedad, para imbuirla del mensaje de Jesucristo.

No es la primera época en la historia de la Iglesia en que se enfrentan problemas graves, sin embargo, en el Nuevo Testamento encontramos la respuesta a nuestra preocupación y la razón de nuestra esperanza:

1) Mt.16, 18: “Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas de Hades no prevalecerán contra ella”

2) Hch. 5, 38: “Ahora, pues, os digo: desentendeos de estas personas y dejadlas (se refería a los apóstoles). Porque si este plan o esta obra es humana, fracasará; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirlos. A ver si a la postre os vais a encontrar luchando contra Dios”.

Jesucristo mismo lo dijo: las puertas del infierno no prevalecerán contra su Iglesia, nunca deberemos perder la esperanza del triunfo del Señor. El pasaje de Hechos nos relata cómo, la mente sensata del fariseo Gamaliel, llega a esa conclusión, si esta obra es de Dios, nadie podrá acabar con ella, desde luego que, así como Jesucristo para la multiplicación de los panes que se relata en Jn. 6, 1-15, se valió

de los cinco panes y dos peces que tenía un joven, así el católico comprometido ha de poner al servicio de Nuestro Señor en la Iglesia sus cinco panes y sus dos peces.

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