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La fragilidad del silencio

Por 19 octubre, 2021Líderes de Opinión

Mtra. Rosa Damaris Marín Sandoval • Docente UNIVA Plantel Guadalajara

 

Alguna vez hemos pasado por alguna escuela y lo que la caracteriza, en horario escolar, es el ruido que emana del edificio. “Es inevitable” podríamos pensar, es más, dentro de las escuelas incentivamos la participación, le damos una ponderación en la materia y evaluamos, ¿qué? ¿Raciocinio, pensamientos, dudas?

Primero, como docentes debemos definir y aclarar qué tomaremos como participación. Muchas veces escuchamos el mismo comentario en distintas palabras, sólo por hablar, por un puntaje que trata de cantidad y no de calidad. Lo que provoca que la clase se vuelva tediosa y circular. Lo anterior no es con al afán de desmotivar a la participación, sino incentivar al esfuerzo, la lectura, la lógica y la prudencia al hablar; que las palabras, tengan sentido, valía.

Por otro lado, el título es La fragilidad del silencio y es que sí, tan rápido pasa, se rompe, se daña y no se recupera. Basta un chiste malo en un examen para desconcentrar, un comentario al aire sin sentido para interrumpir la clase. Y en este sentido, el ruido es contaminante, es la interferencia que daña nuestra comunicación con las personas, pero más veces, con nosotros mismos, que me parece es la más importante.

El ruido interrumpe el pensamiento, la crítica que surge en nuestra mente, que grita ser voz. Las buenas ideas no surgen hablando, surgen pensando, escuchando. Muchos hemos oído la frase “por algo tenemos dos orejas y una boca” para escuchar dos veces más de lo que hablamos.

Lo cierto es que, en las escuelas, el silencio es efímero, lo despreciamos, lo negamos abogando por la participación y nadie aboga por la escucha, por el respeto al habla y al otro como sujeto que tiene algo muy importante que decir. Ahora, no sólo en las escuelas, en la calle, las oficinas…

Hace poco me mudé de una zona industrial a un fraccionamiento, ese pequeño cambio ha traído paz, pensamientos, pláticas más disfrutables en casa, y es imposible huir del ruido, pero lo podemos propiciar. Ya lo decía Ciprián Cabrera Jasso en su poema Las palaras:


“Emanan las palabras de los labios y matan o salvan.

Las palabras presagian un desastre o una esperanza.

Las palabras se gritan en las plazas y enardecen.

Las palabras se silencian en las camas

Y los dedos que esculcan, descubren nuevos horizontes.

 

Las palabras, siempre las palabras,

Demasiado griterío,

Demasiadas voces en las radios y en las terminales,

En los televisores y en las calles, en los mercados,

En las masacres donde el silencio se levanta y se revela. […]”

 

La peligrosidad de las palabras que juzgan, casi está peleada con la delicadeza del silencio, los dos no habitan el mismo espacio, pero sí se construyen unos a otros. Para hablar necesitamos pensar, para pensar necesitamos silencio.

Muchos son los que dicen que aprenden o estudian mejor con música, algo de cierto habrá en ello, no lo niego, pero la supremacía del silencio debe abordarse en clases. Debemos volver a la calma que reside en la razón y en cuestionarnos internamente, y luego, entonces, elogiar al mundo con palabras.

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