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La capitalización de la muerte

Miguel Camarena Agudo, Kevin Antonio Cortés Villanueva y Rodrigo Gómez Ortega · Miembros de la Dirección Mercadotecnia y Comunicación Institucional, Corporativo UNIVA.

 

Miguel:

La muerte es y será un tema inagotable, en cualquier situación en la que se toque el asunto se genera una atención especial, ya sea para hablar morbosamente o con un cierto grado de profundidad. Siempre habrá quienes rehúyan al diálogo acerca de la muerte por miedo, y quienes siempre están al acecho, parapetados, esperando furtivamente la ocasión para hablar tendido y largo sobre la muerte. Aceptémoslo, la desgracia ajena es oro molido, no solo para los noticieros y las redes sociales, también para los escritores, si no pregúntele a un Sófocles o a un Eurípides, masters of puppets.

En nuestro país la muerte es algo de lo que se habla con soltura, siempre y cuando no se esté en dicha situación, porque ahí sí, la mayoría se arremanga; he conocido a quienes no les gusta ir a los funerales, e incluso juzgaron dicho ritual como algo insulso, hasta que les tocó velar a un familiar, ahí se les cayó el discurso de valientes e indiferentes. Juzgar aquello que no se conoce es fácil, si no echen un vistazo al infinito de disparates publicados en redes sociales.

Hay que reconocer que existen quienes de verdad sienten una fobia por los velorios, quizá por una experiencia en el pasado que fue muy dolorosa, o por algún otro asunto que solo los especialistas de la salud mental podrían explicar. A mí en lo personal no me gusta ver a los muertos, a menos que sean personas muy queridas, pero más de una vez, incluso a esas personas no las he querido ver, he preferido recordar su imagen de cuando estaban vivos, sin la contundente marca que la muerte imprime en los rostros de quienes han dejado de respirar.

No hace mucho fui a un velorio, un viejo conocido, pero joven de edad, le dio un infarto, vivía solo y ya se imaginarán la escena o la manera en que se dio el hallazgo de su muerte. Cuando fui a la funeraria, me encontré con muchos rostros conocidos, pero sin nombres, recordaba facciones, no nombres. Mi memoria tiene una discriminación terrible hacia aquellas personas que no representaron mucho en mi vida, de eso me he dado cuenta, los olvido con facilidad. Volviendo al velorio, me di cuenta de los alejados que los centros velatorios o funerarias están de la muerte. La limpieza, la pulcritud, la iluminación, la ausencia de imágenes religiosas, la amplitud, la organización; las muchas, muchas cosas que difieren de la putrefacción, la pestilencia, la suciedad, la violencia y oscuridad que en realidad es la muerte.

En fin, ese día vi gente con atuendos elegantes, por no decir cuasi festivos. Mujeres con ropa ceñida y escotes, hombres oliendo a perfume, buena ropa y calzado, parecía más una competencia de deliciosas fragancias, moda y lujo. La tristeza, solamente, reflejada en los deudos hacía un leve contrapeso con el ambiente semifestivo; sin ser ofensivo, eso se entiende, pues el reencuentro y la algarabía de algunos que durante muchos años no habían podido coincidir es natural, sin importar el contexto.

Me parece que la muerte se ha vuelto un momento, casi equiparable a una boda, quince años, bautizo o celebración familiar, me refiero en cuanto a la organización y el ambiente, más bien, festivo que fúnebre y express. Hoy existen funerarias que parecen más un restaurant o un antro fancy que un lugar para velar cadáveres, ahora tienen sillones cómodos y con diseños vanguardistas, pantallas, wifi, decoraciones interiores minimalistas, cuartos privados para descansar, cafetería, estacionamientos, salas amplias y bien iluminadas, etc. Incluso se manejan horarios de visita, el muerto puede ser abandonado en la noche, para que la gente descanse y no se fatigue más de la cuenta con su deceso. La muerte se ha vuelto un acontecimiento más confortable que incómodo. Ahora se tiene hasta la cómoda opción de cremar en lugar de enterrar a los finados, ahorrándose tiempo, lágrimas y sufrimiento.

Kevin:

Siempre he pensado que cuando uno decide darse una escapada de la gris y superflua rutina, no hay nada que te pueda regresar a la realidad burocrática a menos que tú lo permitas… Vaya pensamiento iluso, puesto que, cada vez es más común dentro de cualquier espacio público encontrarte con distintos promocionales y comerciantes, no de cosas chidas, interesantes o comida deliciosa, sino, la parte oscura del comercio… Los promotores insistentes; que sí, ya sé que tengo servicio de TV por cable, que sí, ya sabes que tu producto es mejor que el mío y tengo que cambiarme de compañía, si no sería un verdadero estúpido por no tomar esa promoción, pero esto no termina aquí, esta gente ofrece de todo, desde sartenes, coches, planes de celular, casas, tarjetas de créditos, productos para cabello… En fin, lo que se te ocurra.

De estas personas siempre he pensado dos cosas en específico, la primera: “Ojalá estos sujetos me vean muy jodido y no me ofrezcan nada”, y la segunda: “Si trae traje, aléjate que de seguro lo que ofrecen, aparte de aburrido, es absurdamente caro”; ¿esto qué tiene que ver con la muerte, su capitalización o el festejo en sí?, pues lector, uno podría pensar que no tiene nada de hilo conector y solo es un grito desesperado de rabia interna hacia las personas, sin embargo, lo tiene.

No hace más de 3 meses, estaba con mis padres caminando por un centro comercial de la ciudad, uno de esos nuevos, y, según dicen los acomodados, “vanguardistas”. Pues todo bien al inicio, aire fresco, familia, pláticas amenas y silencios incómodos, sin embargo, cual zarigüeyas en sabana africana, la calma prevalecía solo antes de comenzar a escuchar la risa de las hienas, que en este caso, no caminaban a cuatro patas ni eran moteadas, sin embargo, compartían los colmillos y el color gris oscuro en sus finos trajes, “ya nos tocó bailar con la más fea”, pensaba en lo que aquel muerto, pero simpático caballero se acercó a mis padres preguntando: “Señores, muy buenas tardes, ¿ya cuentan con su plan funerario y un recinto de descanso elegido?”, evité sobre pensarlo y me dio risa el hecho de que sabía que mis padres, al ninguno tener más de 50 años, le darían las gracias y pasaríamos de largo… Una vez más, que iluso.

Para mi sorpresa, inclusive la del mismo promotor, contestaron que no, qué si él tenía informes al respecto; en definitiva, nos tocó bailar con la más fea, pasamos a una salita decorada de manera hiper nice con cafeteras de esas que anuncia George Clooney, sillas de piel, luces cálidas y un escritorio de madera.

Sabía que era hora de desconectar mi cerebro y volverme un ente recipiente, el cual había renunciado a su sustancia, fallándole de esa manera a mis principios y a Kant.

Fue entonces que dentro de mi viaje mental a un lugar sin promotores escuché algo que sí me llamó la atención, de manera sutil pero muy clara, el promotor comentaba que contaban con un rango de precios muy accesibles para descansar en este enorme recinto funerario en el norte de la ciudad, que todo dependía de la ubicación, la vista, la cercanía de la entrada o de la capilla.  Con precios que fluctuaban desde los 25 mil hasta los 65 mil pesos, claro que esto incluía solamente el terreno, a eso le agregaban las misas, el transporte, la cremación o el entierro -como ellos prefirieran- también, si eran muertos de segunda o tercera categoría, podrías ser acreedor a un nicho, en donde tus cenizas estarán guardadas tal cajón de abuela lleno de agujas que no se van a usar. Pero eso sí, en un jardín bonito que evoque el bello recuerdo de lo que fuiste en vida, incluso si fuiste una basura.

En fin, mis padres dieron las gracias y quedaron en ir al panteón en días póstumos para ver los espacios, llegando a casa me puse a investigar y me encontré que, en este recinto en específico, incluso, hay personas que ven su compra de terreno como una inversión a la cual pueden sacar provecho después, vendiéndosela a alguien todavía más acomodado a un precio todavía más elevado.

Fue entonces cuando hice una conjetura terriblemente ridícula, pero con todo el sentido común de esta tierra, si la muerte es parte de la vida o viceversa y todo en la vida está sufriendo una alza de precios gruesísima, mientras cada vez es más difícil conseguir dinero, claro que la muerte no sería la excepción.

He escuchado muchas veces que todos los humanos somos iguales, también en varias series forenses o documentales con temática médica que todos los cuerpos y huesos son lo mismo al final de cuentas, aspecto con el que no estoy de acuerdo, ahora he entendido que hasta en los muertos hay clases, categorías y estatus.

Yo hombre de Andares no puedo ser enterrado igual que tú, personaje de Miramar, la excentricidad, el dinero, el precio, el lujo y la exclusividad, nos ha llevado a que el ego de la vida se traduzca en el espacio de la muerte.

Con el mercado funerario saturado al igual que los demás, la capacidad económica de las clases va cada vez más hacia abajo, entiendo que llegará un momento en el que morirse va a ser tan humano como siempre, pero el lugar de descanso eterno va a ser tan digno como tu cartera en vida lo haya permitido, temiendo cada vez más al momento de la partida, no por qué venga después ni por cuánto duela, sino por cómo le vamos a hacer cuando ya no podamos permitirnos el morir por miedo al gasto que viene después de cerrar los ojos eternamente.

Así que, sí lector, te confirmaré una vez más, nos tocó bailar con la más fea, pútrida, excéntrica, cruel, desgarradora y explotadora realidad, en la que lo único seguro sigue siendo la muerte, sí, pero habrá que revisar las gráficas de Wall Street para saber cuánto cuesta y si es que nos la vamos a poder costear.

Rodrigo:

Entrando al terreno de la ciencia ficción distópica, no podemos dejar de pensar en cómo la muerte es, al igual que todo en esta vida, un negocio. Y cómo no lo sería, es la perfecta idea de mercado, es una actividad que no requiere de segmentación y que todo ser humano realizará una vez en la vida. Entonces la pregunta, obviamente ya resuelta, analizada y puesta en práctica, fue ¿Por qué no lucrar con esto? Y así se hizo. Y hay que aclararlo, los ritos, supersticiones y ceremonias funerarias actuales no representan en sí una intención avariciosa de parte de quien proporciona estos servicios, pero me parece un poco irónico que los costos de preservar la integridad del fallecido y sus relativos dando un entierro digno, lleguen al punto de ser más elevados que los costos del nacimiento.

Endeudarte por morir debe de ser la mejor representación del sistema al cual pertenecemos, pero tranquilos porque se puede poner mejor. La necesidad de algunos es la oportunidad de otros tantos, y creo que si han habitado este planeta en los últimos 70 años sabrán de lo que hablo, por ello viendo el panorama, no suena tan descabellada la idea del uso de símbolos fúnebres como estrategias de promoción.

Tan solo piénsenlo, una familia que no cuenta con el dinero suficiente para una tumba, una lápida o una cripta para uno de sus miembros, podría aceptar el apoyo económico de un ente externo a cambio de una porción de su espacio de reposo eterno. Imaginen que su compañía favorita de refrescos asignara un presupuesto en torno a pagar lápidas, sobre las cuales esculpirán un código QR que lleve a la siguiente y efímera campaña de navidad de la marca, o mejor, que añada una placa intercambiable para rotar los anuncios anuales, todo desde la inmediatez de su cementerio más cercano.

Imagina las visitas al panteón en las diferentes festividades, panificadoras añadiendo descuentos de 10 % en Pan de Muerto si escaneas el código de tu familiar, QR’s promocionando cervecerías para difuntos de cirrosis, o, incluso, descuentos en ciertos productos y servicios si compartes nombre o apellido con un fallecido que hayas encontrado por casualidad. Dentro de esta categoría también entrarían las campañas sucias dignas de humor negro, en cosas como ‘Yo morí por comer en «M» hamburguesería’ o ‘Al parecer el cuerpo humano solo aguanta 96 gansitos’.

Lo anterior también lo podemos extrapolar a las actividades velatorias, en cosas tan simples como que se decida utilizar cierto diseño para el féretro o determinada marca de ropa para las últimas prendas del difunto. Ser uno de los “muertos de las empresas” resulta reconfortante para una población en necesidad, sin embargo, no deja de ser algo macabro, y es que cómo no serlo, convertir el último espacio físico que tendrás en una efímera campaña de mercadotecnia, no sólo falta al respeto a tu propio recuerdo, sino a la dignidad del mismo Hades.

Convertir los espacios fúnebres en una experiencia comercial digna de un espectacular debe ser uno de los hitos más insultantes al concepto de muerte construido culturalmente durante milenios, sobre todo por la intencionalidad del asunto. Cada persona tiene la libertad de usar su creatividad para expresar su último gran mensaje de la manera que deseé, por ello utilizar códigos QR, enlaces o elementos digitales e interactivos dentro de una lápida puede convertirse en una brillante idea para ser recordado por todos aquellos que te conocieron en vida (y también por todos aquellos que no).

Finalmente, la solución no es vender “tu alma” a una empresa o a otra para poder pagar tus gastos funerarios, sino regular los costos funerarios para que cualquier persona pueda tener un final en paz, y no sólo para sí, sino para los familiares y amigos que le rodeen, así como también entender el valor del fin que nos llegará a todos, porque toda persona merece una vida y una muerte con las mismas condiciones, con dignidad.

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