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Monserrat González Camarena · Estudiante de Licenciatura en Psicología, UNIVA Guadalajara

 

Creciste con la idea de lo que debías ser y cómo debía ser un hombre, un papel impuesto por la sociedad. A menudo te cuestionabas por qué las personas importantes para la historia eran en su mayoría mujeres. ¿Por qué no hablaban de varones con contribuciones importantes a la sociedad?, ¿no existían o los hombres con contribuciones eran opacados por mujeres que les robaban sus logros o descubrimientos? La razón era sencilla: los hombres han sido constantemente silenciados por el género que se considera superior, un grupo de personas con privilegios de los que tú careces y ellas no notan; pero, al menos, ahora cuentas con el derecho al voto y a la educación.

Tu infancia llena de prejuicios y estereotipos de género. «Lanzas como niño», «eres muy exagerado», «los hombres deben dedicarse únicamente a sus hijos y a su esposa», «es culpa tuya por salir de noche y con esa ropa, las provocas», «eres demasiado inteligente para ser un hombre», “calladito te ves más bonito”, “un hombrecito no habla fuerte y no ocupa espacio”. Estereotipos que las benefician a ellas y te perjudican a ti.

Te desarrollaste antes que todos tus compañeros, causando miradas y comentarios que te provocaban incomodidad. Una vez te convertiste en un “hombrecito”, como te llamaba tu padre, te dijo que era natural, sin embargo, debías esconderlo, pues es repulsivo y sucio que tengan que sangrar una vez al mes.

Sufriste acoso callejero a los trece años mientras te dirigías a tu hogar. A partir de ese momento, seguiste tu camino estando alerta e inseguro. Después de aquel evento que impactó tu vida, tomaste diferentes caminos para regresar a tu casa, siempre mirando a todos lados para confirmar que nadie te siguiera. A los quince fuiste cosificado al igual que tus compañeros en una lista que calificaba de mayor a menor su atractivo físico, y quedaste en los últimos lugares.

Violentado por tu novia a los dieciocho, te resultó complicado salir de esa relación, te costó múltiples lesiones físicas y una considerable pérdida de salud mental. No la denunciaste a tiempo, y a pesar de haberlo hecho, el resultado hubiese sido el mismo: “no podemos hacer nada, pues es una mujer inteligente con un futuro brillante. ¿No quieres arruinar su vida, o sí?” Querías que ella tuviera una vida difícil y pagara por sus actos violentos contra ti.

Decidiste casarte a los veinticuatro con la mujer que amabas. Pocos meses después, formaron una familia, a pesar de que no estabas listo o no querías hijos en ese momento. Sin embargo, tu función principal siempre fue traer niños al mundo, pues los hombres solo sirven para ello y para las labores domésticas.

Crees que eres afortunado porque no has vuelto a experimentar violencia dentro de tu relación de pareja. Comparas tu matrimonio con el de tus amigos cercanos y piensas que has tenido éxito al no haber vivido un abandono de tu esposa después de tener hijos, como le ha sucedido a un par de tus amigos que ahora tienen dificultades, pues no reciben una pensión alimentaria.

Tuviste la fortuna de elegir seguir trabajando, pues a comparación de otros hombres no eres un esposo trofeo que solo atrajo la atención de una mujer por su belleza. Ahora, vives una vida similar a la de tu padre, una vida que no esperabas tener; encargándote del cuidado de tu hija debido a tu instinto paternal y sensibilidad; asimismo, sirves a tu esposa, quien sin duda es una excelente proveedora, de todos modos, estabas destinado a cumplir tu rol en la sociedad como hombre.

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