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Guadalajara, cómo sobrevivir

Armando González Escoto · Director de Publicaciones del Sistema UNIVA

 

En ninguna gran metrópoli es fácil sobrevivir, particularmente si se está en América Latina, África o en algunos países de Asia. En Guadalajara tampoco, a menos que se viva en un coto residencial y se tenga la posibilidad de tenerlo todo ahí sin necesidad de salir a ninguna parte. Sí, el problema es cuando hay que salir y enfrentar un tráfico descomunal que ha hecho “hora pico” todo el día, peor aún si se va al Centro, con filas de autos estacionados por ambas aceras, sincronización de semáforos para que siempre le vayan tocando en alto, gente que sale por todos lados como en estampida, ciclistas y sobre todo, motociclistas, para los cuales no hay ni ley ni orden, y una Secretaría de Vialidad que es como Dios, existe, pero nadie le ve.

Para el común de los mortales volver del tráfico agobiante, de los transportes atestados, de la violencia citadina, a la antes llamada paz del hogar es ya una ilusión que los vecinos se encargan de romper de día y de noche, pues en esta Guadalajara alegre y festiva nunca faltan fiestas y agasajos el día que sea, y eso de medir decibeles, amonestar, y hasta multar, es otra ilusión fallida, peor aún si el vecindario entra en competencia con antros, cantinas, centros botaneros, cervecerías y lo que se junte.

En esta Guadalajara tan múltiple y diversa en cada zona se sobrevive de distinta manera y a distintos retos. En Miravalle, la gente sobrevive al aire que respira habitualmente contaminado, sobre todo en esta estación del año, aunque sabe que su esperanza de vida necesariamente se ha ya acortado por el simple hecho de vivir allí. Por los rumbos del periférico norte se sobrevive al hedor de los canales de aguas negras que siguen corriendo a cielo abierto, sin mencionar la cloaca máxima llamada eufemísticamente “río” Santiago. Al poniente hay que sobreponerse a la invasión incontrolable de la Guadalajara vertical, acostumbrarse a que un mundo nos vigile por todos lados, y ver surgir de la noche a la mañana moles de oficinas o departamentos avisando que el tráfico va a empeorar y los bienes esenciales escasearán. Al oriente, congestionamientos de tráfico, ausencia de grandes vías, incontable número de calles de terracería, contaminación ambiental, pocos parques y, en suma, urbanismo deficiente si no es que nulo, explican por qué de la Calzada para allá hay una ciudad de tercera, sin que eso signifique que la de la Calzada para acá sea de primera.

En cuanto a inseguridad y violencia ninguna zona se escapa, en este punto hay que reconocer lo solidarios que han sido los malandrines para que nadie se sienta marginado o excluido, y todo mundo, a su modo y como pueda, amuralle, cerque, electrifique, atranque o asegure su vivienda o negocio con tres chapas y cuatro candados, cadenas, alarmas, cámaras de vigilancia, perros bravos, y agrupaciones de vecinos vigilando.

A pesar de todo, y en especial, a pesar de nosotros mismos y nuestra caótica manera de conducirnos, Guadalajara sigue siendo noble, las lluvias siguen llegando con puntualidad y abundancia, la tierra, donde la dejan, sigue dando sus frutos, las arboledas logran existir así sea de manera famélica, y esas majestuosas primaveras siguen estallando en una explosión de color y vida, cubriendo su habitual ropaje verde con esos espléndidos brocados de amarillo intenso que en estos días podemos apreciar por tantos rumbos de la ciudad.

 

Publicado en El Informador del domingo 19 de febrero de 2023.

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