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El Homo Gamer: vivir para el entretenimiento en un mundo virtual

DrFabián Acosta Rico • Docente-Investigador UNIVA Guadalajara

 

Una manera incipiente que, a temprana edad, nos adentra al mundo de los adultos es el juego. El juego, en muchas de sus variantes, pretende ser una simulación o imitación de actividades más serias o formales; a través de él aprendemos a seguir reglas, a contener nuestros impulsos egocéntricos y narcisistas gobernando nuestra voluntad con apego a un orden establecido. Pero entendamos que en el juego no todo es rigidez, claro que hay margen para la creatividad, el solaz y el disfrute que se logra cuando nos entregamos a una faena de esparcimiento, bien sea en solitario o en grupo.

Somos, como lo define el historiador Johan Huizinga, homo ludens; el juego resulta una actividad consustancial e inherente a nuestro ser social. Después de la familia, el segundo grupo integrador al que se incorpora el niño es a la comunidad de juegos; en ella entra en contacto con sus iguales, con quienes no necesariamente tiene algún vínculo consanguíneo o de parentesco.

Entendiendo esta función cognitiva y socializadora del juego, la pedagoga María Montessori incorporó el juego a su repertorio de técnicas educativas. Los niños aprenden y descubren su mundo jugando. Todo es entretenimiento, amabilidad, cercanía y calidez en el ambiente de aprendizaje del preescolar, tal y como lo delinean los dictados pedagógicos de Montessori. Pero ocurre, casi de forma sorpresiva, el hecho traumático cuando pasas a la primaria y todo cambia abruptamente: las canciones, los dibujos y en general, los juegos son remplazados por el rigor educativo y la disciplina áulica. El juego sigue siendo parte de la escuela; pero queda acotado a las escasas horas del recreo.

Lo normal hasta hace unas décadas, era que conforme ganábamos edad o íbamos madurando, dejábamos paulatinamente de jugar o lo hacíamos más esporádica y ocasionalmente; el jugar incluso adquiría cierta connotación negativa como recreación u oficio de gente licenciosa como los tahúres o jugadores de cartas y dados. Pero esto ya no es así; hubo toda una revolución tecnológico-cultural con la llegada de los videojuegos, que enganchó a los jóvenes y terminó seduciendo también a los adultos incitándolos a seguir jugando ahora a través de sofisticadas consolas, desde las más infantiles como la Nintendo Switch hasta dispositivos más “adultos” como el PlayStation 5.

Según los expertos, un niño de 2 a 12 años no le debería dedicar más de 2 horas diarias a los videojuegos; después de los 12 ya no se establece un máximo de tiempo; pero por salud ocular, los gamers deben hacer recesos cada 2 horas para evitar resequedad en los ojos.  Desde muy pequeños los individuos de la postmodernidad están sobreexpuestos a la tecnología; en particular a los nativo-digitales: millennials y centennials, sus padres habitualmente, desde muy temprana edad, los entretenían o distraían dejándoles al alcance todo tipo de gadgets o dispositivos electrónicos como smartphones, tablets y consolas portátiles de videojuegos.

El homo ludens es casi una categoría antropológica museográfica del pasado; démosle la bienvenida al homo gamer. Entre los gamers hay por así decirlo grados de enganche o adicción: hay jugadores que le dedican a los videojuegos 8 hasta 12 horas continuas: y es por eso por lo que son denominados Hardcore gamer o jugadores duros; quienes además tienen una predilección por los juegos que presentan mayor grado de dificultad; son perfeccionistas y altamente competitivos. Por el tiempo que le dedican a su pasatiempo, estos gamers lograr perfeccionar sus técnicas y en sus partidas alcanzan los más altos puntajes.

La industria de los videojuegos ha creado toda una cultura que arrancó por los años setenta del siglo pasado con el Atari y continúo como los arcade o maquinitas sembradas incluso en las más humildes tienditas barriales; ahora, miles de jugadores se conectan en línea para jugar colectivamente títulos como el famoso Fortnite o su competencia el Apex Legends. En las convenciones de comics se organizan torneos profesionales de videojuegos; y legiones de youtubers como Vegeta 777 y Willy Rex se convierten en celebridades jugando el minimalista juego de construcción Minecraft. Hay quien vive de los videojuegos como si fuera una profesión más.

El homo gamer no es una rareza antropológica; podemos identificar a millones de individuos por todo el mundo a los que podemos catalogar como tales. Para ellos, los videojuegos son algo más que un pasatiempo; los han incorporado a su estilo de vida convirtiéndolos en una necesidad y en algunos casos en una adicción. Un gamer promedio necesita de sus horas de control en mano frente al display, quizás más de dos, para mantener la sanidad emocional y el buen carácter. Hay casos de jugadores, sobre todo asiáticos, que en el frenesí de sus partidas olvidaron comer y dormir llegando a morir en el rincón de un cibercafé.

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